Sobre la coexistencia de los medios
A Carmen Aristegui, periodista
Entramos al siglo XXI con una evidencia: el crecimiento econ¨®mico depende de la calidad de la informaci¨®n y ¨¦sta de la calidad de la educaci¨®n. El lugar privilegiado de la modernidad econ¨®mica lo ocupan los creadores y productores de informaci¨®n, m¨¢s que de productos materiales. Cine, televisi¨®n, casetes, las industrias de la comunicaci¨®n y las productoras de los instrumentos y equipos procesadores de informaci¨®n est¨¢n hoy en el centro de la vida econ¨®mica global. Los ricos de anta?o produc¨ªan acero (Carnegie, Krupp, Manchester). Los ricos de hoga?o producen equipos electr¨®nicos (Bill Gates, Sony, Silicon Valley).
El presidente Bill Clinton nos recuerda que al asumir la presidencia en 1993, s¨®lo hab¨ªa 50 websites. Al dejar la Casa Blanca ocho a?os m¨¢s tarde, hab¨ªa 350 millones. Juan Ram¨®n de la Fuente, ex-rector de la UNAM, nos recuerda, a su vez, que hoy circulan en Internet 50.000 millones de mensajes diarios. Primero, en 40 a?os, la radio logr¨® sumar 50 millones de oyentes. La televisi¨®n, desde 1950, atrap¨® igual n¨²mero de televidentes. Pero en s¨®lo cinco a?os, Internet alcanz¨® la suma que a la radio le tom¨® 40 a?os y a la televisi¨®n otro medio siglo. En el a?o 2000, hab¨ªa 300 millones de usuarios de Internet. Hoy, hay 800 millones.
Internet, clave en esta revoluci¨®n ¨¢rabe, no terminar¨¢ con la prensa, la radio ni la televisi¨®n
Se acusa a los medios m¨¢s novedosos de aislar. Como en la excelente pel¨ªcula de David Fincher, The Social Network el n¨²mero de usuarios de los medios modernos pueden aislarse en la relaci¨®n con otros usuarios, creando redes parad¨®jicas de ficci¨®n comunicativa: si yo estoy en relaci¨®n contigo, no tengo por qu¨¦ estarlo con el resto del mundo. El tu y yo de la comunicaci¨®n parecer¨ªa excluir al nosotros.
T¨²nez y Egipto y todo el Mediterr¨¢neo sur, acaban de demostrar que la relaci¨®n uno-a-uno no excluye la comunicaci¨®n del yo con el nosotros a trav¨¦s de m¨²ltiples individualidades eslabonadas en una gran colectividad que, al conocerse, se da cuenta de que el mundo oficial la ignora y que al conocerse, tambi¨¦n se da cuenta de su poder colectivo. Internet, Facebook, Twitter, re¨²nen a las multitudes que hemos visto en las calles de T¨²nez, El Cairo y Alejandr¨ªa. Esas multitudes representan a una clase media y a una clase trabajadora ignoradas por el estrecho c¨ªrculo del poder ejercido desde arriba y s¨®lo para los de arriba, con algunos mendrugos arrojados a los de abajo. S¨®lo que los de abajo son la mayor¨ªa. S¨®lo que los de abajo no son s¨®lo obreros y campesinos, sino estudiantes, profesionales, amas de casa, empresarios, comerciantes, toda una clase media formada por, a pesar de, al lado del autoritarismo que no la ve¨ªa, y si la ve¨ªa, la atomizaba en grup¨²sculos manipulables y minoritarios. Gran paradoja. Un gobierno autoritario de larga duraci¨®n tolera a un pueblo dividido y lejano, hasta que ese pueblo adquiere la visibilidad de su propia conciencia gracias a lo que supuestamente lo aislaba y act¨²a en consecuencia. El tiempo que nos toc¨® nos niega la comodidad de creer que la educaci¨®n concluye alguna vez, en alg¨²n grado anterior al resto de nuestras vidas.
Esto significa que, por una parte, las escuelas pierden el monopolio de la ense?anza y, por la otra, la prensa pierde el monopolio de la informaci¨®n pero tambi¨¦n, que mantenerse informado en el largo periodo post-escolar y post-universitario es un deber y un derecho, inseparables del ejercicio de la ciudadan¨ªa y que este derecho, esta obligaci¨®n, lo son de nuestra prensa. La informaci¨®n tambi¨¦n est¨¢ en crisis, pero acaso en una crisis de crecimiento, que expande los medios nuevos pero no sacrifica los anteriores. Se supon¨ªa en el siglo XIX que la aparici¨®n del periodismo de masas sentenciar¨ªa a muerte al libro. Balzac aprovech¨® el dilema para escribir una gran novela sobre el periodismo, Las ilusiones perdidas. Se supon¨ªa que la radiotelefon¨ªa, a su vez, mandar¨ªa a la prensa escrita al gran cementerio de las antig¨¹edades. No fue as¨ª, radio y prensa convivieron y aunque Marshall McLuhan anunci¨® la muerte del libro y la conversi¨®n del medio en mensaje, la televisi¨®n no enterr¨® ni a la literatura, ni a la prensa, ni a la radio.
?La nueva edad que se anuncia, la era de la tecnoinformaci¨®n, matar¨¢ a las formas de comunicaci¨®n anteriores? No lo creo. La radio, lejos de perecer, est¨¢ hoy m¨¢s viva que nunca y mejor adaptada a los horarios, tempraneros o nocturnos, de la vida moderna. La televisi¨®n no hace sino aumentar y diversificar su oferta: los canales televisivos suman varios miles. ?Es la prensa escrita la v¨ªctima propiciatoria de la nueva -o ¨²ltima- modernidad? S¨ª, hay grandes diarios que cierran o se achican, o se ofrecen por Internet. Acaso, quiz¨¢s, la prensa escrita, como la literatura, s¨®lo llegue en su forma actual a los menos aunque a los mejores, aunque yo, como escritor, tengo el gusto de mancharme diariamente las manos con la tinta fresca de un peri¨®dico y otros ciudadanos, m¨¢s j¨®venes, leen el mismo peri¨®dico en una pantalla. Al cabo, sin embargo, yo no creo que lo nuevo desplace totalmente a lo anterior. Creo que las cosas acabar¨¢n por equilibrarse, coexistir, subrayar valores y eliminar defectos, aunque con la posibilidad, humana al cabo, de generar nuevos defectos junto con nuevos valores.
Carlos Fuentes es escritor. Este texto es un extracto de la conferencia que pronunci¨® el pasado 11 de febrero en Bogot¨¢, en la clausura del foro organizado por el diario colombiano El Tiempo para celebrar su centenario.
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