?Qu¨¦ hiciste aquel d¨ªa?
"Pas¨¦ la noche pegado a la radio, era una pesadilla"
Por JOS? LUIS RODR?GUEZ ZAPATERO. Presidente del Gobierno
Recuerdo el 23 de febrero de 1981 con mucha claridad: yo ten¨ªa 20 a?os y aquella tarde estaba en casa de mis padres en Le¨®n estudiando para un examen parcial de Hacienda P¨²blica y escuchaba de fondo la radio, porque emit¨ªan en directo el debate de investidura. As¨ª que pude o¨ªr en directo, en medio de la votaci¨®n, los disparos y los primeros momentos de confusi¨®n. R¨¢pidamente me fui al despacho de mi padre para coment¨¢rselo, pero desde los primeros momentos tuve claro que nuestro pa¨ªs estaba haciendo frente a un golpe de Estado, a una situaci¨®n extremadamente grave.
A partir de ah¨ª fue una tarde larga y complicada, sobre todo por la falta de noticias fiables en torno a la situaci¨®n; todo eran rumores. Recuerdo que mi padre se puso en contacto con amigos suyos, abogados y pol¨ªticos, y en todos hab¨ªa la misma gran inquietud. Pasamos la tarde en casa, intentando averiguar qu¨¦ estaba sucediendo; tengo todav¨ªa n¨ªtida en mi memoria la imagen de mi hermano, mi padre y yo intentando saber con todos los medios a nuestro alcance qu¨¦ estaba sucediendo. No dorm¨ª en toda la noche, pegado, como tantos espa?oles, a la radio.
Evidentemente, lo viv¨ª con desasosiego y con inquietud, no tanto por lo que pod¨ªa sucedernos personalmente, aunque mi familia siempre hab¨ªa manifestado abiertamente sus simpat¨ªas progresistas, sino, sobre todo, por lo que este golpe de Estado pod¨ªa significar para nuestro pa¨ªs. Era como una pesadilla que repet¨ªa los peores momentos de nuestra historia. Pero adem¨¢s sent¨ªa una enorme indignaci¨®n personal porque pensaba que estaban intentando hacer a nuestra generaci¨®n lo que ya hab¨ªan conseguido hacer a muchas generaciones de espa?oles: truncar nuestras esperanzas de desarrollo personal y colectivo, impedirnos vivir una vida plena de libertad; llenar de nubarrones un horizonte prometedor.
R¨¢pidamente empezamos a hacer cosas concretas para luchar por la Democracia, para manifestar nuestra repulsa por lo que hab¨ªa sucedido, porque entendimos que hab¨ªa que demostrar r¨¢pidamente en las calles y en todos los ¨¢mbitos el apoyo de la gente a la Constituci¨®n. As¨ª que en cuanto empez¨® el nuevo d¨ªa nos movilizamos, pude hablar por tel¨¦fono con algunos amigos de clase con inquietudes pol¨ªticas, j¨®venes que entonces tambi¨¦n compart¨ªan militancia, y organizamos un acto en el hall de la Facultad de Derecho bajo un cartel en el que se pod¨ªa leer: "?Viva la Constituci¨®n! En defensa de la Democracia".
Se sucedieron entonces numerosos actos de afirmaci¨®n democr¨¢tica y apoyo a las libertades, que significaron mucho para nosotros porque confirmaron que la gente no ten¨ªa miedo. Recuerdo que se produjo alg¨²n peque?o incidente porque algunos grupos, muy minoritarios, nos increparon, pero el ambiente general en las calles, en los centros p¨²blicos, en las facultades, era de solidaridad con nuestro incipiente sistema democr¨¢tico que, no lo olvidemos, todav¨ªa era muy joven.
Despu¨¦s de pasar ese d¨ªa participando en la organizaci¨®n de actos de defensa de la Democracia, el 27 de febrero fui a la gran manifestaci¨®n celebrada en medio de un emocionante clima de solidaridad, de respeto y de convicci¨®n democr¨¢tica y, tambi¨¦n, por qu¨¦ no decirlo, de alegr¨ªa colectiva. Creo que entre los miles de ciudadanos que estuvimos en la manifestaci¨®n se vivi¨® un ambiente dif¨ªcilmente repetible, que luego pudimos comprobar que se hab¨ªa extendido por todo el pa¨ªs. El pueblo espa?ol sal¨ªa a la calle para manifestarse p¨²blicamente en defensa de su Constituci¨®n: quer¨ªamos escribir nuestra propia historia y que nadie la escribiera por nosotros.
