"Cargo las pistolas para demostrar que tengo raz¨®n"
Su temeraria pluma se hizo famosa m¨¢s por tachar que por escribir. Pero Gordon Lish (Hewlett, Nueva York, 1934), el controvertido editor de Raymond Carver, que ha trabajado entre otros con Cynthia Ozick, Don DeLillo o David Leavitt, ha publicado bajo su nombre desde mediados de los ochenta media docena de libros. El a?o pasado lleg¨® a Espa?a Per¨², la historia del asesinato de un ni?o en un caj¨®n de arena a manos de otro cr¨ªo, llamado Gordon. Ahora aparece Ep¨ªgrafe, novela epistolar en la que un viudo, en pleno desvar¨ªo, se despacha con los miembros de la orden religiosa que cuidaron de su esposa. El protagonista tambi¨¦n lleva su nombre.
Lish vive en el Upper East Side de Nueva York. Su apartamento tiene un aire misterioso con suelos de tarima, luces bajas, muebles de madera oscura, una chimenea con velas en lugar de le?os, cortinas dobles, sof¨¢ de terciopelo y un butac¨®n de madera tapizado en petit-point como el tresillo que est¨¢ junto a la pared. Apenas diez minutos despu¨¦s de haber cruzado el umbral de su puerta ya ha mencionado a un par de escritores: John Updike y Nicholson Baker, ambos aquejados de psoriasis, como ¨¦l mismo. Dice que esta enfermedad ha marcado su vida. Pas¨® gran parte de su infancia en Florida, a la caza de radiaci¨®n solar, y en la adolescencia se someti¨® a un tratamiento experimental con corticoides. De resultas tuvo un episodio maniaco y acab¨® en el manicomio, donde conoci¨® al poeta y editor Hayden Carruth. ?l le entreg¨® un ejemplar del Partisan Review, "para ver si entre las frases encontraba alguna idea". Fue un punto de inflexi¨®n. Se instal¨® en California, donde cre¨® las revistas Chrysalis Review y Genesis West con el poco dinero que ganaba ense?ando en una escuela. Trab¨® amistad con Neal Cassady y el grupo beatnik. Nombr¨® editor de poes¨ªa a Jack Gilbert y luego le despidi¨® por enviar desagradables cartas de rechazo -"yo era un hombre joven y aquello me pareci¨® innecesario; por supuesto, acab¨¦ haciendo exactamente lo mismo cuando estaba en Esquire"-. Aquello fue en los sesenta, antes de que diera el salto a Knopf y de que un art¨ªculo de Vanity Fair le bautizara como Capit¨¢n Ficci¨®n.
"Siento que soy el cazador entre el centeno que impedir¨¢ que esos chicos (los j¨®venes escritores) se conviertan en un producto"
Sentado en su sal¨®n, el heterodoxo Lish, de esp¨ªritu rebelde y pasado beat, parece atrapado en un escenario victoriano. Es un punk de m¨¢s de setenta y sin cresta que exuda inconformismo. Cuenta que le echaron del colegio y de todos los trabajos que ha tenido, como editor y tambi¨¦n como profesor -"ense?ar se me da muy bien, puedo dar clases de cuatro horas sin que nadie se mueva...
"-. ?gil conversador, torrencial e ir¨®nico, encadena an¨¦cdotas: sobre una cena que revent¨® en casa de Norman Mailer o una conversaci¨®n telef¨®nica con Salinger. Carga contra el canon pero se define como un rom¨¢ntico que a¨²n cree en la trascendencia de la literatura y en que los excluidos alg¨²n d¨ªa ser¨¢n reconocidos. Cuenta que a menudo discute con una amiga nonagenaria sobre qu¨¦ ¨²nico cuadro o libro elegir¨ªa. "Ella dice que elegir uno solo es una tonter¨ªa, pero as¨ª es como yo he concebido mi vida: no vale decir que quieres varios o ninguno, solo puedes colocar una cosa. Decide. Punto". Al hablar de la edici¨®n habla del bricoleur de L¨¦vi-Strauss y la chora de Derrida. Se refiere a su trabajo como novelista con modestia -"se trata de juegos sint¨¢cticos, no soy realmente escritor, los libros han sido una forma de salirme con la m¨ªa"- y envidia la capacidad que grandes autores tienen para colocarse por encima de la falsedad que ¨¦l detecta en el acto de la escritura. "Ellos pueden vivir con ello, yo necesito decir que todo es mentira".
