El embudo del tiempo
Seis horas pueden ser muchos a?os. Todos hemos experimentado las bruscas contracciones del tiempo que pueden convertir un minuto en una eternidad y pueden concentrar d¨¦cadas enteras en el filo cortante de un ¨²nico segundo. De hecho, toda la literatura es el esfuerzo, expresado en mil m¨¢scaras, para demostrar que nuestra idea habitual del tiempo no es sino un error cuando entendemos la vida desde el punto de vista de las sensaciones. La memoria, materia prima de cualquier ejercicio literario, es el preciso terreno en el que acontecen todas las distorsiones temporales: los recuerdos fluyen arbitrariamente y debemos orientarnos en medio del caos. Baudelaire fue elocuente al definir al poeta como el maestro de la memoria; Mandelstam fue a¨²n m¨¢s lejos al considerarlo el "maestro del eco", dando por sentado que nadie llega nunca al sonido originario y que ya es mucho capturar los ecos que se expanden por el mundo como huellas de un tiempo partido o como indicios del que todav¨ªa debe pronunciarse.
Bien sabemos que el Maelstr?m es, en realidad, un estado de ¨¢nimo
Toda la literatura gira en torno a esta ambig¨¹edad; sin embargo, entre las obras volcadas a demostrar el ambiguo juego del tiempo en las vidas humanas, pocas alcanzan la exactitud de Un descenso al Maelstr?m, de Edgar Allan Poe, relato en el que el lector sabe, desde el principio, gracias a las propias palabras del narrador, que seis horas bastan para precipitarse de la juventud a la vejez. Lo extraordinario -y lo que hace maravillosamente veros¨ªmil la historia- es que cualquier visitante actual de las costas de Noruega puede enfrentarse al teatro en el que tuvo lugar la gran metamorfosis. Poe, quien apenas en un par de ocasiones abandon¨® la natal Nueva Inglaterra y que jam¨¢s viaj¨® a Europa, era muy minucioso en sus descripciones, frutos de una documentaci¨®n casi obsesiva. Al viajero de nuestros d¨ªas le basta con seguir sus indicaciones para aproximarse al escenario: a 68 grados de latitud, en la costa de Noruega, en la provincia de Nordland, en el distrito de Lofoten, desde la cima del monte Helseggen puede contemplar varias islas, entre ellas la de Moskoe, que da nombre al Moskoe-Strom, el otro nombre del Maelstr?m.
Si, adem¨¢s de atender a las coordenadas, el viajero actual cierra los p¨¢rpados y se deja guiar por los ojos de la imaginaci¨®n puede observar, con nitidez creciente, el gran embudo del tiempo concebido por Poe. El remolino del mar, enrosc¨¢ndose hacia el abismo, se transforma, entonces, en una gigantesca escalera de caracol por la que descienden y ascienden las horas y los a?os en un tumulto que, siendo terrible, no deja de poseer una singular armon¨ªa. Frente a la gran caracola clavada en el oc¨¦ano el espectador de principios del siglo XXI est¨¢ en condiciones de rememorar la aventura que la fantas¨ªa de Edgar Allan Poe situ¨® hace dos siglos, a principios del XIX. Puede divisar de nuevo a los tres hermanos pescadores acerc¨¢ndose temerariamente al torbellino del Maels- tr?m en busca de una pesca prodigiosa, pese a todas las advertencias recibidas; puede observar, con el coraz¨®n encogido, como el peque?o barco, arrastrado por la corriente, es zarandeado por olas cada vez m¨¢s negras, hasta desaparecer en el interior de una boca monstruosa; puede asistir a la muerte irremediable de dos de los hermanos y a la salvaci¨®n, casi milagrosa, del tercero, del superviviente, del que cuenta la historia, del que conoce ya la aut¨¦ntica naturaleza del tiempo.
En este momento el espectador de nuestros d¨ªas no solo tiene que cerrar los p¨¢rpados, sino tambi¨¦n tiene que taparse los o¨ªdos para conseguir escuchar, ¨²nicamente, las palabras del pescador que sobrevivi¨® al Maelstr?m, el hombre que encaneci¨® de repente, el joven convertido en viejo, el viejo que se sabe todav¨ªa joven. El descenso por el embudo del tiempo se parece, en algunos momentos, al descenso de Dante por ese otro gran embudo que es el Infierno de la Divina Comedia. Solo que en este caso no hay ning¨²n Virgilio, ning¨²n gu¨ªa que aconseje y proteja a los hermanos marineros. El peligro y la muerte son descritos con una belleza seca, sin concesiones. Poe dedica gran parte del relato a este descenso, con descripciones muy pict¨®ricas, al igual que lo son las de Dante cuando quiere hacer llegar al lector las caracter¨ªsticas del embudo que se hunde en las entra?as de la tierra. Y no obstante, el ascenso -tambi¨¦n en Dante- es lum¨ªnico y visual: el pescador superviviente, atado a una barrica tras abandonar el barco, es expulsado, de pronto, hacia la superficie y, tras experimentar el mayor caos, se siente, ligero, en un mar sin viento, bajo un cielo sereno y con la visi¨®n radiante de la luna llena inclin¨¢ndose hacia occidente.
Antes, sin embargo, Poe deja constancia de la imagen decisiva, la visi¨®n en la que la gran caracola del tiempo gira sobre s¨ª misma, transformando los descensos en ascensos: "no pod¨ªa distinguir nada claramente, a causa de la espesa bruma que rodeaba todas las cosas, y sobre la que se cern¨ªa un magn¨ªfico arco¨ªris, semejante a ese puente vacilante y estrecho que es el ¨²nico paso entre el Tiempo y la Eternidad". En un ¨²ltimo esfuerzo de la imaginaci¨®n el viajero que se asoma al mar desde el acantilado noruego tambi¨¦n puede vislumbrar ese puente. Aunque, desde luego, no hace falta ir a Noruega para esto pues bien sabemos que el Maelstr?m es, en realidad, un estado de ¨¢nimo.
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