El consejo de Tolst¨®i
Lunes
Hab¨ªa dejado de tomar alcohol y ten¨ªa peque?as perturbaciones que me produc¨ªan efectos extra?os. No lograba dormir y en las noches de insomnio sal¨ªa a caminar por las calles vac¨ªas. El pueblo parec¨ªa deshabitado y yo me internaba en los barrios oscuros, como un espectro. Ve¨ªa las casas en la claridad de la noche, los jardines iguales; o¨ªa el rumor del viento entre los ¨¢rboles.
Martes
Salgo de esos estados medio encandilado como quien ha pasado demasiado tiempo mirando la luz de una l¨¢mpara. Me despierto con una rara sensaci¨®n de lucidez, recuerdo vividamente algunos detalles aislados -una cadena rota en la vereda, un p¨¢jaro congelado en la nieve, la frase de un libro-. Es lo contrario de la amnesia: las im¨¢genes est¨¢n fijas con la claridad de una fotograf¨ªa.
?ltimamente han aparecido lo que podr¨ªamos llamar las utop¨ªas defensivas. ?C¨®mo podr¨ªamos escapar del control?
S¨®lo mi m¨¦dico en Buenos Aires sabe lo que est¨¢ pasando y, de hecho, en diciembre, me prohibi¨® viajar. Imposible, voy a dar clase.
Si me segu¨ªan los s¨ªntomas ten¨ªa que hacerme ver. Es un gran cl¨ªnico y un hombre afable; siempre est¨¢ sereno. Seg¨²n ¨¦l, yo padec¨ªa una rara dolencia llamada Cristalizaci¨®n arborecente. El cansancio acumulado y un leve disturbio neurol¨®gico me produc¨ªan peque?as alucinaciones.
Jueves
Hay un mendigo que pasa la noche en el estacionamiento del restaurant Blue Point, al fondo de Nassau Street. Tiene un cartel en el pecho que dice: "Soy de Ori¨®n" y viste un piloto blanco abotonado hasta el cuello. De lejos parece un enfermero o un cient¨ªfico en su laboratorio. Ayer, cuando volv¨ªa de una de mis caminatas nocturnas, me detuve a conversar con ¨¦l. Ha escrito que es de Ori¨®n por si aparece alguien que tambi¨¦n es de Ori¨®n. Necesita compa?¨ªa, pero no cualquier compa?¨ªa. "S¨®lo personas de Ori¨®n, Monsieur", me dice. Cree que soy franc¨¦s y no lo he desmentido para no cambiar el curso de la conversaci¨®n. Al rato se queda en silencio y despu¨¦s se recuesta en el alero y se duerme. Tiene un carrito de supermercado en el que lleva todas sus pertenencias.
Viernes
Cuando me siento encerrado voy a Nueva York y paso un par de d¨ªas en medio de la multitud de la ciudad, sin llamar a nadie, sin hacerme ver, visitando lugares an¨®nimos y evitando los bares. Paro en Leo House, una residencia cat¨®lica, atendida por monjas. Fue creada como hospedaje para los familiares que visitaban a los enfermos de un hospital cercano pero ahora es un peque?o hotel abierto al p¨²blico (aunque tienen prioridad los sacerdotes y los seminaristas).
En Chelsea, encontr¨¦ un videoclub Films noir especializado en pel¨ªculas policiales. El due?o es bastante simp¨¢tico; lo llaman Dutch porque es hijo de holandeses. Tiene algunas joyas inhallables, por ejemplo Detour de Edgar Ulmer, una pel¨ªcula extraordinaria, superserie B, filmada en una semana, casi sin plata; largos primeros planos de un viaje en auto, conversaciones en off, luces en la noche. Cuenta la historia de un hombre desesperado que hace autostop y se pierde en los desv¨ªos del camino. Parece una versi¨®n psic¨®tica de On the road de Kerouac. Todo lo que encuentra por azar en la ruta es destructivo y mortal.
En realidad estoy buscando Secci¨®n: Desaparecidos del director franc¨¦s Pierre Chenal, basada en la novela de David Goodis, y filmada en Buenos Aires en los a?os cuarenta. Un film m¨ªtico que nadie ha visto. El Holand¨¦s me asegur¨® que puede localizarlo pero tengo que darle tiempo, cree que hay una copia en uno de los sitios piratas del Per¨², Polvos azules, donde se encuentran las r¨¦plicas de todas las pel¨ªculas que se han filmado en el mundo.
