La hora de la doctrina Obama
El presidente de Estados Unidos tiene la necesidad y la oportunidad de dise?ar su propia estrategia en Oriente Pr¨®ximo
En las ¨²ltimas horas de su presidencia, el jueves pasado, Hosni Mubarak llam¨® a un buen amigo de muchos a?os en Israel y le confes¨® su decepci¨®n con Estados Unidos por dejarle caer irresponsablemente sin considerar el enorme riesgo de que Egipto se precipitase en manos del extremismo y de que todo Oriente Pr¨®ximo saltase en pedazos.
El episodio, recogido por The Wall Street Journal , coincide con lo que Mubarak hab¨ªa declarado p¨²blicamente unos d¨ªas antes a la cadena ABC: "Obama no conoce la cultura egipcia". Y es consecuente, sobre todo, con el argumento que le ha permitido permanecer en el poder durante treinta a?os y sobre el que Estados Unidos ha construido su pol¨ªtica exterior a lo largo de ese mismo periodo.
Desde que Anuar el Sadat firm¨® la paz con Israel en 1979 la pol¨ªtica norteamericana en Oriente Pr¨®ximo ha girado en torno al papel que Egipto cumpl¨ªa como principal aliado norteamericano y como l¨ªder de un grupo de pa¨ªses supuestamente moderados -Arabia Saud¨ª, Emiratos ?rabes Unidos, Jordania...- que hac¨ªa de contrapeso a los formalmente radicales -Siria, Ir¨¢n Libia...-. Desde Ronald Reagan al propio Barack Obama, todos los presidentes norteamericanos han cortejado a Mubarak, que sucedi¨® a Sadat despu¨¦s de que ¨¦ste fuera asesinado en 1981, como el instrumento imprescindible para que esa pol¨ªtica sobreviviese.
Desaparecido Mubarak, hay que enterrar tambi¨¦n esa estrategia. Nadie sabe por cu¨¢l ser¨¢ sustituida. La revoluci¨®n egipcia ha sorprendido tanto en Washington como en cualquier otra parte del mundo. Obama ha ido improvisando sobre la marcha una reacci¨®n que, afortunadamente, le permite llegar al d¨ªa de hoy con un considerable margen de actuaci¨®n en Egipto. Pero no existe un plan para el futuro ni las m¨¢s m¨ªnimas garant¨ªas de que los intereses norteamericanos y occidentales ser¨¢n salvaguardados en Oriente Pr¨®ximo.
Probablemente el cambio al que Obama se refiri¨® en su declaraci¨®n tras la ca¨ªda de Mubarak sea precisamente ese: que el mundo deja de moverse en funci¨®n de los intereses de Estados Unidos o de cualquier otro. Quiz¨¢ la ¨²nica estrategia factible en estos momentos es la de aceptar elegantemente lo que cada pueblo decida. "Estados Unidos no tendr¨¢ m¨¢s remedio que aceptar el resultado de unas futuras elecciones en Egipto, tanto si le gusta como si no le gusta; no hay otra alternativa", afirma el veterano diplom¨¢tico Nicholas Burns, ahora profesor en la universidad de Harvard.
?Es este, por tanto, el comienzo de una nueva era democr¨¢tica o una ilusi¨®n infantil que se desvanecer¨¢ en unas semanas? Nadie lo sabe. Como pocas veces ocurre en la historia, la revoluci¨®n egipcia ha abierto un escenario impredecible. En funci¨®n del rumbo que emprenda el nuevo Egipto, antes de que el a?o acabe podr¨ªamos ver en enorme ventaja al bando radical, si Jordania, Marruecos o la Autoridad Palestina caen en manos del extremismo, o exactamente lo contrario, si son los reg¨ªmenes de Ir¨¢n, Siria o Argelia los derrocados.
El vac¨ªo de poder en Egipto ha dado paso tambi¨¦n a un vac¨ªo de pron¨®sticos en toda la regi¨®n. Nadie est¨¢ libre de riesgo. Nadie tiene tampoco ventaja. Ese vac¨ªo constituye un gran riesgo en un territorio explosivo de por s¨ª, pero tambi¨¦n es una enorme oportunidad para que Obama pueda dise?ar su propia estrategia, libre de las ataduras de tres d¨¦cadas. El discurso de El Cairo de 2009 fueron hermosas palabras seguidas de una pol¨ªtica rutinaria en Oriente Pr¨®ximo. Puesto que esa rutina ya no vale, esta es la hora de honrar esas palabras y crear un marco nuevo para las relaciones con el mundo ¨¢rabe.
Pese a toda la incertidumbre creada, la revoluci¨®n egipcia aporta tambi¨¦n numerosos datos para el optimismo. En primer lugar el ¨¦xito de esta revoluci¨®n es la negaci¨®n de que, como asegura Bin Laden, el uso de la violencia es imprescindible para derrocar Gobiernos autoritarios sostenidos por Occidente. J¨®venes egipcios desarmados han hecho m¨¢s, en ese sentido, en 18 d¨ªas que cientos de miles de soldados norteamericanos que han combatido durante diez a?os a Al Qaeda en Irak y Afganist¨¢n.
En segundo lugar, el movimiento triunfante el 11-F demuestra que, cuando no hay intervenci¨®n y manipulaci¨®n exterior, cuando se permite a un pueblo expresar sus opiniones de forma independiente, prevalece el deseo mayoritario de prosperidad y libertad, no los radicalismos ideol¨®gicos o el odio.
Por ¨²ltimo, el pueblo egipcio le ha dado una lecci¨®n a Estados Unidos sobre c¨®mo construir sus alianzas. La vieja doctrina de que cualquier tirano es v¨¢lido si cumple fielmente las ¨®rdenes de Washington ha sido barrida. Un r¨¦gimen definido como "estable" por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hace poco m¨¢s de dos semanas ha ca¨ªdo de un soplido. El ejemplo de Egipto obliga a Obama a buscar alianzas sustentadas en el respaldo popular; cualquier otra cosa no solo ser¨ªa desaconsejable sino, a la larga, suicida.
Estados Unidos a¨²n cuenta en Egipto con la importante baza del ej¨¦rcito, sobre el que posee una poderos¨ªsima influencia. Pero utilizar al ej¨¦rcito, como aconsejan algunos halcones en Washington, para contradecir el deseo expresado por el pueblo y conducir la revoluci¨®n hacia un camino plenamente al gusto norteamericano, seguramente arruinar¨ªa para siempre el prestigio que le pueda quedar a Estados Unidos.
Es el momento de una gran audacia. Es comprensible el v¨¦rtigo que la Casa Blanca sentir¨¢ al dise?ar una nueva estrategia en una regi¨®n en la que est¨¢ en juego la existencia de Israel y las mayores reservas de petr¨®leo del mundo. Pero, como dice Burns, no hay alternativa.
Para Barack Obama es el momento de ser consecuentes. No se puede seguir patrocinando para los ¨¢rabes sistemas contrarios a los que se defienden en casa. Obama no tiene alternativa para la democratizaci¨®n, pese a los Hermanos Musulmanes, pese a los peligros para la monarqu¨ªa saud¨ª, pese al l¨®gico pavor desatado en Israel. Es el momento de inventar la doctrina Obama.
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