Treinta a?os despu¨¦s, creo que para los que entonces ¨¦ramos j¨®venes y empez¨¢bamos a descubrir la realidad de este pa¨ªs, su pol¨ªtica y su historia, ese 23-F supuso el convencimiento de que, por encima de todas las resistencias y las dificultades, la lengua materna de nuestra generaci¨®n y de las siguientes era ya, irreversiblemente, la de la Democracia.
"Me pill¨® reci¨¦n acabada la 'mili' en Valencia"
Por MARIANO RAJOY. Presidente del Partido Popular
El 23-F me pill¨® en Pontevedra y no en Valencia por una cuesti¨®n de semanas. Acababa de terminar la mili, que pas¨¦ destinado precisamente en la Capitan¨ªa General de Valencia. De milagro no me convert¨ª en testigo directo del estado de excepci¨®n dictado por Milans.
La noticia la conoc¨ª en el momento en que se produjo, por la radio, mientras me estaba cortando el pelo. Aquella no era una sesi¨®n parlamentaria m¨¢s y los medios la estaban retransmitiendo en directo. Sal¨ª de la peluquer¨ªa y me fui a casa; a partir de ese momento ya me qued¨¦ enganchado a la radio durante toda la jornada, segu¨ª tambi¨¦n en directo el mensaje del Rey y todo lo que sucedi¨® en las inmediaciones del Congreso de los Diputados.
Mi primera impresi¨®n fue una mezcla de sorpresa, confusi¨®n y profunda incredulidad: no me pod¨ªa creer lo que estaba pasando. Luego vino el temor a regresar a una ¨¦poca de atraso brutal e incluso un cierto bochorno por aquellas im¨¢genes de Espa?a que estaban viendo en todo el mundo.
Pasado el primer impacto de la noticia, vi claro que aquello no pod¨ªa triunfar. Como tantos otros millones de espa?oles sal¨ª a manifestar mi apoyo a la democracia despu¨¦s de la intentona. Unos cuantos meses despu¨¦s, a finales de aquel mismo a?o, comenc¨¦ a dedicarme en serio a la pol¨ªtica.
Una vuelta por detr¨¢s del Congreso
Por ESPERANZA AGUIRRE. Presidenta de la Comunidad de Madrid
El 23 de febrero de 1981 yo llevaba ya cinco a?os como funcionaria del Ministerio de Comercio y Turismo (hab¨ªa ingresado en el
Cuerpo de T¨¦cnicos de Informaci¨®n y Turismo en enero de 1976) y era jefa del Servicio de Publicidad de la Secretar¨ªa de Estado de Turismo, que ten¨ªa las oficinas en el edificio de Alcal¨¢, 44. Y all¨ª estaba cuando se produjo el asalto al Congreso.
Recuerdo que, al o¨ªr la noticia, me fui con tres compa?eros y amigos del Cuerpo, Ignacio Vasallo, Amado Gim¨¦nez y Paloma Notario, a dar una vuelta por la parte de atr¨¢s del Congreso de los Diputados, que est¨¢ muy cerca. All¨ª vimos que hab¨ªa un cord¨®n de la polic¨ªa y decidimos irnos al C¨ªrculo de Bellas Artes para, desde all¨ª, seguir las informaciones. Estuvimos entre el c¨ªrculo y la oficina hasta que nos enteramos de que el Rey hab¨ªa grabado un mensaje y, pasadas las diez, nos fuimos a nuestras casas a escucharlo.
Todos los de mi familia, adem¨¢s, segu¨ªamos lo que estaba pasando con un inter¨¦s a?adido porque mi t¨ªo Ignacio Aguirre, que era Secretario de Estado de Turismo, fue uno de los que formaron parte de la llamada Comisi¨®n de Subsecretarios, que actu¨®, de facto, como Consejo de Ministros, ya que los ministros estaban secuestrados en el Congreso.
