Las barbas en remojo
Los tunecinos, con su esfuerzo, con su coraje, con sus vidas, han logrado echar al tirano. Y no se han parado ah¨ª: han querido ir a la ra¨ªz, y no parecen cejar hasta que desaparezca el ¨²ltimo vestigio del sistema.
No ser¨¢ f¨¢cil, porque un r¨¦gimen tiene tantas ra¨ªces que extirparlas costar¨¢ esfuerzo y tiempo. Los espa?oles sabemos de eso. Por eso nuestros gobernantes deber¨ªan hacer todos los esfuerzos para ayudar a los tunecinos a que logren fraguar una "Platajunta" que conduzca al pa¨ªs a la democracia. Pues con T¨²nez, hasta hoy, la Uni¨®n Europea y sus Gobiernos no han estado a la altura. A punto estuvieron de regalar al tirano un estatuto avanzado en su asociaci¨®n con Europa.
Los egipcios han seguido por la misma senda. Les est¨¢ costando m¨¢s trabajo, aunque tengan incluso un icono, Mohamed el Baradei, que ha emergido en medio de la turbulencia, buscando aglutinar proyectos y lanzando un reto al dictador. Pero el escollo parece m¨¢s dif¨ªcil. Los grandes pa¨ªses con derecho de veto en Naciones Unidas parecen coaligados para defender a Mubarak, exigi¨¦ndole, eso s¨ª, al menos eso dicen, que haga reformas. ?Servicios prestados? Ya vimos c¨®mo se conformaron en 2005 con una aparente apertura (algunos Hermanos Musulmanes m¨¢s en el Parlamento en una farsa electoral), que dio portazo en las siguientes elecciones, en las que todo volvi¨® a su cauce autoritario. ?Terminar¨¢ as¨ª este febrero de esperanza en Egipto?
El rey de Marruecos tiene que optar por una transici¨®n a la espa?ola o por las revueltas populares
La hiperpolitizaci¨®n nacionalista echa las culpas a los enemigos exteriores
Derribar a un tirano (en el caso de Ben Ali) o amonestar (segundo aviso) a un dictador, parece m¨¢s f¨¢cil que constitucionalizar a un monarca. Sobre todo si este monarca (caso del rey de Marruecos) campea en una "democradura" -por usar la expresi¨®n de Juan Linz que tanto gustaba a Abraham Serfaty- con su aureola de protector de desvalidos y la apariencia de pluralismo. Es cierto que la tradici¨®n pesa, que 350 a?os de dinast¨ªa no se tiran por la borda de cualquier manera. Que la legitimidad religiosa, revestida de sacralidad y culto a la personalidad, tienen tambi¨¦n ra¨ªces populares profundas. Al fin y al cabo ya dijo Lope de Vega que El mejor alcalde, el Rey. Los malos, los corruptos, los clept¨®manos, son siempre los subordinados, ya se sabe, y el sistema siempre se salva echando por la borda al ¨²ltimo inc¨®modo.
Mohamed VI perdi¨® la ocasi¨®n de dirigir el cambio en los primeros d¨ªas de su reinado. Su pueblo hubiera aceptado con alegr¨ªa -es Abdallah Laroui el que lo dice- que optase desde el primer momento por la "modernidad" (una monarqu¨ªa constitucional de verdad) en vez de buscar un imposible acomodo con la "autenticidad" que no era en
realidad otra cosa que puro "arca¨ªsmo". Hoy, el Partido de la Autenticidad y de la Modernidad, el PAM, fruto de las intrigas del "amigo del rey", es la parodia de la pol¨ªtica, aunque no m¨¢s rid¨ªculo que esos partidos de cortesanos que, como el antiguo Partido Comunista Marroqu¨ª, hoy del Progreso y del Socialismo, asegura por la boca de su secretario general que Marruecos est¨¢ a cubierto de explosiones sociales porque su majestad hizo la revoluci¨®n de los jazmines con sus reformas. Olvida que Agdaym Izik, el campamento de la dignidad saharaui, fue el primer brote de esta oleada de protesta que ya no puede m¨¢s con tanta hipocres¨ªa. Porque aunque la protesta saharaui tuviera -y tuvo- su componente pol¨ªtico especial, su punto de revuelta identitaria que expresaba el malestar de toda una comunidad de j¨®venes oriundos por el no reconocimiento de derechos colectivos, fue ante todo una expresi¨®n del malestar de una juventud marginada sin trabajo ni alternativas vitales. Como los fityan contestatarios de T¨²nez (en recuerdo de aquella vieja instituci¨®n medieval urbana del mundo isl¨¢mico, la futuwa, como nos recordaba el soci¨®logo tunecino Abdelkader Zghal) o los de Egipto, Argelia o el Yemen de hoy.
