El cheque y la hormiga
Al espa?ol que abre una cuenta bancaria en Francia le llaman la atenci¨®n, sobre todo, tres cosas: la primera es la escrupulosidad con la que los directores de sucursal conceden un cr¨¦dito inmobiliario. Hace a?os, cuando en Espa?a a uno le daban alegremente el 120% de lo que costaba el piso (?ay! ?qu¨¦ tiempos los de la burbuja!), los estrictos banqueros franceses no otorgaban m¨¢s de un innegociable 66%. Ahora es exactamente lo mismo.
La segunda es la obsesi¨®n por el ahorro del cliente, a veces a pesar del cliente mismo: a los pocos meses de que este corresponsal abriera una cuenta, una responsable del banco, algo extra?ada del comportamiento mercantil de quien esto escribe, concert¨® una cita y le solt¨® lo siguiente: "Usted ahorra muy poco, monsieur". Tras las explicaciones improvisadas ("la vida est¨¢ achuchada, se?ora; criar dos hijos cuesta mucho; soy un poco despistado"), insisti¨®: "Deber¨ªa tener un plan de ahorro, como la mayor¨ªa de los clientes". No lo dec¨ªa por decir: la tasa de ahorro de Francia es de las m¨¢s elevadas de Europa. Un pa¨ªs de hormiguitas, dicen ellos.
En Francia los bancos no prestan m¨¢s del 66% del valor del piso
Los franceses ahorran; gracias a eso el consumo no se ha desplomado
La tercera: junto al contrato de apertura, le endosan al cliente dos chequeras enormes que uno cree, err¨®neamente, que jam¨¢s usar¨¢.
Las dos primeras caracter¨ªsticas influyen en la econom¨ªa: la buena salud financiera de los franceses y la alta capacidad de ahorro permiti¨®, por ejemplo, que el consumo no se desplomara en los peores a?os de la crisis. No hay estudios sobre lo que influyen los cheques en la econom¨ªa, pero si alguien quiere hacer uno, que venga a Francia: los franceses firman el 62% de todos los cheques que circulan por Europa. Un franc¨¦s utiliza al a?o, de media, 100. Un espa?ol, 10.
Para qu¨¦ negarlo. Uno se aficiona al final: son imbatibles en el pago al fontanero o al electricista. Pero en Francia tambi¨¦n se usan mucho para abonar el comedor de los ni?os en el colegio, o los cursos especiales, o en restaurantes. No es extra?o que en la cola del supermercado un cliente tarde m¨¢s de cinco minutos en rellenar parsimoniosamente un cheque mientras todos lo dem¨¢s esperan sin impacientarse mucho porque lo consideran algo natural. Tambi¨¦n hay aut¨¦nticos maestros del pago diferido: seres especiales que especulan con los d¨ªas que tarda el cheque que acaban de firmar en cobrarse para jugar en la cuerda floja del descubierto y llegar as¨ª, con la lengua fuera, a fin de mes.
Tal vez los cheques no influyen en la crisis, pero la crisis s¨ª que lo hace en los cheques. Conforama, una cadena de grandes almacenes de la periferia parisiense, ha decidido devolver por sistema los provenientes de determinadas localidades deprimidas de la zona. Para justificar su decisi¨®n, alegan que en los ¨²ltimos tiempos se han incrementado los cheques sin fondos. Gilles Poux, alcalde de la Courneve, aseguraba el martes en Le Parisien que rechazar un cheque solo porque venga de una zona determinada constituye una forma clara de discriminaci¨®n y aboga por una ley que proh¨ªba esta pr¨¢ctica.
Tal vez la Asamblea Nacional acabe debatiendo el asunto. Mientras, las hormiguitas (yo me incluyo: la empleada del banco me convenci¨®) seguiremos firmando cheques.
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