El d¨ªa en que mam¨¢ se puso al mando
Por CARME CHAC?N. Ministra de Defensa
A¨²n no hab¨ªa cumplido 10 a?os, pero conservo n¨ªtidos algunos recuerdos. Llegu¨¦ del colegio con mi hermana peque?a y encontr¨¦ a mi madre pegada a la radio, temerosa. Mi padre trabajaba en Almer¨ªa y emprendi¨® r¨¢pido trayecto hacia Barcelona para reunirse con nosotras; llam¨® m¨¢s tarde diciendo que no pod¨ªa cruzar Valencia. Ah¨ª supe de los tanques en la calle. Y que lo que tuviera que ser, ser¨ªa sin mi padre. Mi madre se puso al mando y nos organiz¨® a mi hermana y a m¨ª para empaquetar libros y documentos que intu¨ª comprometedores, peligrosos para los tiempos que se avecinaban. La llegada de mi avi [abuelo] aclar¨® las cosas: sucediera lo que sucediera, no nos mover¨ªamos de Barcelona. No pensaba volver a refugiarse en Francia; ¨¦l se har¨ªa cargo de nosotras. Tambi¨¦n nos asegur¨® que no ocurrir¨ªa nada grave. Nos infundi¨® una seguridad que entonces me convenci¨® a medias y que ahora recuerdo forzada, fingida. La aparici¨®n del Rey en televisi¨®n es el ¨²ltimo recuerdo y est¨¢ asociado a una explosi¨®n de alegr¨ªa.
Hoy, 30 a?os despu¨¦s, nuestras Fuerzas Armadas son la instituci¨®n m¨¢s valorada por los espa?oles. Es en ese magn¨ªfico recorrido democr¨¢tico donde yo las he conocido: primero en Bosnia, en 1996, y despu¨¦s en mis once a?os como parlamentaria. Hoy tengo el privilegio de dirigir el Ministerio de Defensa.
"Estuvimos muy cerca del desastre"
Por JULIO RODR?GUEZ. Jefe del Estado Mayor de la Defensa
Qu¨¦ noche la de aquel d¨ªa!
Ese d¨ªa estaba de servicio en la base a¨¦rea de Manises. Era capit¨¢n y, como piloto de Mirage III, estaba prestando servicio de alerta en el barrac¨®n de alarma donde siempre est¨¢bamos preparados para salir al aire en menos de 15 minutos, como parte integrante del Sistema de Defensa A¨¦rea.
Mi primera reacci¨®n, cuando me comunic¨® el suboficial de servicio lo que ocurr¨ªa en el Congreso de los Diputados, fue de sorpresa. Al conectar la radio (local) y escuchar solamente m¨²sica militar y el bando de Milans del Bosch, que era emitido cada media hora, vi claro que todo apuntaba hacia un golpe de Estado de libro. Despu¨¦s, cuando fuimos capaces de sintonizar radios de Madrid y extranjeras, donde se dec¨ªa que la situaci¨®n en el resto de Espa?a no era la de Valencia, nos tranquilizamos un poco.
O¨ªr esa informaci¨®n y el anuncio en TVE (por parte de I?aki Gabilondo, Rosa Mar¨ªa Mateo, etc¨¦tera) de que el Rey iba a emitir un mensaje ayud¨® a relajar el ambiente.
Mis sentimientos iniciales fueron de mucha preocupaci¨®n. La situaci¨®n en la ciudad de Valencia era tensa, las cabinas telef¨®nicas de la base, llenas de monedas, se bloquearon y ten¨ªamos una sensaci¨®n de aislamiento.
Despu¨¦s, tras el mensaje del Rey, algo m¨¢s de tranquilidad, y finalmente, cuando todo termin¨®, una sensaci¨®n de que hab¨ªamos estado muy cerca del desastre. Un desastre del que nos salvaron comportamientos muy dignos, siendo el de Su Majestad el Rey fundamental.
