El anacoreta y el psic¨®tico
?Qu¨¦ es la locura? El concepto de enfermedad mental es demasiado acomodaticio y nos excusa de preguntarnos sobre su verdadero sentido. De esa manera, elimina la responsabilidad del sujeto
Jean Renoir tiene 56 a?os cuando rueda El r¨ªo, la m¨¢s conmovedora de sus pel¨ªculas. Lleva a?os viviendo en Estados Unidos, pa¨ªs al que llega huyendo del fascismo, y donde encuentra desde el principio grandes dificultades para dirigir. El r¨ªo, basada en una novela autobiogr¨¢fica de Rummer Godden, una gran especialista en narraciones juveniles, la rueda en la India. Destacan en ella la perfecta mezcla de realismo y romanticismo, la verdad de la interpretaci¨®n de los actores, en su mayor¨ªa no profesionales o con muy poca experiencia, y la excelente fotograf¨ªa, en el brillante Technicolor de la ¨¦poca, de Claude Renoir.
Este es en pocas palabras su argumento. A orillas del Ganges, cerca de Calcuta, Harriet y sus amigas Melanie y Valerie, hijas de colonos brit¨¢nicos, reciben la visita del capit¨¢n John, un mutilado de guerra. A trav¨¦s de la mirada de Harriet asistiremos al descubrimiento del amor y sus zozobras, pues las tres amigas se enamoran muy pronto del capit¨¢n. Harriet tiene un hermano peque?o, que es su compa?ero de juegos. La casa familiar se abre a un hermoso jard¨ªn, que es su reino, y ellos est¨¢n juntos hasta que la llegada del soldado hace que Harriet se olvide de su hermano, que una tarde es mordido por una cobra y muere. No es f¨¢cil ver unas im¨¢genes de m¨¢s pura y contenida emoci¨®n que las del entierro del ni?o. La tierra de color salm¨®n, la presencia ensimismada de la vegetaci¨®n, el agua terrosa del r¨ªo, por cuya orilla marcha el cortejo f¨²nebre, componen una escena que encierra todo el misterio y la desolaci¨®n de la p¨¦rdida. Harriet no puede ser responsable de una desgracia como aquella, pero sabe que si hubiera estado al lado de su hermano este seguir¨ªa con vida. Tambi¨¦n que el jard¨ªn, y con ¨¦l el mundo libre y abierto de la infancia, ha quedado para siempre atr¨¢s. Y que lo ha hecho a trav¨¦s de una muerte de la que ya nunca podr¨¢ liberarse. Hay otro elemento perturbador. El capit¨¢n John, el joven soldado que las visita, ha perdido una pierna, y lleva en su lugar un miembro ortop¨¦dico. De forma que la salida de ese jard¨ªn que es la infancia coincide con la aparici¨®n del cuerpo dividido y de su inevitable consecuencia: la amenaza de la locura.
El psic¨®tico quiere que la realidad se someta a sus sue?os; el amante, que sus sue?os se hagan reales
El amor, como la psicosis, supone una ruptura, la entrada cualitativa en una experiencia distinta
Pero ?qu¨¦ es la locura? El concepto de enfermedad mental es demasiado acomodaticio, ya que al definir la locura como enfermedad nos excusa de preguntarnos por su verdadero sentido y elimina la responsabilidad del sujeto. La pregunta por la locura conlleva pues una nueva pregunta, que es la que debe interesarnos, la que se refiere a lo que el sujeto ser¨¢ capaz de hacer con ella. Algo, por otra parte, presente en la idea freudiana del delirio como trastorno, pero tambi¨¦n como movimiento vinculado al saber y a la reconstrucci¨®n. Recordemos el caso Schreber, y c¨®mo, seg¨²n Freud, es precisamente su delirio lo que logra estabilizarle y, al rebajar su sintomatolog¨ªa, le permite abandonar el hospital. En los misterios egipcios se dice que "en el hombre hay dos pares de ojos, y es requisito necesario que el par de dentro se cierre cuando el par de fuera percibe; pero solo cuando el par de fuera est¨¢ cerrado puede el de dentro abrirse". El psic¨®tico ve solo con los ojos interiores, su mundo es espectral. El cuerdo con los ojos exteriores, su mundo es pura objetividad. Es el poeta quien los concilia a los dos. El poeta lleva el fantasma a la vida, quiere que lo bello sea ¨²til, que cada par de ojos se alimente de la visi¨®n del otro.
