Estupor de Rosa
Los anglosajones de la BBC se educaron en el ejercicio que le gustaba a Buster Keaton: no asombrarse por nada, vivir sin estupor incluso aquello que m¨¢s les asustara. Poner cara de palo. Hemos vivido aqu¨ª la noche en que se ten¨ªa que haber ido Mubarak el caso contrario, y es muy estimulante para el que ve la tele, y para que el vive mirando lo que otros cuentan que pasa. Lo protagoniz¨® Rosa Moll¨®, la excelente periodista de TVE. Ella hab¨ªa vivido la tensi¨®n previa, "desde el d¨ªa menos dos" de la revoluci¨®n de las plazas de El Cairo. Y cuando Mubarak termin¨® de decir su discurso hueco, desde una c¨¢mara kafkiana que le evitaba saber qu¨¦ pasaba con ¨¦l, fue convocada por Vicente Vall¨¦s a contar en 24 Horas la impresi¨®n del momento.
Ella ven¨ªa de un d¨ªa agitado; se ve¨ªa en los surcos de su cara, en el sudor de la frente, en la visi¨®n acongojada de sus ojos; lo que quer¨ªa contar pod¨ªa haberlo dicho sin pronunciar una sola palabra: estaba en su rostro asustado, perplejo, lleno de la extra?eza que cubri¨® la plaza cuando este gran simulador que es Mubarak declar¨® que iba a perseguir a los culpables y que se quedaba all¨ª, en la alfombra rota de su poder omn¨ªmodo.
La periodista expresaba estupor y miedo; le dijo a Vall¨¦s que no ten¨ªa ni idea de lo que iba a pasar. En contraste con los que, dotados de micr¨®fono, pontificamos sobre el futuro como si ya lo hubi¨¦ramos visto, Rosa Moll¨® tuvo a bien sacudirse el velo que todo periodista lleva a modo de adivino y dijo que no ten¨ªa ni idea, aunque se tem¨ªa lo peor. "Ojal¨¢", dijo, "me equivoque". Se equivoc¨®, pero su prudencia le llev¨® a hacer lo adecuado. Decir que no sab¨ªa.
A veces escuchar estas cosas en la tele te reconcilian como telespectador: que el estupor que se vive en el lugar desde el que te dan las noticias sea tambi¨¦n parte del rostro de quien te las cuenta es un elemento no tan frecuente en las ondas. Recuerdo ahora el legendario momento de Alejo Garc¨ªa contando en Radio Nacional que ya era legal el Partido Comunista. No era pavor, era cansancio entonces, porque Alejo tuvo que subir corriendo las escalinatas de la emisora hasta que se situ¨® delante del micr¨®fono. Pero su jadeo parec¨ªa el fin de una incertidumbre popular. En este caso, Rosa Moll¨®, con su estupor, hizo la cr¨®nica de un sentimiento; y val¨ªa su cara tanto o m¨¢s que sus palabras atropelladas por el susto. La realidad, ahora, le ha puesto alivio a su cara.
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