"Me dije: nunca estar¨¦ de su lado"
Por F?LIX SANZ ROLD?N. Director del CNI
Siempre he pensado que la historiograf¨ªa sobre el 23-F, tan abundante en lagunas de detalle como certera en la reconstrucci¨®n general de cuanto aconteci¨®, ha dedicado a¨²n poco esfuerzo a se?alar el comportamiento de los capitanes aquella tarde-noche. Cualquiera que conozca m¨ªnimamente c¨®mo funciona y se organiza la milicia sabr¨¢ que un capit¨¢n, principalmente en el Ej¨¦rcito de Tierra, posee una enorme autoridad moral y efectiva sobre su compa?¨ªa; bater¨ªa en mi caso, pues soy oficial de Artiller¨ªa. Aquella tarde, el comportamiento de la inmensa mayor¨ªa de los capitanes fue de lealtad absoluta a la Corona y a la Constituci¨®n, y de respeto a nuestra cadena de mando, lo que hac¨ªa presagiar el fracaso de aquella intentona, ajena en mucho a nuestras principales virtudes.
El 23 de febrero de 1981 yo era uno de esos capitanes. Serv¨ªa en el Grupo de Artiller¨ªa Autopropulsada XI, parte de la Divisi¨®n Acorazada "Brunete", y estaba, con mis hombres, de maniobras en el campo de San Gregorio (Zaragoza). Cuando recib¨ª la noticia de lo que pasaba en el Congreso, orden¨¦ el repliegue a nuestro campamento. No he podido olvidar la mirada de mis subordinados que, a pesar de su inquietud, mostraban confianza en mis decisiones. Les mantuve informados y en alerta, y cuando pudimos escuchar en una peque?a radio a pilas el mensaje de nuestro Comandante Supremo, mont¨¦ el servicio de seguridad y les orden¨¦ descansar.
Al d¨ªa siguiente me indign¨¦ al ver las im¨¢genes de guardias civiles, de uniforme, entre ellos un teniente coronel, zarandeando a un teniente general en el Hemiciclo del Congreso, al que no le guardaban el respeto que exige la Ordenanza. "Nunca estar¨¦ de su lado", me dije. Al volver de maniobras supe que muchos compa?eros capitanes sintieron lo mismo.
"Sent¨ª perplejidad y asombro"
Por FULGENCIO COLL. Jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito de Tierra
Ese d¨ªa estaba en Barcelona. Ten¨ªa 32 a?os, era capit¨¢n y mandaba la Compa?¨ªa de Operaciones Especiales n.? 41. En aquella hora hab¨ªa finalizado la jornada y me encontraba en casa.
Antes de nada he de decir que la noticia me lleg¨® a trav¨¦s de mi vecino, el coronel del Regimiento. Recuerdo que me coment¨®: f¨ªjate, mira qu¨¦ barbaridad est¨¢ pasando, y que poco despu¨¦s, al perder la se?al de TV, me pidi¨® si ten¨ªa un transistor y se lo dej¨¦.
Sent¨ª perplejidad y asombro. Recuerdo que esa misma tarde, se me acerc¨® un brigada de la COE [Compa?¨ªa de Operaciones Especiales]que tambi¨¦n viv¨ªa cerca de casa y me pregunt¨® si necesitaba algo, para a continuaci¨®n decirme que conoc¨ªa en un pueblo cerca de Barcelona a un antiguo soldado de operaciones especiales, muy bueno, cintur¨®n negro de karate y relacionado con los socialistas, que quer¨ªa saber si le pod¨ªa recibir.
Nos vimos y ante su preocupaci¨®n por la situaci¨®n, le dije que aquello al d¨ªa siguiente habr¨ªa terminado, porque ni pod¨ªamos ni quer¨ªamos una aventura como esa.
Es m¨¢s, me jugu¨¦ una cena que gan¨¦... y que a¨²n estoy esperando.
Cuando se nos acab¨® el tabaco
Por JOS? BONO. Presidente del Congreso
Aquella tarde estaba en el pleno del Congreso, en mi puesto de secretario cuarto de la Mesa. Antes de que irrumpiese Tejero, se escuch¨® un disparo, que muchos atribuimos a un portazo, porque no pod¨ªamos concebir que alguien disparase en la casa de la soberan¨ªa popular. Pero era un tiro y se produjo en el pasillo de entrada al hemiciclo. Cuando entr¨® Tejero pens¨¦: "Es Ynestrillas". Hab¨ªa visto una foto de la Operaci¨®n Galaxia en la que estaban juntos y, como Tejero no era entonces tan famoso, lo confund¨ª. De lo que no tuve duda alguna desde el primer instante es de que aquello era un golpe de Estado. No me pas¨® como a la mujer de un diputado socialista, que sali¨® del Congreso despu¨¦s del asalto y llam¨® a mi esposa para tranquilizarla. "No te preocupes que cuando yo sal¨ªa ya entraba la Guardia Civil", le dijo.
