?Qu¨¦ se hereda de la miseria o la inanidad?
El futuro est¨¢ sin escribir. Nadie sabe qu¨¦ va a pasar en Libia, Egipto o T¨²nez. ?C¨®mo ¨ªbamos a saberlo si no somos capaces de adivinar si Zapatero tiene hueco en el futuro?
Trata Jos¨¦ K. desesperadamente ante el insobornable espejo de su cuarto de aparentar 40 o, por lo menos, 30 a?os menos de los que en realidad, ay, padece. Se aprovisiona, pues, de modest¨ªsimas cazadora y camisa de cuadros de la secci¨®n textil de una muy bien surtida tienda de chinos, El Sol de Oriente, se llama, as¨ª como del pertinente pa?uelo para el cuello, adquirido a bajo precio en chiringuito callejero a una madura hippy. Porque ahora, adem¨¢s de ser joven, se le exige a uno ser norteafricano para merecer un cierto respeto. Sorprendente esta eclosi¨®n luminosa de los j¨®venes tunecinos, egipcios o libios, que dicen todos los cronistas y articulistas, porque en las fotos predominan, ser¨¢ un efecto ¨®ptico, los que ya han cumplido los 40 hace muchos a?os. Por no hablar de las mujeres. ?D¨®nde estaban en el momento de las fotos? ?Estropeamos un poco tanta felicidad como embarga a Occidente o nos callamos?
Llegan las revoluciones y aqu¨ª est¨¢n los eximios dirigentes europeos sin saber qu¨¦ hacer o decir
A la inanidad y levedad de Zapatero le corresponde como justa sucesi¨®n la de Rajoy
As¨ª que con cuidado de no da?arse el bigote postizo que se ha puesto, y que junto con el acierto en el atuendo le ha obligado a jurarle al camarero que no es familiar norteafricano de Jos¨¦ K., Mohamed, por ejemplo, sino el aut¨¦ntico Jos¨¦ K., nuestro hombre repasa su peri¨®dico de siempre. Se asombra repitiendo el orden de lectura que ha estrenado hace algunas semanas: primero, la primera; segundo, la columna de ¨²ltima, qu¨¦ gozo de pensamiento y escritura, y tercero, las p¨¢ginas editoriales en su compacta oferta. Man¨ªas de jubilados que cuando las descubre el susodicho intranquilizan por su rigidez ?mortuoria? Ha huido Jos¨¦ K., deliberadamente, de aquel repugnante 23-F del que se niega a hacer bromas -?qu¨¦ hubo de risa en aquel monumento a la barbarie fascista?- o de asistir imp¨¢vido al pornogr¨¢fico espect¨¢culo que comparten olvidadizos reaccionarios y esperp¨¦nticos conspiranoicos. Unos y otros, dice con la vena ya hinchada, pueden hozar cuanto quieran en el fimo de la pocilga, que a m¨ª me basta con recordar qui¨¦nes eran entonces los golpistas y qui¨¦nes son hoy, disfrazados de boutique o camuflados de tertulianos, los truchimanes herederos de aquella coluvie.
As¨ª que de los sugerentes t¨ªtulos de la primera de su peri¨®dico vuela Jos¨¦ K. a las m¨²ltiples plazas de Tahrir de El Cairo, de T¨²nez, de Argel, de San¨¢, de Tr¨ªpoli e incluso de Fez o Rabat. Ya est¨¢ todo dicho, claro, y a nuestro veterano observador solo le queda, como siempre, interrogarse sobre los hechos que no comprende -ya casi nunca entiende nada- y luchar con fuerza y denuedo, que a¨²n le quedan energ¨ªas para ello, para salir del estado de estupefacci¨®n en el que, cual doloroso veneno que le paraliza el cuerpo, pero no la mente, le sumergen de hoz y coz los extraordinarios acontecimientos que le pasan por encima cual implacable apisonadora. Llegan las revoluciones casi a tiro de piedra de Tarifa, del pe?¨®n de Ifach o de la Illa de l'Aire, por no hablar de Marsala o Siracusa, y aqu¨ª est¨¢n los eximios dirigentes europeos -?han observado la fina iron¨ªa?- sin saber qu¨¦ hacer ni qu¨¦ decir, atrapados como est¨¢n en aquella tela de ara?a que se tejieron ellos solos cuando eligieron para presidirles a los pol¨ªticos m¨¢s gandallas que encontraron en la gu¨ªa de p¨¢ginas amarillas.