Voces desperdigadas reclaman hoy en Marruecos un cambio constitucional. Son intelectuales y miembros de la sociedad civil no encuadrados en partidos. Tambi¨¦n lo hacen algunos pol¨ªticos marginales conscientes de que es tambi¨¦n la hora de Marruecos para afrontar cambios. Una vez m¨¢s, la cuesti¨®n del irredentismo nacionalista act¨²a de ant¨ªdoto adormecedor para impedir esos cambios. Resulta vergonzante ver a un dirigente de la talla de un Nubir Amaui, que fue capaz de ir a la c¨¢rcel en los ochenta por pedir en una entrevista con EL PA?S que el rey de Marruecos (en la ¨¦poca Hassan II) deb¨ªa limitarse a reinar y no gobernar, ordenar hoy a su sindicato, el en otro tiempo combativo CDT, cortar todos los lazos con los sindicatos espa?oles CC OO y UGT por su postura en los temas del S¨¢hara y Ceuta y Melilla, dejando programas enteros de cooperaci¨®n sin concluir. Una hiperpolitizaci¨®n nacionalista en sinton¨ªa con la pol¨ªtica del primer ministro que busca descargar todas las culpas en los enemigos exteriores, Argelia y Espa?a a la saz¨®n, impidiendo centrarse en los verdaderos problemas de fondo: estructurales, en lo pol¨ªtico y en lo econ¨®mico.
Resulta c¨®mico recordar que hace 200 a?os el viejo y enloquecido viajero catal¨¢n Domingo Bad¨ªa, Al¨ª Bey, so?¨® con constitucionalizar al sult¨¢n de Marruecos. De lo que hiciera realmente para lograrlo no ha quedado constancia, pero s¨ª de lo que so?¨® o imagin¨®. Nos queda una obra teatral escrita por ¨¦l, la tragedia Al¨ª Bey en Marruecos, editada hace unos a?os por Celsa C. Garc¨ªa Vald¨¦s y Michael McGaha (Eunsa, 1999), en la que intenta convencer a Muley Suleiman y a lo mejor de su entorno, frente a un b¨²nker arcaico, de que la mejor protecci¨®n para la dinast¨ªa era "la proclamaci¨®n y adopci¨®n de una carta constitucional", ¨²nico medio para consolidar la "legitimidad y estabilidad de una dinast¨ªa". En aquella tragedia, Al¨ª Bey acab¨® huyendo del pa¨ªs.
Mohamed VI se encuentra ante el dilema de abrir una transici¨®n a la espa?ola, que lo instale como monarca constitucional que reine pero no gobierne, convertido en un s¨ªmbolo pol¨ªtico respetado, o acabar sucumbiendo m¨¢s pronto o m¨¢s tarde a esta nueva ola de exigencia de democratizaci¨®n que atiza al mundo ¨¢rabe. Hoy quiz¨¢s no muy amenazante todav¨ªa en Marruecos, con el pretexto de la supuesta amenaza exterior, pero que, lo auguraba su primo Muley Hicham, acabar¨¢ por llegar al pa¨ªs.
Tambi¨¦n este pr¨ªncipe rojo augur¨® en las p¨¢ginas de Le Monde Diplomatique a finales de los noventa que "si los alau¨ªes quieren perdurar, tendr¨¢n que cambiar su forma de gobernar".
Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa es catedr¨¢tico de Historia del Islam Contempor¨¢neo en la Universidad Aut¨®noma de Madrid y miembro del Comit¨¦ Averroes.
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