Recuerdo que los miembros de la mesa pod¨ªamos ir al ba?o sin pedir permiso. Los dem¨¢s diputados ten¨ªan que salir acompa?ados por un agente armado. Tanto es as¨ª que Miguel ?ngel Mart¨ªnez tuvo que decirle al guardia civil que le escoltaba: "O retira usted la escopeta de ah¨ª o no me la encuentro".
A nosotros, por un raro privilegio, nos dejaban ir al servicio siempre que quer¨ªamos y yo aprovechaba para hacerlo cuando sal¨ªan los ministros, en la creencia de que coincidiendo en los urinarios podr¨ªa obtener una informaci¨®n m¨¢s valiosa. Pero no fue as¨ª.
Aunque ahora nos choque, entonces se pod¨ªa fumar en el hemiciclo. Cuando se nos acab¨® el tabaco, solo nos quedaban los celtas cortos de G¨®mez Llorente, que no le gustaban ni a Landelino ni a casi a nadie de la Mesa. As¨ª que le ped¨ª permiso al guardia que ten¨ªa al lado para ir a buscar un cart¨®n de Winston a mi despacho. Subimos y, una vez all¨ª, me dijo si pod¨ªa llamar a su esposa. "Como usted comprender¨¢", le respond¨ª, "a los secuestrados no se les pide permiso". Le pas¨¦ el tel¨¦fono y dijo: "Mar¨ªa, estoy en el Palacio de la Moncloa..." Cuando lo escuch¨¦ me qued¨¦ espantado.
Aislados y sin noticias de lo que suced¨ªa en el exterior, tem¨ª que, en un macabro juego de la oca, los salvapatrias nos metieran otra vez en el pozo de la historia. Afortunadamente no fue as¨ª. Supe que el golpe hab¨ªa fracasado a trav¨¦s de EL PA?S. Una de las veces que fui al ba?o un guardia estaba hojeando un peri¨®dico y, cuando pas¨¦ a su lado, lo cerr¨®. Pude leer el titular que dec¨ªa: "El Pa¨ªs, con la Constituci¨®n".
A mi regreso al hemiciclo, inform¨¦ a Landelino y a todos los dem¨¢s de lo que hab¨ªa le¨ªdo en el peri¨®dico.
Pero aquello pudo acabar muy mal. Acab¨¢bamos de hacer un seguro de vida para los diputados y Leopoldo Torres, en un rasgo de humor negro, me pas¨® un papel en el que hab¨ªa escrito: "350 por 10
=3.500 millones. La ruina de la Uni¨®n y el F¨¦nix".
Los tanques y el pa¨ªs maldito
Por PASCUAL SALA. Presidente del Tribunal Constitucional
El 23 de febrero de 1981 era yo magistrado de lo contencioso-administrativo de la entonces Audiencia Territorial de Valencia. La tarde de ese d¨ªa hab¨ªa llevado a mi hijo al oculista y al volver a mi casa, sobre media tarde, el encargado del garaje me dio la noticia de que ETA hab¨ªa entrado en el Congreso de los Diputados. Me pareci¨® inveros¨ªmil y sub¨ª a mi piso extra?ado por lo confuso de la informaci¨®n. La preocupaci¨®n vino nada m¨¢s entrar en mi casa y decirme mi mujer, muy alterada, que unos guardias civiles hab¨ªan entrado en el Congreso y secuestrado a los diputados. Efectivamente, en televisi¨®n pude comprobar esta realidad al observar las im¨¢genes de todos conocidas. Percib¨ª la gravedad de la situaci¨®n y la realidad de que se hab¨ªa producido un golpe de Estado en Madrid, aunque, en el momento, sin tener conocimiento de cu¨¢l era su alcance y extensi¨®n. Intent¨¦ in¨²tilmente contactar telef¨®nicamente con mis amigos y compa?eros de Madrid, y buscando por la radio pude o¨ªr desde una emisora valenciana el bando del general Milans del Bosch declarando el estado de excepci¨®n, reproducci¨®n del que acompa?¨® la sublevaci¨®n de Franco contra la Rep¨²blica en julio de 1936. Entonces, y poco despu¨¦s de escuchar en una ciudad con las calles vac¨ªas el ruido de los carros de combate tomando posiciones, comprend¨ª la magnitud del golpe, que aparentemente parec¨ªa, al menos desde Valencia, muy extendido.