PREGUNTA. ?Por qu¨¦ decidi¨® escribir?
RESPUESTA. Siempre he escrito, desde peque?o. Par¨¦ cuando ten¨ªa 22 o 23 porque me rechazaron un cuento. Luego escrib¨ª dos novelas fruto de mi experiencia en el loquero. Una se llamaba Oda a la locura -?Dios, hasta los t¨ªtulos son vergonzosos...!-. Iban a ser publicadas pero no quise hacerlo por mis padres. No volv¨ª hasta que ten¨ªa 45 o 46 a?os para mantener a la familia, a las exmujeres, esas cosas.
P. Su primer libro,
Dear Mr. Capote, era una carta, un g¨¦nero que retom¨® con Ep¨ªgrafe.
R. Originalmente, eran dos cartas, una dirigida a Capote y otra a Norman Mailer, y la segunda daba la vuelta al texto. Era algo ingenioso, pero a mi editor y a mi agente les pareci¨® demasiado. Presionaron para que lo quitara y ced¨ª. No deb¨ª haberlo hecho, era mejor el original, al menos era defendible.
P. ?Defendible? ?Habr¨ªa aceptado este argumento como editor?
R. ?No! Nunca cedo terreno.
P. ?Qu¨¦ hace a un buen escritor? ?Y a un buen editor?
R. Como cualquier otra cosa en la vida, se trata de convicci¨®n. Tienes que estar dispuesto a jug¨¢rtelo todo. Debes buscar el riesgo en la medida en que puedas. ?Hay o no m¨²sica en las frases?
P. ?Es la misma receta para ambos?
R. Cuando se edita el trabajo de otro ?qu¨¦ m¨²sica buscas escuchar, la tuya o la suya? El texto es como un cuerpo y la relaci¨®n que tienes con ¨¦l como editor o escritor debe ser entendida como una relaci¨®n social. El ¨²nico criterio son los arrestos, el volumen, la pervivencia de la canci¨®n. Uno quiere sacar de cualquier acto de la vida eso que necesariamente merece ser perpetuado.
P. ?Cu¨¢l ha sido la mejor lecci¨®n que ha recibido como editor?
R. No he tenido ning¨²n respeto por los editores, pero mi jefe en Esquire me ense?¨® a ser temerario. Nunca he sido un buen estudiante, esa es una de mis cualidades. No aprend¨ª de mis padres, ni de mis amantes, ni de mis amigos, que son bastante inteligentes, gente como DeLillo o James D. Watson, el premio Nobel.
P. ?Basta con la experiencia?
R. En realidad, se trata de darse permiso a uno mismo para editar y ponerse al cargo.
P. ?Sin miramientos?
R. La cuesti¨®n de los modales est¨¢ completamente fuera de lugar, no est¨¢ en mi registro. Simplemente, emito mi juicio, que proviene de un sentido, de una sensaci¨®n y soy inflexible. Es una competici¨®n: el poder de mi personalidad frente al tuyo. Algo completamente criminal, pero es que creo que la conducta humana lo es mayormente. Las relaciones entre escritores y editores no son una categor¨ªa en s¨ª mismas. ?Hay igualdad? Realmente, no lo veo posible.
P. ?Por qu¨¦ escribe libros de cartas?
R. Las cartas son f¨¢ciles. Puedo reconocer lo que es una buena novela en un instante. Y arreglar las estructuras o reconocer el genio en el trabajo, pero en mis escritos no s¨¦ hacerlo, no puedo copiar o imitar.
