Espejismos en ?frica
El relato del responsable de las Antig¨¹edades parec¨ªa cre¨ªble, pero las im¨¢genes denunciaban a las claras el montaje destinado a probar a posteriori la eficaz protecci¨®n de los tesoros del Museo Egipcio (y de sus momias, sobre cuya significativa decapitaci¨®n se corr¨ªa un tupido velo). Adem¨¢s, solo hubo unas cuantas cosas rotas, enfocando la c¨¢mara a una barquita en el suelo, sin a?adir que hab¨ªa volado la imagen de Tutankamon que la presidiera. Hasta CNN pic¨®. Menos mal que el mismo d¨ªa la BBC explic¨® las sustracciones, deshaciendo el final feliz que llev¨® a algunos a celebrar la conciencia c¨ªvica que al parecer revelaba el episodio.
El viejo profesor sol¨ªa decir que no hay peor ciego que quien no quiere ver. A esto cabr¨ªa a?adir el complemento de otra ceguera, la de aquellos que ven en la realidad lo que conviene a sus posiciones ideol¨®gicas, proporcionando de este modo una interpretaci¨®n reduccionista. En la secuencia aun en curso de las revueltas del mundo ¨¢rabe esta deformaci¨®n se ha manifestado entre nosotros con excesiva frecuencia. La espectacularidad de las ca¨ªdas de dictadores en T¨²nez y Egipto se prestaba a ello. Est¨¢bamos ante procesos inequ¨ªvocamente democr¨¢ticos mediante los cuales los pueblos ¨¢rabes hac¨ªan caer la muralla homog¨¦nea del autoritarismo apoyado por Occidente y de paso deshac¨ªan el mito de la incompatibilidad entre islamismo y democracia. Solo un islam¨®fobo irrecuperable pod¨ªa pensar de otro modo.
Cada una de las afirmaciones anteriores tiene una parte de verdad y una carga de error. De entrada, una movilizaci¨®n pac¨ªfica contra una dictadura, siguiendo las ideas de Gene Sharp, constituye una premisa para alcanzar la democracia, si bien este segundo aspecto depende de los objetivos de la revuelta. En T¨²nez no parece haber dudas; en Egipto las encuestas entre manifestantes de Tahrir y lo sucedido despu¨¦s llevan a hip¨®tesis menos optimistas. En el Este libio el grito es Allah u-Akhbar. La revoluci¨®n democr¨¢tica es un punto de llegada deseable, no seguro. Y el islam y el islamismo, que no son la misma cosa, jugar¨¢n un papel decisivo para el desenlace en uno u otro sentido.
M¨¢s cuestionable es incluir todos los reg¨ªmenes preexistentes en el caj¨®n de sastre del autoritarismo. Gracias a Juan Linz contamos con ese concepto que permite designar a los reg¨ªmenes no democr¨¢ticos, dictatoriales incluso, pero con pluralismo limitado, funcionamiento pragm¨¢tico y cierto margen para la sociedad civil, circunstancias que se daban en T¨²nez y en Egipto, pero no en Libia, donde reg¨ªa el neo-sultanismo de Gadafi, con autocracia personal, clanes de apoyo, arbitrariedad tan ilimitada como su vocaci¨®n represiva. Por eso solo pod¨ªa caer mediante una acci¨®n militar que respaldase la movilizaci¨®n antidictatorial. Lo mismo puede decirse del sultanismo estricto de Arabia Saud¨ª o de la teocracia islamista en Ir¨¢n. Las revueltas han podido surgir por simpat¨ªa, tomando el t¨¦rmino de las explosiones por simpat¨ªa en qu¨ªmica, como surgieran en Europa en 1848 o 1989. Otra cosa es que crearan una ola incontenible. El error de apreciaci¨®n est¨¢ teniendo ya graves consecuencias, y afecta sobre todo a una Administraci¨®n de Obama que vendi¨® la piel del oso antes de matarlo, aunque tambi¨¦n a quienes se juegan la vida contra Gadafi. Un progresismo bien intencionado pens¨® otro tanto en Espa?a a fines de febrero. Recuerdo una observaci¨®n que entonces escrib¨ª para m¨ª: "El buen funcionamiento de los llamamientos a la movilizaci¨®n popular no puede contrarrestar el imperio de las armas. De no darse un vuelco en la actitud militar, Gadafi tiene recursos para encarar una guerra civil contra su propio pueblo".
El episodio aconseja matizar el s¨ªndrome de Occidente culpable. El problema no era comprar petr¨®leo a Gadafi, sino festejarle como Aznar o besarle la mano como Berlusconi, su m¨¢ximo protector actual en Europa al lado de Tayyip Erdogan, siempre ensalzado aqu¨ª, fiel a su neo-otomanismo. En su estupendo art¨ªculo, Na?m debiera incluirle al lado de Ch¨¢vez y Ortega. Adem¨¢s, China y Rusia obligan a atender a los intereses econ¨®micos nacionales. Al imponer la No Intervenci¨®n sobre Libia su juego queda claro.
?ltima reflexi¨®n desde Espa?a. Una cosa es la islamofobia, otra la islamodulia, la reverencia ante un islamismo cuya actitud oficial pragm¨¢tica coexiste con comportamientos agresivos de islamistas frente a toda pretensi¨®n de igualdad. Los ataques a coptos protegidos por las fuerzas del orden siguen la estela del atentado de A?o Nuevo en Alejandr¨ªa. Las pocas mujeres que se manifestaron el 8 de marzo en Tahrir fueron ferozmente agredidas. Y no me cuenten que por un machismo ajeno a la intolerancia religiosa.
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