Sent¨ª que una vez m¨¢s se frustraba en Espa?a la posibilidad de un Estado democr¨¢tico, como era el instaurado por la Constituci¨®n de 1978 despu¨¦s de una dictadura de 40 a?os y que al margen de la represi¨®n que se avecinaba -los antecedentes no dejaban lugar para la duda-, parec¨ªamos un pa¨ªs maldito en vez de un Estado a punto de incorporarse a realidades tan palpables como las de las comunidades europeas, garantizadoras de progreso, democracia y reconocimiento internacional.
Menos mal que tras la intervenci¨®n del Rey y las noticias que entonces s¨ª pude recibir de Madrid, y algunas antes de Catalu?a, el golpe, localizado finalmente en Valencia, hab¨ªa sido abortado. Claro que hay que recordar que en mi ciudad dur¨® hasta las 5 de la ma?ana del d¨ªa siguiente.
Lo importante, a mi juicio, fue la reacci¨®n popular un¨¢nime que se produjo d¨ªas despu¨¦s con masivas manifestaciones en toda Espa?a en defensa de la Constituci¨®n y la democracia. Fue impresionante c¨®mo acudimos a ellas -yo en Valencia, claro- acompa?ados de nuestros hijos y c¨®mo aprendimos a valorar nuestra Constituci¨®n como instrumento absolutamente necesario para nuestra convivencia y, a¨²n m¨¢s, nuestra subsistencia.
"Las horas transcurr¨ªan despacio"
Por CARLOS D?VAR BLANCO. Presidente del Supremo y del CGPJ
Recuerdo que el 23 de febrero de 1981 era titular del Juzgado Central de Instrucci¨®n n? 4 de la Audiencia Nacional y me en
contraba en mi despacho cuando tuve noticia de lo sucedido en el Congreso de los Diputados durante la sesi¨®n de investidura de D. Leopoldo Calvo-Sotelo.
Ante la gravedad de los hechos, decid¨ª permanecer en el Juzgado para poder atender inmediatamente cualquier actuaci¨®n que, como juez, pudiera plantearse para la aplicaci¨®n de la Constituci¨®n y de la legalidad entonces vigente.
En esa ¨¦poca -a?o 1981- el Consejo General del Poder Judicial ocupaba las ¨²ltimas plantas del mismo edificio en el que estaban los Juzgados Centrales de Instrucci¨®n, en la calle Garc¨ªa Guti¨¦rrez esquina con G¨¦nova (Madrid); su entonces presidente, Federico Carlos Sainz de Robles, regres¨® apresuradamente desde Mallorca, donde se encontraba de visita oficial en los tribunales de Baleares, y me mantuve en contacto con ¨¦l as¨ª como con el vocal, hoy magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Andr¨¦s Mart¨ªnez Arrieta, a quien hab¨ªa conocido al coincidir nuestro destino judicial anterior en el Pa¨ªs Vasco.
El Consejo fue la primera instituci¨®n que emiti¨® esa misma noche un comunicado en defensa de la Constituci¨®n y en apoyo de la legalidad que se pretend¨ªa subvertir; las largas horas transcurr¨ªan despacio y, en un sal¨®n de la planta 4?, junto a la biblioteca, seguimos en televisi¨®n la intervenci¨®n de Su Majestad el Rey; a partir de ese momento el panorama empez¨® a despejarse y, poco a poco, la normalidad se fue recuperando.
