Intercambio de parejas. El sexo por el sexo
La noche empieza en una discoteca de la zona financiera de Madrid en la que abundan los ejecutivos maduros. Clara y Miguel, un matrimonio de 35 y 33 a?os, suele dejarse caer por all¨ª hacia las once. Cada jueves, como un ritual. Ella exhibe un vestido mini palabra de honor negro que deja el tatuaje de su espalda al descubierto; ¨¦l viste pantal¨®n y camisa oscuros. Dos botones desabrochados. Pelo h¨²medo, ropa de marca. Sexy y elegante. Forma parte del teatro: no suelen vestir as¨ª m¨¢s que en esta otra parte de su vida que casi nadie conoce. Noches de mucho sexo y poco sue?o. De intercambio de parejas y relaciones en grupo. Clara y Miguel son swingers, una expresi¨®n que se podr¨ªa traducir por los que se columpian. Abiertos a todo. A ella, por ejemplo, le gustan los hombres "grandes y algo mayores" (su chico es de estatura media y fibroso). Y por eso se encuentran aqu¨ª, en la barra. Un paso previo antes de adentrarse en un local de intercambio. Un coqueteo para ponerse a tono. Puro juego.
"En estos lugares sejuega con la mente y losgenitales. Pero elcoraz¨®n se deja en casa"
"Hay un enamoramiento inicial, luego pasan los a?os y tienes que buscar est¨ªmulos. Venimos a que el deseo no se nos muera"
Antes de dar el primer paso "hay que tener una buena relaci¨®n y establecer normas", dice un mujer con experiencia
Es Clara quien suele dar el primer paso. Si alguien le atrae, se acerca, le acaricia el brazo. Entabla conversaci¨®n. Y comienzan a besarse. Entonces, Miguel aparece y saluda. El tercer sujeto suele preguntar: "?Has venido con un amigo?". Y Clara responde: "No. Es mi marido". Si no hay un rechazo expl¨ªcito, Clara vuelve a besar al sujeto, al que no le importa la compa?¨ªa, mientras Miguel le acaricia la espalda a su mujer y roza sin querer la mano del otro. Y as¨ª siguen escalando pelda?os en busca del tr¨ªo. "Es como un calentamiento", dice Miguel. En torno a la una, suelen recoger sus abrigos y cruzar Madrid hacia una zona residencial cerca del Retiro. Segunda parte del ritual. El plato fuerte. En busca del intercambio (o lo que surja) en un club de ambiente liberal.
Clara y Miguel se conocieron en el trabajo. Ella es matem¨¢tica, ¨¦l estudi¨® Empresariales. Cada uno hab¨ªa tenido experiencias por separado. Ella entr¨® en un local de intercambio con una pareja anterior. Se tumbaron en una mazmorra y comenzaron a practicar sexo. "Cuando abr¨ª los ojos, me vi rodeada de gente". Le gust¨®. Miguel frecuentaba solo locales del estilo. Cuando se conocieron, comenzaron a acudir juntos. Primero como amigos, luego empezaron a salir. Y se casaron. Son deportistas, hablan varios idiomas. Les gusta mirarse cuando est¨¢n con otros. Conocen locales swingers de media Europa. Frecuentan Cap d'Agde (Francia), la meca del ambiente. Y ahorran para una fiesta en un castillo en N¨²remberg (Alemania) en el que las mujeres se visten con una capa negra, como en la pel¨ªcula Eyes wide shut, de Stanley Kubrick. Tienen un perfil abierto en una de las redes sociales m¨¢s conocidas (se registran 7.000 usuarios nuevos cada semana) en el que se definen como "pareja bisexual" a la que le gusta "casi de todo, hacer sexo a tres y cuatro... Todos mezclados". Viajan a menudo y siempre buscan alg¨²n contacto swinger. Dicen que existe cierta hermandad entre ellos a lo ancho del globo. Quiz¨¢ porque la mayor¨ªa lo mantiene en secreto. Se trata de una tendencia que surgi¨® en EE UU en los a?os cincuenta del siglo pasado vinculada a locales privados y anuncios de contactos. En Espa?a aterriz¨® a finales de los setenta y hoy existen 54 clubes como este:
El local no tiene r¨®tulo ni ventanas. Solo una placa en la entrada que dice: "Club privado" y un timbre. Un hombre abre la puerta. Lo saludan y cruzan un par de frases banales. Dejan el abrigo en el ropero, pagan 30 euros a una joven embutida en un vestido negro, cruzan unas cortinas rojas y tupidas que parecen indicar que a partir de ah¨ª lo que uno vea y haga se mueve entre la realidad y la ficci¨®n. Charlan un minuto con la relaciones p¨²blicas del local, de cuyo escote asoma una peque?a linterna. Luego se desplazan lentamente a lo largo de la barra hasta encontrar un hueco. Los clientes, la mayor¨ªa hombres, los fulminan con la mirada. Cuando les sirven la primera copa, Clara desaparece y al poco vuelve sin medias. Se sienta en el taburete, y el vestido, muy corto, deja al descubierto sus muslos.
