Esperando una se?al
A dos meses de las elecciones municipales y auton¨®micas, el partido socialista transmite la impresi¨®n de estar m¨¢s preocupado por decidir qui¨¦n ser¨¢ el cabeza de cartel en las pr¨®ximas generales que por promocionar sus candidaturas para mayo. De no deshacer este equ¨ªvoco con urgencia, sus consecuencias pueden ser devastadoras tanto en mayo como en las pr¨®ximas generales. Con el agravante de que corregir no resulta f¨¢cil a estas alturas. Si Rodr¨ªguez Zapatero anunciara que vuelve a presentarse, una parte del electorado podr¨ªa mostrar el rechazo a la decisi¨®n castigando al partido socialista en las elecciones municipales y auton¨®micas. Pero si anunciara su renuncia, los movimientos internos para la sucesi¨®n provocar¨ªan seguramente un efecto similar. Y a la vista est¨¢ que prolongar el silencio tampoco es una buena alternativa.
El electorado del PSOE espera una sola se?al para confiar de nuevo, pero nadie se la da
El presidente del Gobierno no estuvo afortunado al alimentar las especulaciones sobre su continuidad en una charla informal con periodistas, a principios de a?o. Tampoco lo est¨¢n ahora los barones que, intentando salvar sus propios muebles, contribuyen a prolongarlas. Resulta sorprendente que, unos por otros, hayan perdido de vista que la ¨²nica v¨ªa relativamente segura para minimizar los da?os es reforzar la unidad de su partido en torno a una estrategia, sea la que sea, no buscar atajos individuales, inciertos a estas alturas. La suspensi¨®n del mitin de Vistalegre, con independencia de los verdaderos motivos que haya detr¨¢s, es un p¨¦simo mensaje. Aparte de ofrecer una inquietante imagen de desacuerdo, deja flotando la duda de si la direcci¨®n socialista sigue teniendo ascendiente sobre los barones.
Entre las razones que explicar¨ªan las dificultades internas en el partido socialista se encuentra la ¨²ltima remodelaci¨®n del Gobierno. No tanto por haberla realizado como por la clave sucesoria que se le quiso imprimir. Sobre todo cuando, como ahora se comprueba, o no era una apuesta firme o no se previeron las reacciones que provocar¨ªa. Por si no fuese bastante con haber alentado las especulaciones sobre qui¨¦n encabezar¨ªa la sucesi¨®n de Zapatero, ahora se aceptan tambi¨¦n apuestas sobre c¨®mo se llevar¨ªa a cabo y cu¨¢ndo. Y a medida que el tiempo pasa, se complica la tarea de acomodar los procedimientos estatutarios del partido socialista para elegir candidato electoral con los procedimientos institucionales para investir un nuevo presidente del Gobierno, si es que eso est¨¢ en los planes para abordar el ¨²ltimo tramo de la legislatura. Se podr¨ªa dar la circunstancia de que, aunque Zapatero decidiera marcharse, no pudiera hacerlo, lo mismo que le ocurri¨® en 1993 a Gonz¨¢lez.
Existe, por lo dem¨¢s, otra variable que no parece tomarse en consideraci¨®n. Si la derrota socialista en las elecciones municipales y auton¨®micas resultara tan concluyente como vaticinan las encuestas, no es seguro que el Gobierno pudiera sostener la legislatura hasta el final. El calvario que comenz¨® al desencadenarse la crisis econ¨®mica, y que se agudiz¨® cuando el Gobierno se vio obligado a reconocer sus efectos, podr¨ªa alcanzar extremos in¨¦ditos. La alternativa a la que se enfrentar¨ªa entonces Zapatero no ser¨ªa diferente de la que encar¨® Montilla en el tripartito catal¨¢n: adelantar las elecciones para perderlas o resistir al precio de provocar una irrecuperable sangr¨ªa de apoyos. La confianza en que un factor sobrevenido como el inicio de la recuperaci¨®n econ¨®mica pudiera acudir en socorro del partido socialista conlleva el riesgo de esperar en vano. En cuanto al final del terrorismo, ni ser¨ªa aceptable vincularlo a las necesidades electorales ni es segura estos momentos su influencia en los votantes.
Si la direcci¨®n del partido socialista y del Gobierno cuenta con adoptar alguna iniciativa, no es mucho el plazo del que dispone, si es que todav¨ªa dispone de alguno. El discurso de que es posible ganar a las encuestas resulta obligado para cualquier dirigente en dificultades, pero no pasa de ser eso, un discurso. Por m¨¢s que se repita como un mantra, ni colocar¨¢ entre par¨¦ntesis el debate sucesorio permitiendo que los socialistas se concentren en promover a sus candidatos municipales y auton¨®micos ni tampoco movilizar¨¢ a su electorado. Este se encuentra a la espera de una se?al, siquiera una, para confiar de nuevo. Pero es como si, agotados los efectos del voto del miedo hacia el Partido Popular que decidi¨® las elecciones de 2008, los l¨ªderes socialistas se hubieran quedado sin nada que ofrecer. Y no es que los populares ofrezcan gran cosa; tan s¨®lo el primer punto de lo que le exige perentoriamente su electorado: desalojar sin contemplaciones al Gobierno de Zapatero. Lo que vaya a pasar despu¨¦s, ni parecen saberlo ni dan se?ales de que les importe.
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