Prism¨¢ticos para vigilar el cuartel
Por BALTASAR GARZ?N. Consultor de la Corte Penal Internacional
Nada fue lo mismo despu¨¦s del 23 de febrero de 1981 para los espa?oles. Todos vivimos desde una u otra posici¨®n aquel aciago d¨ªa en el que la alta bota y la larga mano del fascismo estuvieron a punto de retomar la direcci¨®n de nuestro pa¨ªs.
Se ha escrito mucho del c¨®mo, del qui¨¦n y del porqu¨¦, pero siempre ser¨¢ insuficiente porque, a pesar de las investigaciones judicial, period¨ªstica e hist¨®rica, siempre habr¨¢ unas zonas menos n¨ªtidas que otras en torno a un hecho que durante unas horas nos transport¨® al arcano m¨¢s rancio y cuartelero de Espa?a.
Aquel fue para m¨ª un d¨ªa como cualquier otro. Se cumpl¨ªan exactamente diez d¨ªas de mi toma de posesi¨®n en mi primer destino, Valverde del Camino (Huelva). Despu¨¦s de la celebraci¨®n de los carnavales, apenas hab¨ªa comenzado a examinar los miles de casos acumulados en un juzgado sin titular desde hacia casi dos a?os cuando esa tarde mi colega Fernando Tes¨®n, juez de Aracena (Huelva) y con iguales d¨ªas de antig¨¹edad, me llam¨® y me dijo: "Tejero ha entrado en el Congreso".
Si tengo que decir la verdad, inicialmente no le di demasiado cr¨¦dito, pero la seriedad de Fernando me hizo comprender que era cierta la noticia. Despu¨¦s de un ?joder! arrastrado en la s¨ªlaba final, nos quedamos en silencio y ambos decidimos, pasadas las seis de la tarde, irnos a los respectivos domicilios para esperar acontecimientos.
Guard¨¦ algunos papeles, principalmente aquellos que no ten¨ªan que ver con el juzgado, y me fui r¨¢pido hasta el piso que hab¨ªamos alquilado d¨ªas antes.
La terraza de la casa estaba en l¨ªnea recta con el cuartel de la Guardia Civil. Lo primero que hice fue agarrar unos prism¨¢ticos, siempre con el transistor al lado y la televisi¨®n encendida, y me puse a observar los movimientos que se hac¨ªan en el cuartel. Tengo que reconocer que no fueron anormales, ni sospechosos. Me imagino que estaban tan sorprendidos como yo. As¨ª me lo dijo d¨ªas despu¨¦s el capit¨¢n de la l¨ªnea.
Lo cierto y verdad es que mientras los vecinos iban llegando para quedarse en nuestro piso al creer que con el juez de instrucci¨®n estar¨ªan m¨¢s seguros, yo pensaba que, despu¨¦s de tanto esfuerzo de mis padres y m¨ªo para llegar a ser juez, tan solo diez d¨ªas despu¨¦s se iba a terminar, si triunfaba el golpe, porque no me ve¨ªa yo juzgando a personas en una dictadura. Nunca lo habr¨ªa hecho.
Afortunadamente no fue as¨ª y pas¨® aquella tarde-noche en la que las libertades reci¨¦n conquistadas estuvieron al borde del abismo.
La cordura y la firmeza del pueblo espa?ol se impusieron por encima de aquellos golpistas de opereta que casi acaban, antes de que naciera, con la esperanza de todo un pueblo. Me quedan de aquellos d¨ªas dos certezas y una duda. En cuanto a las primeras: la defunci¨®n de los m¨¦todos fascistas para gobernar y la convicci¨®n de que la fortaleza de los ciudadanos unidos puede evitar, cuando quiere, la humillaci¨®n violenta de unos pocos. Y la duda de si la justicia hizo todo lo posible para sancionar severamente a los culpables.
De lo que no cabe duda es que aquel hecho, finalmente, nos fortaleci¨® a todos y nos dot¨® de nuevas energ¨ªas, frente a quienes todav¨ªa dudaban de la democracia, para continuar. Hoy, 30 a?os despu¨¦s, no debemos olvidar que el bacilo de la peste (el fascismo), como dec¨ªa Camus, puede estar por siglos latente para reaparecer en cualquier momento y adue?arse de todo.
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