La temperatura es agradable. El local se encuentra dividido en dos partes por una reja que le confiere un aire de mazmorra medieval. La barra del bar forma la antesala, un filtro en el que uno mira y es mirado, donde se coquetea y se charla mientras un televisor de plasma muestra im¨¢genes de porno duro. Los hombres solos no pueden pasar m¨¢s all¨¢ sin ser invitados por una pareja, y en ese caso han de abonar un suplemento de 50 euros. Es parte del negocio. La mayor¨ªa de locales funcionan de forma similar: las parejas abren las puertas del sexo, las mujeres solas (pocas) entran gratis y los hombres sin compa?¨ªa (muchos) pagan un sobreprecio. "Los t¨ªos solos vienen a ser utilizados por las parejas. Eso hay que tenerlo muy claro", comentaba un hombre de unos 50 a?os, solitario, en otro local sin nombre de Madrid. Esto suele ser as¨ª de domingo a jueves. Los viernes y s¨¢bados reservan el acceso exclusivamente a parejas, convirti¨¦ndose en locales "de intercambio" en sentido estricto.
Clara pide unas toallas al camarero. Es hora de cruzar las rejas y deambular por el laberinto oscuro al otro lado. Se abre la puerta de la jaula y se cierra a su espalda. La luz se aten¨²a. A la izquierda surge una estancia con sof¨¢s y mesitas, donde un par de parejas charlan vestidos con una toalla (hay taquillas y vestuario). Si se sientan cerca de la reja que da a la antesala, significa que les gusta que un desconocido les acaricie desde el otro lado. Un poco m¨¢s all¨¢ se despliega otra gran sala. A la izquierda hay unos sof¨¢s amplios, casi camas. Enfrente se erige una estructura con forma de c¨¢psula submarina. Sobre ella, un jacuzzi burbujea iluminado. Debajo, en un peque?o camarote, transcurre una escena de sexo en grupo. Ocho personas desnudas se mueven en desorden y gimotean. Cuerpos como el suyo o el m¨ªo, con su barriga, sus pelos en la espalda, sus calvas, sus tintes, sus varices, sus pechos ca¨ªdos. Un intenso olor acre emana del agujero. Marea. Se clava como un aguij¨®n en alg¨²n lugar del cerebro. La escena se puede observar como lo har¨ªa un etn¨®logo: uno se acerca lentamente, toma nota, y ellos siguen a lo suyo.
A la izquierda de la c¨¢psula hay un par de sof¨¢s cama dispuestos frente a una pared a la que llaman "Glory hole": un tabique de madera con peque?as aberturas de las que surgen penes y manos sin nombre ni rostro. Pertenecen a los varones que se han quedado en la antesala. Algunos pueden permanecer horas all¨ª de pie, esperando a que alguien se acerque. "Son como zombies", anuncian Miguel y Clara. La pareja se detiene junto a la pared y ella palpa los agujeros. Es parte de su ritual. Mientras Clara hace bailar su mano, se acercan m¨¢s parejas a este rinc¨®n. Van casi desnudas. Se sientan y se acarician. El intercambio suele comenzar as¨ª: una pareja abre el camino; otras se aproximan y tantean, buscan un roce, un intercambio, quiz¨¢ una org¨ªa (hay s¨¢banas desechables, y nadie da un paso sin preservativo).
Tampoco es ninguna novedad. Los swingers no han inventado nada. Pero le han dado nombre a ciertas pr¨¢cticas y se han aglutinado bajo una bandera. Muchos hablan de un estilo de vida. Y se refieren a s¨ª mismos como parte del "lado oscuro". Pepe Cera, presidente de la Asociaci¨®n Nacional de Empresarios del Ambiente Liberal, remonta los or¨ªgenes a la Francia del siglo XIV, "a cierta gente de alto rango y a fiestas en palacios". Su popularizaci¨®n en Espa?a tuvo mucho que ver con el propio Cera, que a finales de los setenta trabajaba en Lib, una revista de culto que comenz¨® edit¨¢ndose con las im¨¢genes m¨¢s subidas de tono de Intervi¨² (Tita Cervera, la baronesa Thyssen, fue portada). Su secci¨®n de contactos rompi¨® moldes. En uno de sus primeros cuadernillos de "enlaces" se lee: "Matrim. 45-40 a. culto, atractivo, desea amistad intercambio, solo matrimonios navarros". Eran los a?os ochenta y en Madrid se abr¨ªa el local Acuarela, uno de los pioneros en Espa?a. Las parejas comenzaban a llenar de contenido la palabra "morbo", una de las m¨¢s repetidas en el ambiente.
