Cantando bajo la... jaima del tirano
La revoluci¨®n libia deja en evidencia a Beyonc¨¦, Mariah Carey, 50 Cent y otros artistas que actuaron para el clan Gadafi - Algunos acabaron donando su cach¨¦
Para qu¨¦ negarlo: el primer sentimiento es el deleite. Deleite ante el bochorno de esos superventas que, ahora se sabe, animaron las juergas de los hijos de Muamar Gadafi. Nelly Furtado fue la primera en reaccionar, al anunciar que donaba su cach¨¦ a una organizaci¨®n caritativa no especificada. En los d¨ªas siguientes, han tomado decisiones similares 50 Cent, Mariah Carey o Usher. Beyonc¨¦ ech¨® balones fuera: seg¨²n sus publicistas, en 2009 entreg¨® el mill¨®n de d¨®lares de los Gadafi a las victimas del terremoto de Hait¨ª.
Ser¨ªa mucho m¨¢s convincente si la cantante no insistiera en que supo demasiado tarde qui¨¦n costeaba aquella fabulosa fiesta de fin de a?o en la isla de St. Barts, donde solo deb¨ªa interpretar media docena de temas y pod¨ªa traerse de paquete a su marido, Jay-Z, y a varias amigas. Su sobrevenido ataque de mala conciencia huele raro.
La tarifa por actuar una noche ante un vip y su entorno: un mill¨®n de d¨®lares
El mercado en auge es Rusia, donde se llegan a pagar dos millones y medio
Nos enteramos as¨ª de la tarifa habitual para esas funciones: un mill¨®n de d¨®lares limpios, gastos aparte. Aut¨¦nticas vacaciones pagadas: miniconciertos en entornos vip del Caribe o Italia. Ahora alegan que el contrato se firmaba con terceras personas y -aguanten la risa- solo se enteraban in situ de qui¨¦nes eran los espectadores. Otros supuestos beneficiarios de la generosidad de la familia Gadafi prefieren callar: se habla de Enrique Iglesias, Lionel Ritchie o Timbaland.
El clan Gadafi ten¨ªa afici¨®n al hip-hop y al R & B, m¨²sicas afines a la est¨¦tica bling-bling, tan apreciada por los nuevos ricos del petr¨®leo. Pero no hay g¨¦neros m¨¢s culpables que otros: pr¨¢cticamente todas las estrellas, sea cual sea la m¨²sica que practiquen, est¨¢n disponibles para los denominados "espect¨¢culos privados" o "eventos corporativos" (la diferencia est¨¢ en que los segundos se consideran gastos empresariales, deducibles de impuestos). Es un gran negocio que mueven compa?¨ªas especializadas en eventos corporativos que se anuncian en Internet.
Con la excepci¨®n de Neil Young, Tom Waits y resistentes similares, cualquier rockero dorado est¨¢ disponible para entretener a millonarios de Internet, oligarcas nacidos en la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica, dictadores tercermundistas, mafiosos variados, amos del universo en general. Exigen, eso s¨ª, la m¨¢xima discreci¨®n, para no romper la imagen de artistas-del-pueblo: los fans podr¨ªan irritarse si oyen que sus favoritos tocan en su ciudad... y no hay forma de conseguir entradas.
Pocos se enteraron del concierto que, en 2007, los Rolling Stones dieron en Barcelona a instancias del Deutsche Bank, que us¨® su presencia como gancho extra para reunir a 600 analistas y directivos de las principales entidades financieras mundiales. El acto cost¨® cuatro millones de euros, incluyendo la cena de gala y el alquiler del Museu Nacional d'Art de Catalunya.
Pero sin duda el mercado en ascenso es Rusia. En 2008, la ceremonia del 15? aniversario del gigante Gazprom cont¨® con las apariciones de Tina Turner y Deep Purple, grupo fetiche del actual presidente ruso, Dmitri Medvedev. Entre las figuras que han pasado por la experiencia de la fiesta privada moscovita est¨¢n Shakira, Christina Aguilera, George Michael o Kylie Minogue. El cach¨¦ ronda el mill¨®n de d¨®lares, aunque Tina -alejada de las giras- consigui¨® dos millones y medio a cuenta de Gazprom.
Otra raz¨®n para mantener esos conciertos en cierta clandestinidad es el peligro de la publicidad negativa, como la generada por la crisis de Libia. Pero, con la tecnolog¨ªa disponible, resulta imposible impedir que llegue a la Red testimonio visual de cualquier acontecimiento: as¨ª sabemos que Beyonc¨¦ luc¨ªa como una pantera ante los Gadafi.
No pasaron esos apuros los cantantes mel¨®dicos espa?oles que, es leyenda, actuaban en residencias de narcos colombianos y mexicanos en los a?os ochenta y noventa del siglo pasado. Alguno tiene recuerdos imborrables: ser obligado a cantar una y otra vez el tema favorito del capo, que remachaba sus peticiones ense?ando los hierros.
Esas humillaciones son raras: normalmente, se pactan las condiciones al mil¨ªmetro. Nadie se plantea problemas ¨¦ticos: muchas superestrellas viven en ambientes exclusivos, donde se codean con pol¨ªticos y potentados de diversa ralea. Todo es posible: Naomi Campbell no se extra?¨® de recibir diamantes en bruto como obsequio de Charles Taylor, el se?or de la guerra liberiano.
En esos c¨ªrculos, impera el vive y deja vivir, por no hablar de la curiosidad mutua entre famosos e infames. Incluso un artista supuestamente concienciado como Sting acept¨® una invitaci¨®n para una rutilante fiesta del traficante de armas Adnan Khashoggi en la Riviera francesa, a principios de los ochenta. Preguntado al respecto, Sting asegur¨® que prefer¨ªa comprobar de primera mano qui¨¦n era Khashoggi y c¨®mo se divert¨ªa. Parece que no sac¨® grandes ense?anzas: en 2009, le contrataron para actuar en Uzbekist¨¢n, en un montaje de precios imposibles -las entradas m¨¢s baratas equival¨ªan a 45 veces el sueldo m¨ªnimo- que organizaba Guinara Karimova, la sospechosa hija del presidente uzbeco. Ya sab¨ªa a d¨®nde iba: prefiri¨® no dar noticias del recital en sting.com, su p¨¢gina web. ?El bot¨ªn? Entre uno y dos millones de libras.
Babelia
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