Tele y Estado
Nos pregunt¨¢bamos ayer sobre el papel que el Estado juega en el mercado de la televisi¨®n. La televisi¨®n es el poder de influencia social, moral y educativo m¨¢s grande de nuestra ¨¦poca. Se ha comido las porciones m¨¢s sabrosas de la Iglesia, la escuela, la familia y la vida social, gracias a su maquinaria de entretenimiento situada en el sal¨®n de casa. En los ¨²ltimos meses, con ¨¢nimo preelectoral, el partido de la oposici¨®n ha tonteado con el descontento frente a la Espa?a auton¨®mica. Lo que la gente percibe, en malos tiempos, como un engorro de duplicada burocracia, multiplicaci¨®n de cargos y prebendas, es un manjar delicioso para sumar a las promesas electorales.
Entre otras cosas, el Partido Popular fantasea con la desaparici¨®n de los canales auton¨®micos de televisi¨®n, segunda v¨ªctima tras las cajas de ahorro. En lugar de enfrentarse a su optimizaci¨®n, a la mejora de servicios y valores, a explotar sus condiciones, se impone tirar la toalla. No se menciona que algunos de sus barones m¨¢s destacados proporcionan al ciudadano las peores televisiones territoriales que uno pueda imaginar. Nepotismo, manipulaci¨®n, nulo inter¨¦s, son caracter¨ªsticas que ti?en algunos canales comunitarios bajo su mano.
Zapatero puede presumir de que bajo su mandato la televisi¨®n p¨²blica ha alcanzado un orden democr¨¢tico m¨¢s decente. Solo hace falta compararla con la de los a?os inmediatamente anteriores. La crisis ha mermado su potencia econ¨®mica, pero tambi¨¦n ha finiquitado cualquier posibilidad de que el mercado nos trajera una mejor televisi¨®n de capital privado. Hoy las mejores apuestas formativas, minoritarias y de valores sociales son estatales. El ¨²nico canal de noticias continuado es estatal; ayer mismo segu¨ªa al minuto la actualidad de Egipto mientras los dem¨¢s canales daban el pan suyo de cada tarde. La complejidad del pa¨ªs, desde su biling¨¹ismo hasta su excesiva centralizaci¨®n, solo recibe respuestas televisivas desde el dinero p¨²blico. Parece pues una promesa espeluznante que el Estado se lave las manos de su responsabilidad en la oferta televisiva. Si alguien pretende satisfacer los deseos del ciudadano, que idee un plan para que el servicio mejore con menor coste p¨²blico, pero que no lo inhabilite como un referente comprometido y ¨²til. La sociedad no merece que el mercado sea el ¨²nico que dicte lo que comen nuestros ojos.
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