No hay un perfil definido. Si acaso, se podr¨ªa decir que los swingers son personas de 30 a 50 a?os, clase media-alta, matrimonios que han perdido la chispa o buscan ampliar su abanico de encuentros de forma consentida y sin contraprestaci¨®n. Muchos lo proponen como una alternativa a la infidelidad. Es el hombre quien suele iniciar a la mujer. Nadie acude all¨ª a enamorarse. Y ninguna pareja, recomiendan varios sex¨®logos, ha de introducirse con cuentas pendientes. "Hay que tener una buena relaci¨®n, hablarlo y establecer normas", dice una mujer con experiencia. "En estos lugares se juega con la mente y los genitales. El coraz¨®n se deja en casa", a?ade Pepe Cera. O, como dice Ana, la due?a de uno de los locales de intercambio m¨¢s exclusivos de Madrid, "aqu¨ª se viene a hacer los deberes".
Es s¨¢bado y la entrada de Fusi¨®n Vip parece una autopista. Ana va de un lado a otro presentando parejas. Sentados en un sof¨¢, tras una gruesa cortina roja, Nuria y Pedro dicen: "Tenemos muy claro que una cosa es el sexo y otra el amor". Llevan 20 a?os casados. Siete en el ambiente swinger. Tienen dos hijos adolescentes. "Para nosotros, la monogamia no existe. Hay un enamoramiento inicial. Luego pasan los a?os y tienes que buscar est¨ªmulos", a?aden. "Aqu¨ª venimos a que el deseo no se nos muera". Todo comenz¨® con la fantas¨ªa de mantener relaciones con una tercera persona. ?l fisgone¨® en Google y descubri¨® las posibilidades. Se lo propuso a su mujer, y Nuria, cuenta, se resisti¨® "30 segundos". Solo puso una condici¨®n: ella elegir¨ªa el local. El primer d¨ªa no hicieron nada, pero aquello fue "un revulsivo". Y aqu¨ª siguen. Viernes y s¨¢bados. Piden una copa, miran, charlan y comienzan el flirteo respetando dos normas: ambos tienen que estar de acuerdo en el intercambio, y, pase lo que pase, no se separan nunca.
Los locales, en cualquier caso, son solo la cara visible. Pero hay mucho m¨¢s. Fiestas privadas. Cruceros. Citas a ciegas. "En los locales solo se ve a las parejas a las que les gusta hacerlo en p¨²blico", explica?Miguel Vagalume, creador del movimiento Golfos con principios, que propugna el disfrute del sexo como forma de ocio (sin necesidad de pagar entrada). Vagalume organiza fiestas de "poliamor" y charlas en Consentido, un espacio social de sexo en Madrid. Abomina, seg¨²n cuenta, de esa visi¨®n t¨ªpica de un local liberal, con una fila de hombres "esperando tras la verja a ver si pueden comer".
Una verja o un tabique de madera con aberturas. Cuesti¨®n de gustos. Despu¨¦s de entretenerse en el "Glory hole", Clara y Miguel cruzan el local hasta una habitaci¨®n sin luz donde los cuerpos dejan de tener rostro y solo se distinguen siluetas y jadeos. El olor vuelve a producir v¨¦rtigo, como si el suelo se hundiera. La sala es peque?a y en su interior se aprietan 12 personas. Clara y Miguel recorren el espacio erguidos, con paso firme, mirando aqu¨ª y all¨¢. Se detienen junto a un cuarteto (tres hombres y una mujer) en ¨¦xtasis. Miguel se hace un hueco entre las sacudidas. La mujer, desnuda y bamboleante, lo mira, lo agarra, lo besa, desabotona su camisa y su bragueta. Uno de los hombres pasa su mano por la tripa de Clara. Pero ella la aparta. Por muy reducido que sea el espacio, un no aqu¨ª es un no. Aunque, por supuesto, los c¨®digos de respeto en un local de intercambio se miden a un palmo de distancia. Rezuman. Salpican. Y el hombre sigue ah¨ª de pie, jadeante. Clara se apoya contra la pared y mira con naturalidad c¨®mo su chico agarra la melena de la mujer desconocida por detr¨¢s de la nuca. A su izquierda, otra mujer se arrodilla frente a su pareja. Unos gemidos r¨ªtmicos llenan la estancia. Son las dos de la madrugada. Comienza el primer encuentro de la noche.
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