El joven del que se enamoran las adolescentes en la pel¨ªcula de Renoir enferma porque no puede olvidar el cuerpo que perdi¨®. Harriet y sus amigas le ense?an que solo aceptando esa p¨¦rdida ser¨¢ capaz de recuperar la capacidad de amar. Los amantes recuerdan a los psic¨®ticos dado que el amor, como la psicosis, supone una ruptura, la entrada cualitativa en una experiencia distinta. Los que aman son hablados por otras voces, su identidad se fragmenta y para reunificarse necesitan algo cercano al delirio. Pero el amor antes que con la locura tiene que ver con la poes¨ªa, ya que aunque es cierto que el amante delira lo que quiere sobre todo es vivir entre los dem¨¢s. El psic¨®tico quiere que la realidad se someta a sus sue?os, el amante que sus sue?os se hagan reales. Ambos acuden al mercado de los cuerpos, pero mientras la psicosis nos dice que nunca encontraremos en ¨¦l lo que perdimos, el amor nos dice que debemos arreglarnos con lo que nos ofrecen en ese mercado. Recordemos el final del mito de Orfeo. Orfeo, tras perder a Eur¨ªdice, es troceado por las bacantes que diseminan su cuerpo por el bosque. Su cabeza va a parar al r¨ªo, y las aguas la arrastran. Mientras lo hace no deja de cantar. Michel Foucault dijo que la locura es la ausencia de obra. La obra supone la aceptaci¨®n de la p¨¦rdida; el delirio es su negaci¨®n. El canto del poeta habla del regreso, del encuentro con el mundo; el delirio, del cuerpo espectral, un cuerpo que no puede volver. Todos los psic¨®ticos tienen un cuerpo as¨ª. Todos han perdido partes de sus cuerpos, y deliran tratando de recuperarlos. La locura es el regreso de esos trozos perdidos. El doctor Frankenstein construye un cuerpo con ellos. Un cuerpo que solo puede ser el de un psic¨®tico, pues est¨¢ hecho de fragmentos de otros cuerpos, de otras vidas distintas y cuyo deambular es su delirio.
Debemos aprender a mirar esos cuerpos heridos. En ellos no solo est¨¢ el dolor, el ansia infinita de paz del psic¨®tico, sino la memoria de ese cuerpo con el que so?amos en el amor. La memoria de sus p¨¦rdidas y de sus ¨®rganos olvidados. No hay poes¨ªa sin esa visita a la cuba de Barba Azul, no hay poes¨ªa sin oscuridad. Los psic¨®ticos recuerdan a la criatura de Frankenstein, y pienso sobre todo en las dos pel¨ªculas que James Whale dirigi¨® en los a?os treinta, con Boris Karloff en el papel de la criatura. Hay una escena, en La novia de Frankenstein, la segunda de ellas, que no es posible olvidar. El monstruo, que se ha escondido en el bosque, llega a una casa donde vive un anacoreta. El anacoreta es ciego y por esa causa lo acoge sin temor. Se establece entre ellos una c¨¢lida amistad. El anacoreta le da comida, vino, ?hasta de fumar! Le hace escuchar m¨²sica y el monstruo todo lo mira maravillado. No hay que ser m¨¢s delicado y sensitivo, m¨¢s lleno de temor. M¨¢s abierto a todas las seducciones. M¨¢s ajeno al da?o.
Los buenos psiquiatras se comportan como ese anacoreta. Reciben a los psic¨®ticos con los ojos cerrados, les atienden por un tiempo, les dan de comer y fumar, hasta que se alejan. Luego recogen sus poemas y sus dibujos y escriben libros sobre ellos. Es curioso, los psic¨®ticos vienen de la muerte, del reino de lo siniestro, y sin embargo son dulces, silenciosos, infinitamente educados. Son como la criatura de Frankenstein. Fijaros en sus gestos, en su incre¨ªble delicadeza. La visi¨®n de una cama les conmover¨¢ hasta la muerte, porque ellos no pueden dormir. Una simple cuchara abandonada sobre el mantel les har¨¢ llorar, pues no tienen dedos para cogerla. Miran las cosas con los ojos terribles del que sabe que jam¨¢s ser¨¢n suyas. A?oran un mundo quieto, tranquilo, donde yacer domesticados. Podr¨ªan comer de nuestras manos, podr¨ªan ser nuestros criados. Si les mand¨¢ramos hacer cosas, las har¨ªan llorando. Les gustar¨ªa no tener que esconderse. Su cuerpo no es el cuerpo de la pureza, sino el cuerpo nacido de la cuba de los despedazamientos. Cuentan, a trav¨¦s de su sufrimiento, la historia de nuestro coraz¨®n.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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