No solo eso, no, que durante d¨¦cadas les rieron las gracias a aquellos s¨¢trapas, tan simp¨¢ticos entonces y tan horr¨ªsonos hoy. Gustaba aquel petr¨®leo -qu¨¦ rico- y luc¨ªa bell¨ªsimo aquel jaezado equino, que tan bien galopaba y cortaba el viento caminito de Jerez. Pero no ha sido ¨²nica la manifiesta incompetencia de nuestros, qu¨¦ risa, l¨ªderes europeos, que tampoco el gran Obama y los suyos han estado demasiado brillantes. Porque ?qu¨¦ se hizo de los servicios de informaci¨®n occidentales? ?Para qu¨¦ mantenemos el CNI? ?Y para qu¨¦ la DGSE francesa? ?Acaso desde que falta George Smiley el MI6 vive a¨²n en la oscuridad de los topos que ya no descubre aquel? ?Y la CIA? Dios m¨ªo, la CIA, que todo lo sabe y que nos hace quedarnos en bragas o gayumbos en los aeropuertos y que le montan una revuelta en 10 pa¨ªses, uno detr¨¢s de otro, sin siquiera oler el h¨¢lito del malestar. ?Y decimos algo del Mossad, all¨ª, a la vuelta de la esquina de su casa, como quien dice? ?Es posible que pasen estas cosas con tantos miles de agentes de seguridad, comi¨¦ndose a gigantescos bocados los presupuestos de sus Estados sin que nada acertaran a prever, excepto cuando ya asomaban por el horizonte los brazos levantados de los ciudadanos hartos de sus d¨¦spotas y se o¨ªan en la lejan¨ªa los gritos que ped¨ªan un m¨ªnimo de libertad y justicia? Si no vigilaban aquellos pa¨ªses, cuando de all¨ª manaba el petr¨®leo y el gas vitales para la subsistencia de Occidente, ?d¨®nde ten¨ªan los ojos, las antenas, los car¨ªsimos sat¨¦lites, los infalibles esp¨ªas? ?D¨®nde ten¨ªan las orejas? ?O¨ªan calles o solo salones? ?Casas o palacios?
Y ahora ?qu¨¦ se hace? Sobre todo, piensa Jos¨¦ K., ?qu¨¦ van a hacer ellos? ?C¨®mo organizar elecciones sin Gobiernos, c¨®mo organizar Gobiernos sin elecciones? ?C¨®mo hacer Constituciones sin Parlamentos si no hay partidos y no ha habido elecciones? ?Traer¨¢n la democracia los militares, dice un ce?udo Jos¨¦ K., al que nombrar sables o alfanjes salvadores le causa un sarpullido feroz? ?Los Hermanos Musulmanes o los entramados de ayuda religiosa islamista, v¨¦ase Ham¨¢s, tienen la soluci¨®n? ?Hay posible ayuda de sus vecinos de la Liga ?rabe, donde encontrar un r¨¦gimen en pasable estado de revista es tarea que solo conduce a la melancol¨ªa? ?Quiz¨¢ de Europa y Estados Unidos? ?Qu¨¦ se hereda de la miseria, la desventura y la penuria? ?Qu¨¦ del desierto intelectual y la indigencia pol¨ªtica?
Le pasa ¨²ltimamente a Jos¨¦ K. que unas cosas le llevan a otras, pero no de la ordenada manera de las orugas procesionarias, no. Se le atropellan m¨¢s bien como furiosas estampidas de salvajes animales de la estepa africana, tal que b¨²falos o elefantes. Y ahora, al hilo del qu¨¦ pasar¨¢ en los pr¨®ximos meses, el mag¨ªn le ha tra¨ªdo de vuelta al caf¨¦ y all¨ª est¨¢n, frente a sus ojos, reunidos en un convulso ramillete, Rodr¨ªguez Zapatero, P¨¦rez Rubalcaba, Bono, Chac¨®n y otros nombres socialistas de similar prestancia. Gran salto, s¨ª, pero al que la aturullada mente de nuestro hombre ya est¨¢ acostumbrada. Y ve c¨®mo un d¨ªa el m¨¢ximo jefe abri¨® el mel¨®n de la sucesi¨®n, anunci¨® que no se va a decir nada, pero dej¨® abierta la jaula de cotorras que le rodea, acompa?a y agasaja. Que si hay tanto ruido es porque no se ha cortado la lengua al primer parlanch¨ªn o parlanchina, que ante el brillo de la sangre todos hubieran callado.
Jos¨¦ K. piensa a veces que a la inanidad y levedad de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero lo ¨²nico que le corresponde como justa sucesi¨®n es la inanidad y levedad de Mariano Rajoy. Ni cuenta nos ¨ªbamos a dar, si no fuera por la corte de forajidos e indeseables que esperan pista y que con tanto ardor nos anuncia la banda de los furiosos cornetas del Apocalipsis.
Y el caso, f¨ªjense, se dice Jos¨¦ K. en un rasgo de humor desesperado, aquel perfil que ofreci¨® el aspirante Zapatero no estaba mal para afrontar este siglo XXI que nos achicharra a cambios y convulsiones. Pero algo sali¨® mal. Georg Christoph Lichtenberg, cient¨ªfico y escritor, nombre clave de la ilustraci¨®n alemana, soportaba una tremenda joroba. Y esto dej¨® escrito: "Si el cielo quisiera considerar necesario y ¨²til volver a editarme a m¨ª y a mi vida, querr¨ªa yo notificarle algunas observaciones no superfluas para la nueva edici¨®n que afectan principalmente al dibujo del retrato y al proyecto de la totalidad".
Eso, alg¨²n ligero cambio en el dibujo del retrato y al proyecto de la totalidad, reafirma Jos¨¦ K. quit¨¢ndose el bigote postizo.
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