Gadafi acab¨® con Sharafbin
Un trabajador tunecino encarcelado junto a su primo relata la muerte de su familiar en un penal de Tr¨ªpoli - El informe forense prueba el rastro de torturas
En un lugar perdido de la mano de Al¨¢, sobre una colina rodeada de chumberas y bajo unos pocos rayos de sol, Sabr Alhilali reza en silencio junto a una humilde l¨¢pida de cemento y ladrillo. En la tumba est¨¢ el cad¨¢ver de su primo, una de las v¨ªctimas de la represi¨®n del r¨¦gimen libio del coronel Gadafi. Se llamaba Sharafbin Mohamed y muri¨® el pasado 26 de febrero en la temida prisi¨®n de Abu Salim, en Tr¨ªpoli. La identidad del fallecido es una de las pocas que se conocen tras dos semanas de conflicto en Libia, una guerra en la que los muertos no se sabe si se cuentan por cientos o por miles y en la que no se conocen sus nombres.
Sabr y Sharafbin, de la ciudad tunecina de Sbitla, a unos 500 kil¨®metros de la frontera con Libia, trabajaban desde hac¨ªa tres a?os en la capital libia haciendo obras para mejorar las calles y el asfaltado. La revoluci¨®n les sorprendi¨® el 17 de febrero. La polic¨ªa de Gadafi empez¨® a perseguir a los manifestantes a palos, y muchos extranjeros fueron detenidos. Los dos hombres, Sabr, de 28 a?os, y Sharafbin, de 35, empezaron entonces a pensar en la posibilidad de marcharse por un tiempo del pa¨ªs. Cuatro d¨ªas despu¨¦s, hicieron las maletas: ropa para el viaje, insulina para tratar la diabetes de Sharafbin y 5.200 dinares libios (unos 2.000 euros).
Los agentes golpean a los presos con grandes palos de madera
Muchos extranjeros fueron detenidos en los primeros d¨ªas de la revuelta
Su desesperada huida hacia la frontera tunecina, a 200 kil¨®metros de la capital libia, se dio pronto de bruces con el caos que reinaba aquellos d¨ªas en las afueras de la ciudad. Los agentes de Gadafi les pararon en uno de los primeros puestos de control de la carretera de la costa. "?Para qu¨¦ es este dinero? ?Para pagar a los rebeldes o para pagar a los islamistas? Libia no necesita otra revoluci¨®n como la de T¨²nez", les dijeron los polic¨ªas antes de detenerles, seg¨²n el relato de Sabr.
De all¨ª les llevaron a la c¨¢rcel de Abu Salim, donde el r¨¦gimen tiene encarcelados a miles de presos pol¨ªticos e islamistas. "All¨ª llegaban prisioneros de todas las nacionalidades: nigerianos, tunecinos, egipcios, sudaneses. En mi zona hab¨ªa unos 30 argelinos. A muchos los hab¨ªan arrestado en esos d¨ªas y les acusaban de colaborar con la revoluci¨®n".
Los agentes de Gadafi se ensa?aron en la primera noche. Adem¨¢s de a pu?etazos y patadas, se emplearon a fondo con un gran palo de madera. Los dos hombres quedaron malheridos. No ten¨ªan comida ni agua. La situaci¨®n era especialmente grave para Sharafbin, que ped¨ªa a gritos que le trajeran la insulina, confiscada por los agentes en el control de carretera. Nadie le hizo caso. Su cuerpo, cada vez m¨¢s d¨¦bil, se fue encorvando en un rinc¨®n de la celda. Sabr no par¨® de pedir ayuda a los polic¨ªas. Estos sofocaban sus gritos con m¨¢s palos. "Fue cinco d¨ªas despu¨¦s de la detenci¨®n cuando mi primo ya no se despert¨®. Estaba sentado, con la cabeza apoyada en las manos. Dec¨ªa: 'Estoy enfermo, estoy enfermo. ?Por qu¨¦ no viene la ayuda?' Luego dej¨® de respirar".
Muri¨® sobre las cinco y media de la tarde. Cuando sus captores le llevaron al hospital ya no hab¨ªa nada que hacer. Seg¨²n el informe forense, Sharafbin estaba deshidratado y presentaba golpes por el cuerpo. Ten¨ªa una mancha verde abdominal, su h¨ªgado estaba p¨¢lido y mostraba necrosis en algunas partes. "Tu primo est¨¢ bien. Se recuperar¨¢", le dijeron a Sabr horas despu¨¦s de que se llevaran el cuerpo de la celda.
El 1 de marzo, Gadafi, no se sabe por qu¨¦, decidi¨® permitir a 350 tunecinos que abandonaran la c¨¢rcel y Sabr pudo ir a sacar a Sharafbin del dep¨®sito de cad¨¢veres. Tras los tr¨¢mites burocr¨¢ticos y unas cuantas tarjetas de tel¨¦fono gastadas en llamadas al embajador de T¨²nez en Tr¨ªpoli, Sabr tom¨® nuevamente la carretera con destino a Ras el Ajdir, el puesto fronterizo entre Libia y T¨²nez que esta semana han cruzado m¨¢s de 100.000 refugiados.
De all¨ª, a Sbitla. En total, 700 kil¨®metros por carreteras de muerte en las que poco a poco se va dejando el desierto atr¨¢s y el paisaje va tomando colores m¨¢s vivos.
Tras unas cuantas vueltas, las familias de Sabr y Sharafbin esperan en la entrada de la humilde casa. Los hombres se sientan a la mesa y las mujeres quedan detr¨¢s con los ni?os. Rodeada de sus tres hijos, uno de ellos diab¨¦tico, Hadriya, la viuda de Sharafbin, muestra las heridas que ella misma se ha producido en la cara, ara?¨¢ndose el rostro de rabia. Est¨¢ embarazada de seis meses.
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