La m¨²sica y el ruido
Napole¨®n defini¨® la m¨²sica como "el menos molesto de todos los ruidos". Una frase poco afortunada que alg¨²n bi¨®grafo del genio militar matiza atribuy¨¦ndole otra algo menos cruel, "la m¨²sica es el m¨¢s bello de los ruidos, pero ruido al fin". Es verdad que tanto la m¨²sica como el ruido se producen por vibraci¨®n de las mol¨¦culas de aire, pero, mientras la primera organiza intelectualmente ese fen¨®meno f¨ªsico para producir una emoci¨®n, el segundo tal y como lo entendemos es una mezcla an¨¢rquica sin finalidad concreta que, elevada al exceso, resulta cargante y provoca crispaci¨®n.
Solo la naturaleza, con las voces canoras o con sonidos como el del agua o el viento, logran en el o¨ªdo sensaciones m¨¢s pr¨®ximas a la m¨²sica que al ruido. La autoridad municipal no parece establecer tales diferencias y mete a la m¨²sica en su ordenanza contra el ruido sin miramiento alguno. Los m¨²sicos no son catalogados como artistas, sino como unos tipos ruidosos.
Lo de prohibir los amplificadores tiene todo el sentido. M¨¢s discutible es el veto a la percusi¨®n
He de admitir que tengo debilidad por todo aquel que logra arrancar unas notas coordinadas de un instrumento. Cada vez que les oigo en el metro o en cualquier esquina siento que alguien quiere propagar un sentimiento y agradar a los dem¨¢s. Alguno hay con la destreza justa para hacerlo en p¨²blico pero otros se me antojan aut¨¦nticos virtuosos que merecer¨ªan mejor suerte que la dependencia de nuestra d¨¢diva. Esa gente le pone alegr¨ªa y calidez a la ciudad a pesar de lo cual, en la primera redacci¨®n de esa nueva norma municipal, les consideraban casi como delincuentes en potencia. Tanto que si osaban tocar en la v¨ªa p¨²blica sin autorizaci¨®n expresa les requisaban los instrumentos.
Ignoro a qui¨¦n se le pudo ocurrir arrebatarle el acorde¨®n o la guitarra a un pobre m¨²sico. No puedo imaginar que alguien con un m¨ªnimo de sensibilidad sea capaz de ordenar la incautaci¨®n de una herramienta tan inocua e ¨ªntima para quien la maneja. Por fortuna no prosper¨®. La intervenci¨®n del alcalde Ruiz-Gallard¨®n a favor de la m¨²sica callejera, oblig¨® a redactar de nuevo el art¨ªculo en cuesti¨®n sustituy¨¦ndolo por otro en el que se permite tocar siempre que no se empleen elementos de percusi¨®n o amplificaci¨®n.
Lo de prohibir los amplificadores tiene todo el sentido, la m¨²sica en la calle no debe exceder en potencia la capacidad del propio instrumento. Esos aparatos mal empleados pueden convertir la m¨²sica en ruido e imponerlo en toda una calle molestando a la gente e inhibiendo el trabajo de otros int¨¦rpretes. M¨¢s discutible es el veto a los elementos de percusi¨®n.
La ordenanza trata de conjurar la acci¨®n inmisericorde de aquellos palizas que presumen de aporrear el tambor pero demoniza igualmente a los que tocan un ingenuo xilof¨®n. Habr¨¢ que afinar la norma y su aplicaci¨®n pr¨¢ctica. Y habr¨¢ que ser m¨¢s duro con otros sonidos que inundan la calle y que parecen tener patente de corso. Si el m¨¢ximo castigo para quien descarga su estr¨¦s en el coche a bocinazo limpio, ya sea de d¨ªa o de noche, no pasa de los 90 euros ser¨¢ dif¨ªcil imponer el respeto que nuestros o¨ªdos merecen. Y qu¨¦ decir de los moteros que hacen rugir sus m¨¢quinas a cualquier hora o los macarras del escape libre, cuya impunidad en esta capital constituye una bochornosa tradici¨®n. Ese ruido ni est¨¢ perseguido ni penalizado por la ordenanza, no al menos en consonancia con el trastorno que produce.
Sin embargo, los redactores s¨ª han cargado la mano contra los gritones. No ser¨¦ yo quien defienda a los que van pegando voces y mucho menos si provocan esc¨¢ndalo o alteran el orden p¨²blico, pero un multazo de 750 euros por gritar es para dejarte mudo de por vida. Son excesos sonoros en cualquier caso nunca comparables a los que provienen de la actividad musical indignamente incluida en el mismo saco por la normativa antirruido. Tal vez a sus redactores les ha ocurrido lo que a Napole¨®n, que se acostumbr¨® al tronar de los ca?ones y le sali¨® un pl¨¢tano en la oreja.
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