Lunes
Ayer cuando llegu¨¦ de vuelta a casa era cerca de la medianoche. Encontr¨¦ correspondencia atrasada en el buz¨®n, pero nada importante, facturas sin pagar, folletos de publicidad. Mir¨¦ un rato televisi¨®n, los Lakers venc¨ªan a los Celtics, Obama sonre¨ªa con su aire artificial y campechano, un auto se hund¨ªa en el mar en un aviso de Toyota, en un canal estaban proyectando Possessed de Curtis Bernhardt, una de mis pel¨ªculas favoritas. Joan Crawford aparece en medio de la noche en un barrio de Los ?ngeles y deambula por las calles extra?amente iluminadas.
Creo que me adormec¨ª porque me despert¨® el tel¨¦fono y alguien que conoc¨ªa mi nombre y me llamaba Profesor con demasiada insistencia, se ofreci¨® a venderme coca¨ªna.
Al sonar el tel¨¦fono cre¨ª que era un amigo que me llamaba desde Buenos Aires y baj¨¦ el sonido del televisor. Cuando el dealer se dio a conocer, pens¨¦ que todo era tan ins¨®lito que seguro era cierto. Me negu¨¦ y cort¨¦ la comunicaci¨®n. Pod¨ªa ser un chistoso, un imb¨¦cil o un agente de la DEA que estaba controlando la vida privada de los acad¨¦micos de las Ivy League. ?C¨®mo conoc¨ªa mi apellido?
En la pantalla las figuras silenciosas de Geraldine Brooks y de Van Heflin se abrazaban bajo la claridad p¨¢lida. Del otro lado de la ventana, vi la casa iluminada de mi vecino y, en la sala de abajo, una mujer con jogging que hac¨ªa ejercicios de Tai Chi, lentos y armoniosos, como si flotara en el aire.
Mi¨¦rcoles
?ltimamente han aparecido lo que podr¨ªamos llamar las utop¨ªas defensivas. ?C¨®mo podemos escapar del control? Una estrategia de huida imposible porque no hay lugar de llegada. Hace unos meses hicimos una antolog¨ªa en Buenos Aires y le pedimos a veinte narradores de distintas generaciones que escribieran un relato situado en el futuro. Los textos, m¨¢s que apocal¨ªpticos, eran ficciones defensivas, definidas por la soledad y la fuga. Son utop¨ªas que tienden a la invisibilidad, intentan producir un sujeto fuera de control.
S¨¢bado
Las mujeres que salen a fumar a los portales de los edificios de Nueva York tienen un aspecto furtivo, me dice ella, son inquietantes. Se ven pocos hombres, cada vez menos, fumando en la calle. Las mujeres salen de sus empleos y encienden un cigarrillo bajo el aire helado, determinadas por la urgencia y la gracia seductora de la adicci¨®n. Un vicio d¨¦bil, si se puede llamar as¨ª. Los yonquis todav¨ªa se esconden. Siento haber dejado de fumar, al verlas, me dice. Luego, como si continuara lo que ha dicho antes, dice: En esta ¨¦poca, por primera vez en la historia, hay m¨¢s escritores que lectores de literatura.
Jueves
Despu¨¦s de tantos a?os de escribir en estos cuadernos he empezado a preguntarme en qu¨¦ tiempo de verbo hay que situar los acontecimientos. Un Diario registra los hechos mientras suceden, no los recuerda, ni los organiza narrativamente. Tiende al lenguaje privado, al ideolecto. Por eso cuando uno lee un Diario, encuentra bloques de existencia, siempre en presente, y s¨®lo la lectura permite reconstruir la historia que se despliega invisible a lo largo de los a?os. Los Diarios aspiran al relato y en ese sentido est¨¢n escritos para ser le¨ªdos (aunque nadie los lea).
Martes
Trabajo en el pr¨®logo a una edici¨®n de los ¨²ltimos relatos de Tolst¨®i. Los escrib¨ªa en secreto, escondido de s¨ª mismo, y son, desde luego, excelentes, mucho mejores que los cuentos de Ch¨¦jov.
Luego de la conversi¨®n que lo ha llevado a abandonar la literatura, Tolst¨®i decide dedicar su vida a los campesinos, convertirse en otro, ser m¨¢s puro y m¨¢s sencillo. Renuncia a sus propiedades, quiere vivir del trabajo manual. Resuelve aprender a hacer zapatos, porque un par de botas bien hechas son, seg¨²n dice, m¨¢s ¨²tiles que Anna Karenina. El zapatero del pueblo le ense?a -con temor ante las incomprensibles excentricidades del conde- su viejo oficio.
Tolst¨®i anot¨® en su diario. Escribir no es dif¨ªcil, lo dif¨ªcil es no escribir. Esa frase tendr¨ªa que ser la consigna de la literatura contempor¨¢nea.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.