Obiang y nosotros
La inexplicable visita del presidente del Congreso, Jos¨¦ Bono, y otros parlamentarios espa?oles a Guinea Ecuatorial coincidi¨® en el tiempo con la ca¨ªda de Hosni Mubarak. Esta casualidad nada tendr¨ªa de extraordinario si no fuera porque vino a recordar que la comunidad internacional ha mantenido hacia los dictadores ¨¢rabes la misma condescendencia, exactamente la misma que hacia los africanos. Como aquellos, tambi¨¦n estos llevan d¨¦cadas embarcados en transiciones pol¨ªticas que no avanzan, organizan farsas electorales que son acogidas como peque?os pasos en la buena direcci¨®n, roban, torturan y fusilan mientras reciben a mandatarios que, con modos exquisitos, intentan persuadirlos de que no lo hagan o lo hagan menos, no tanto porque sea un crimen sino porque produce esc¨¢ndalo.
Ahora que los tunecinos y los egipcios han demostrado algo que parec¨ªa no necesitar demostraci¨®n, como es que los seres humanos tienen derecho a la prosperidad y la libertad sin importar el lugar ni la tradici¨®n en las que nacen, es buen momento para reconocer que, junto a las sonoras declaraciones defendiendo la democracia, la comunidad internacional lleva demasiado tiempo escribiendo entre susurros una historia diferente. Es la historia de las excepciones, la historia de los argumentos, rid¨ªculos de puro falaces, con los que se ha tratado de justificar que la tiran¨ªa es la ¨²nica soluci¨®n para algunos pa¨ªses y regiones. Incluso, para algunas razas.
Se dijo de Am¨¦rica Latina, cuando en los a?os sesenta del pasado siglo se dictamin¨® que la alternativa a los espadones con entorchados militares eran los espadones con boina y uniforme verde olivo, y viceversa. Se dijo de los pa¨ªses ¨¢rabes cuando, desaparecido el imperio sovi¨¦tico, la geoestrategia se inspir¨® en la teolog¨ªa y describi¨® como "mundo musulm¨¢n" la realidad pol¨ªtica que se extiende entre el Atl¨¢ntico y el Golfo P¨¦rsico, una abigarrada concentraci¨®n de dictaduras de todo signo. Se dijo de ?frica y de los africanos, unos seres en ocasiones roussonianos, y en ocasiones hobbesianos, a los que la pobreza priva, incluso, del derecho a analizar sus problemas en t¨¦rminos pol¨ªticos, de modo que una matanza perpetrada por un s¨¢trapa se convierte en una "cat¨¢strofe humanitaria", como si fuera una tormenta ca¨ªda del cielo. Se empieza a decir de los chinos, sacrificados al becerro de su econom¨ªa emergente.
Obiang Nguema Mbasogo, el presidente de Guinea Ecuatorial, lleva en el poder desde el 3 de agosto de 1979, despu¨¦s de derrocar a Mac¨ªas Nguema, su t¨ªo. La transici¨®n pol¨ªtica en la que dice estar comprometido desde 1992 ha dado como resultado hasta el momento un Parlamento de cien miembros en el que solo se sienta un miembro de la oposici¨®n, unos Ayuntamientos enteramente controlados por su partido y unas cuantas elecciones presidenciales en las que siempre ha revalidado su mandato con unos porcentajes de voto que hacen palidecer a los de Bulgaria. Desde que un grupo de compa?¨ªas norteamericanas descubriera un mar de petr¨®leo en las mismas aguas en las que, por cierto, las compa?¨ªas espa?olas apenas encontraron en a?os de prospecciones un yacimiento no mayor que los que el franquismo hall¨® frente a Tarragona, la corrupci¨®n alcanza unas dimensiones que ha puesto en alerta a los organismos econ¨®micos internacionales. Hace unos meses, el r¨¦gimen guineano ejecut¨® sumariamente a cuatro ciudadanos, privados de juicio justo, de defensa solvente y de tiempo material para recurrir una sentencia tan despiadada.
Esta es la Guinea Ecuatorial que, en una misi¨®n de diplomacia parlamentaria para promover los intereses econ¨®micos espa?oles, han visitado el presidente del Congreso, Jos¨¦ Bono, y otros tres diputados. Esta es la Guinea Ecuatorial en la que, adem¨¢s, el jefe de la delegaci¨®n espa?ola le ha dicho a Obiang Nguema Mbasogo que son m¨¢s las cosas que nos unen que la que nos separan. ?A qui¨¦n o qui¨¦nes representa ese nosotros de la frase? ?Cu¨¢les son exactamente esas cosas que nos unen, puesto que conocemos demasiado bien las que nos separan? Responder recurriendo a los t¨®picos de la lengua y la historia es tanto como olvidar, en nombre de no se sabe qu¨¦ criterio, que una misma lengua sirve para redactar una pena de muerte o una Constituci¨®n democr¨¢tica, y que la historia no es un confortable sal¨®n que exija departir, regocij¨¢ndose en los avatares del pasado, a quienes sojuzgan a su pueblo y a quienes han sido elegidos por ¨¦l. No por ser pobres, no por ser africanos o, por decirlo con toda crudeza, no por ser negros, pesa ninguna condena sobre los guineanos que les obligue a padecer una dictadura como la de Obiang Nguema Mbasogo, con la condescendencia de Espa?a. Si con alguien son m¨¢s las cosas que nos unen que las que nos separan es con ellos, no con su tirano.
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