P. Pero imit¨® a J. D. Salinger.
R. Cuando estaba en Esquire publicamos el cuento For Rupert, with no promises y no iba firmado. La revista se agot¨®. La gente pens¨® que lo hab¨ªa escrito Salinger o Cheever o Updike. Luego se descubri¨® que hab¨ªa sido yo. Lo hice como un homenaje, y Salinger consider¨® que era algo despreciable.
Lish cuenta que se sinti¨® herido. M¨¢s adelante escribi¨® otro cuento, con cierto resentimiento, For Jerome, with love and kisses, una parodia de For Esme, with love and squalor con el que gan¨® el Premio O. Henry.
P. ?C¨®mo habr¨ªa editado a Salinger?
R. No habr¨ªa cambiado ni una coma. Es un prodigio. Su vida me parece fascinante.
P. ?Su esp¨ªritu rebelde?
R. No, es el misterio. Mi hija mayor fue compa?era de clase de aquella chica que vivi¨® con ¨¦l, Joyce Maynard. Uno se pregunta c¨®mo pudo Salinger someterse a semejante ser humano y no haber visto la esencia. A Holden Caufield no se le habr¨ªa escapado. Cabe pensar si en los primeros textos que public¨® esta joven y que llamaron la atenci¨®n de Salinger ya estaba la semilla de lo cutre y lo mediocre.
P. ?Ha sentido inseguridad como escritor por su celo de editor?
R. Si fuese capaz de crear cosas como las que escriben DeLillo o McCarthy no creo que insistiera tanto en corregir. Lo que me puso en marcha fue la idea de posar primero como persona literaria y luego como escritor.
P. ?Tomar una posici¨®n o estar en la oposici¨®n?
R. Probablemente esto ¨²ltimo. Sobreviv¨ª a mi primer matrimonio ocho a?os y al segundo 31, as¨ª que no he sido completamente contrario a todo. Pero si estoy en un contexto social suelo decir lo contrario que el resto, ?es algo aut¨¦ntico?... Normalmente cargo las pistolas para demostrar que tengo raz¨®n. Esta visi¨®n tan presuntuosa aumenta el deseo de actuar como un editor draconiano.
P. Sus libros destilan violencia.
R. Don DeLillo una vez me dijo que si no escribi¨¦ramos tirar¨ªamos bombas. El asesinato es un tema que me absorbe bastante. Mis hijos lo han notado y esto no me hace sentir orgulloso. En Per¨² intento reflexionar sobre la complicidad de la v¨ªctima, que tiene que ver con tomar parte en tu propia destrucci¨®n.
P. ?Por qu¨¦ us¨® su nombre y el de su mujer en
Ep¨ªgrafe?
R. El libro no hubiera existido sin la enfermedad de mi esposa, una esclerosis amiotr¨®fica. Meter nuestros nombres sub¨ªa las expectativas, convert¨ªa la escritura en una acci¨®n mucho m¨¢s excitante.
P. En
Per¨² tambi¨¦n us¨® su nombre.
R. No puedo escribir objetivamente. ?Quiz¨¢ por qu¨¦ soy demasiado protagonista? ?Por mi solipsismo? Pues s¨ª.
La conversaci¨®n se interrumpe por una llamada. Lish no tiene correo electr¨®nico (usa postales que encarga para que le lleguen a su domicilio y el tel¨¦fono). Habla asomado al sal¨®n y dice al aparato que, aunque el a?o pasado dijo que nunca m¨¢s lo har¨ªa, acepta volver a impartir un curso de escritura.
P. ?Qu¨¦ necesitan aprender los escritores?
R. Que lo que hacen importa.
P. ?C¨®mo son los estudiantes hoy en d¨ªa?
R. No quieren ser amateurs. ?Contratan publicistas! Siento que soy el cazador entre el centeno que impedir¨¢ que esos chicos se conviertan en un producto.
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