El miedo
El hoy olvidado general egipcio Suleiman no era hombre fiable, seg¨²n correspond¨ªa a su pasado en los servicios secretos. Se apoy¨® en la neutralidad del Ej¨¦rcito, fomentando as¨ª la imagen del guardi¨¢n de las instituciones abierto al cambio que renuncia al ejercicio de la represi¨®n sobre los ocupantes de la plaza Tahrir. Sin embargo, toler¨® la agresi¨®n de los matones del r¨¦gimen. Luego orden¨® controlar la identidad de aquellos que acced¨ªan a la plaza. Una barrera que se vio desbordada por la grandiosa movilizaci¨®n del martes 8. A pesar de los 300 muertos, de los miles de heridos, el pueblo egipcio perdi¨® el miedo y s¨®lo pod¨ªa ser frenado mediante un golpe militar. Sin nuevo Tiananmen, y por seguir la broma, Horemheb desplaz¨® al Fara¨®n.
El clamor popular de Tahrir ha sido una expresi¨®n de libertad con alcance universal
La p¨¦rdida del miedo no depende solo de una dosis mayor o menor de hero¨ªsmo. El miedo se tiene a algo o a alguien, y su superaci¨®n depende tambi¨¦n de la amenaza, o mejor de la forma de la amenaza, definida por aquel que lo provoca. Al calificar justamente de dictaduras a los reg¨ªmenes de Ben Ali y de Mubarak, con omnipresencia policial y violaci¨®n reiterada de los derechos humanos, suele olvidarse que ambos eran reg¨ªmenes autoritarios, desprovistos tanto del totalitarismo horizontal (totalismo) protagonista en Ir¨¢n del aplastamiento de la revoluci¨®n verde, lejos de la transici¨®n que algunos pronosticaron, como del vigor propio de los despotismos consolidados en Libia y Arabia Saud¨ª, abatibles solo mediante una acci¨®n militar. En T¨²nez y en Egipto persist¨ªa cierto pluralismo, posible relevo del dictador en el v¨¦rtice, y asimismo en la sociedad civil, como prueban la actuaci¨®n legal de la asociaci¨®n tunecina de defensa de derechos humanos o, a¨²n con mayor peso, de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Y un Ej¨¦rcito aut¨®nomo. Exist¨ªan l¨ªmites predecibles a la actuaci¨®n represiva del Gobierno que tendr¨¢n en cuenta los movilizados. Veremos que sucede en Argelia de ponerse fin al interminable estado de emergencia. En Ir¨¢n, Libia o Arabia Saud¨ª esos l¨ªmites hoy no existen. Un estallido popular triunfante resultar¨¢ mucho m¨¢s dif¨ªcil, a pesar del potencial de protesta creado por m¨®viles e Internet impulsando revueltas en cadena en el mundo ¨¢rabe.
El miedo impera all¨ª donde el aspirante a la libertad tiene ante s¨ª un muro de apariencia infranqueable, por lo cual asumir un riesgo ser¨¢ in¨²til, y donde los c¨®digos con que ha de operar el sistema en su represi¨®n son conocidos y asumidos por los potenciales oponentes. Tal fue el caso en su d¨ªa del franquismo y lo es hoy de la dictadura totalitaria ejercida sobre Cuba. Hace d¨ªas, en estas mismas p¨¢ginas, una escritora cubana se preguntaba por las posibles causas de la pasividad del pueblo cubano. Para explicarla, cuenta sin duda, como en la Espa?a de Franco, en el Irak de Sadam Hussein o en las "democracias populares", una trama de vigilancia generalizada que cumple el objetivo de sofocar en el germen cualquier atisbo de rebeld¨ªa. Los recursos t¨¦cnicos pueden variar. As¨ª en la Espa?a de los 60 funcionaban los controles telef¨®nicos, pero con unos medios tan pobres que percib¨ªas el clinclin de la interferencia e incluso pod¨ªas responder a la misma apretando a medias el interruptor, con lo cual ensordec¨ªas al escucha. "?Quita c... que me haces da?o!", gritaba entonces el tel¨¦fono. Contraste: en La vida de los otros pudimos comprobar el grado de sofisticaci¨®n alcanzado por la t¨¦cnica sovi¨¦tica de escuchas en la RDA, complementada por una red generalizada de delaciones y presiones policiales. Por uno u otro procedimiento, Cuba o Ir¨¢n coinciden en esa situaci¨®n, aunque aqu¨ª las brasas de la rebeli¨®n verde sigan encendidas; algunos olvidan la capacidad represiva de una teocracia islamista en el poder. Estado y sociedad de vigilantes buscan imponer una sociedad domesticada, como el perro temeroso en todo momento ante el castigo previsible del amo.
El triunfo del miedo culmina cuando los c¨®digos de la represi¨®n resultan legibles y son asumidos por la poblaci¨®n a modo de forma natural de existencia. C¨®digos ambiguos o debilidad pasajera -ejemplos el episodio final de Robespierre o la RDA en 1989-, y el castillo se derrumba. En sentido opuesto, desde 1959 con el pared¨®n y los fusilamientos de Santiago por orden de Ra¨²l, y m¨¢s a¨²n con el juicio y condena del revolucionario Huber Matos, el castrismo convenci¨® a todos de lo que esperaba a cualquier opositor, sin preocupaciones de legalidad. Hasta hoy.
Otro tanto sucedi¨® en Espa?a bajo Franco, desde la ola de ejecuciones de la posguerra hasta v¨ªsperas de su muerte. Aqu¨ª no hab¨ªa l¨ªmites y todos sab¨ªan a qu¨¦ atenerse. Seg¨²n sus propias palabras, el dictador estaba dispuesto contra los opositores "a clavarles los dientes hasta el alma". Igual que en el nazismo. M¨¢s all¨¢ fue a¨²n el estalinismo, ya que ni siquiera hizo falta ser disidente para morir fusilado o pasar al Gulag. Surgieron as¨ª sociedades de whisperers, de gente que se limita a susurrar, ocupada ¨²nicamente de sortear los riesgos cotidianos y lograr la supervivencia. Frente a ese murmullo angustiado es preciso valorar lo que tiene el clamor de los manifestantes de Tahrir como expresi¨®n de libertad con alcance universal.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.