Fr¨ªo fr¨ªo
No estamos en la Sicilia shakespeariana y, por lo tanto, no hay ni castillo sombr¨ªo, ni corte, ni prisi¨®n, ni capilla, ni caminos que la atraviesen; tampoco estamos en la Bohemia que imagin¨® el bardo y, por lo tanto, no tenemos ni costa, ni caba?a de pastor, ni pastor, ni clown, ni Autolycus, ni mercado, ni fiesta de esquila de ovejas y, menos a¨²n, osos hambrientos. Como dice el joven Mamilius, qui¨¦n por cierto tampoco aparece, nada mejor que un cuento triste para el invierno, y la puesta en escena de Carme Portaceli, es tristemente distante, pues no solo queda muy lejos de los paisajes de la obra al situarla en la sala de juntas de una empresa, sino que no consigue acercar al p¨²blico su intenci¨®n de plasmar la dicotom¨ªa entre el mundo capitalista de las grandes corporaciones y el de los obreros.
CUENTO DE INVIERNO
De William Shakespeare. Traducci¨®n: Joan Sellent. Direcci¨®n: Carme Portaceli. Int¨¦rpretes: Nao Albet, David Bag¨¨s, Neus Bernaus, Gabriela Flores, Albert P¨¦rez, Manel Sans. Teatre Romea. Barcelona, 17 de febrero.
Una larga mesa de reuniones con sus sillas cruza el escenario en diagonal mientras una decena de pantallas de televisi¨®n nos informan, a modo de ventanas, de si fuera llueve, nieva o hace sol. El or¨¢culo de Delfos es aqu¨ª una urna electoral, pero los int¨¦rpretes siguen hablando de Sicilia y Bohemia. Uno de ellos, Florizel, dice atravesar la distancia entre ambos sitios en moto. Leontes nos muestra la foto de su hijo Mamillius en la pantalla de su m¨®vil, pero en cambio Camillo sigue mandando cartas. El salto al aqu¨ª y ahora queda un tanto a medias; el traslado de contextos -empresa por corte real y obreros por pastores- queda m¨¢s cojo a¨²n. El final feliz del cuento original aqu¨ª se ve podado hasta lo que parece una alucinaci¨®n del para entonces desquiciado Leontes: la estatua de Hermione cobra vida pero pronto desaparece sin reconocer a su hija Perdita, sin llegar a conseguir la restauraci¨®n de la familia y sin que Paulina inste al grupo a que se marchen juntos, "ganadores todos". Nadie pierde al final del Cuento de invierno. El cuento de Portaceli, sin embargo, no tiene final feliz porque los obreros siguen oprimidos en alguna parte. O esto es lo que imagino que ha querido sugerir, aunque tampoco queda del todo claro.
La poda se da a lo largo de toda la pieza dej¨¢ndola pr¨¢cticamente en el tronco y resumi¨¦ndola en algo m¨¢s de hora y media. Tanto recorte sin reescritura que lo compense pone el cuento en peligro de extinci¨®n. No s¨¦ hasta que punto quienes no conocen la obra son capaces de entender el montaje. Lo mejor, el trabajo de los int¨¦rpretes: el de David Bag¨¨s como Leontes, justificadamente algo pasado de vueltas: ?c¨®mo encarnar, si no, a un personaje que es Otelo y Yago al mismo tiempo?; el de Albert P¨¦rez, un mesurado Camillo y un apocado Antigonus; el de Nao Albet, que contiene en su apasionado Florizel algo del simp¨¢tico granuja Autolycus.
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