El pa¨ªs de los enfermos
"A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadan¨ªa, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar". Nada m¨¢s cierto que este p¨¢rrafo con el que Susan Sontag abre su libro La enfermedad y sus met¨¢foras. Cuando lo escribi¨®, a sus cuarenta y pocos a?os, le acababan de detectar un c¨¢ncer de mama, ya bastante extendido. Los m¨¦dicos le hicieron el m¨¢s negro de los pron¨®sticos; ella se neg¨® a aceptarlos. Luch¨®, prob¨® los tratamientos m¨¢s dolorosos y experimentales, venci¨®. Lo que m¨¢s le enfurec¨ªa de aquella experiencia "era ver hasta qu¨¦ punto la propia reputaci¨®n de la enfermedad aumentaba el sufrimiento de quienes la padec¨ªan", de modo que se propuso desactivar esos modos metaf¨®ricos con los que la tratamos y oscurecemos (como con el sida, enfermedad a la que dedic¨® otro libro). A?os m¨¢s tarde, el c¨¢ncer reapareci¨®, esta vez en forma de tumor uterino. Lo super¨® de nuevo. Hasta que al final hace seis a?os, a sus 71, el tercer asalto -una leucemia- pudo con ella, la gran Sontag.
Entre otros, el mensaje que quiso transmitir en aquel libro fue: "Haz que los m¨¦dicos te digan la verdad; s¨¦ un paciente informado, activo; consigue un buen tratamiento, porque lo hay". Y en cuanto a la sociedad en general, que se deje de estigmatizar y ocultar ("muri¨® de una larga enfermedad"), porque el c¨¢ncer no es ni una maldici¨®n, ni un castigo, ni un motivo de verg¨¹enza. La actitud de Esperanza Aguirre reconociendo abiertamente -y por su nombre- la enfermedad es encomiable a ese respecto, por lo que supone de pedagog¨ªa p¨²blica. Esperemos que la presidenta de la comunidad de Madrid se recupere pronto.
A todos nos llega, s¨ª, el momento de utilizar el pasaporte del pa¨ªs de los enfermos. No hace falta que sea un c¨¢ncer, desde luego. Cualquier enfermedad, cualquier dolor f¨ªsico nos bastar¨¢ para sentirnos desamparados, desubicados, expulsados de la tierra apacible que antes habit¨¢bamos sin apreciarla lo suficiente. Desde que contamos con potentes analg¨¦sicos, esperamos que el dolor f¨ªsico nos sea, al menos, reducido dr¨¢sticamente, que el sufrimiento sea m¨¢s bien emocional, una fuente de preocupaci¨®n y de vulnerabilidad, pero que no nos provoque aullidos de dolor.Cuando ello no es as¨ª, cuando el dolor f¨ªsico sigue persistiendo y los m¨¦dicos nos dicen que "lo tenemos que aguantar", nos parece algo escandaloso, inaudito. ?Qu¨¦ pronto han descendido nuestros umbrales del dolor! ?Qu¨¦ pronto hemos olvidado las justificaciones y consuelos religiosos que nos hac¨ªan resistirlo! Y afortunadamente, a?ado. Para cualquiera que dude del progreso, recordarle la anestesia es mano de santo. Sin embargo, ah¨ª sigue el segundo pasaporte, agazapado, esperando cobrarse sus sellos crueles.
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