Voces de Tr¨ªpoli y Bengasi
Vecinos de la capital libia y del feudo de los rebeldes describen la vida bajo Gadafi y sus perspectivas de futuro
La libertad para hablar es tan palpable ahora en Bengasi, la capital de los insurrectos, como la incertidumbre sobre el porvenir. Al otro lado del pa¨ªs, en Tr¨ªpoli, la fidelidad sin fisuras a Muamar el Gadafi convive con la represi¨®n y la paranoia.
BENGASI
- Mohamed Aguri. Carnicero. 44 a?os. "El r¨¦gimen ahorcaba a la gente en los estadios y televisaba las ejecuciones. Lo hac¨ªan incluso en el mes de Ramad¨¢n, lo que enfurec¨ªa a¨²n m¨¢s. Te deten¨ªan si te quejabas por la escasez de pan o por los baches en el asfalto. Algunas veces se organizaban manifestaciones, pero la represi¨®n era brutal. Est¨¢bamos vigilad¨ªsimos", recuerda. Le cuesta arrancarse. Sospecha del extranjero. Mohamed era un n¨²mero m¨¢s entre de los casi seis millones de libios. "En las transmisiones de partidos de f¨²tbol", sonr¨ªe, "era frecuente que los locutores aludieran a los jugadores por el dorsal de la camiseta. Con una excepci¨®n: cuando jugaba Saadi Gadafi, al que denominaban 'el tit¨¢n', 'el arquitecto". Muchos de sus rivales, cuentan en Bengasi, no se atrev¨ªan a disputarle el bal¨®n.
"Solo subsistimos, porque las familias tienen cinco hijos y han de apa?¨¢rselas con 400 d¨®lares al mes", cuenta en un caf¨¦ de Bengasi. "Si los americanos o los europeos intervienen aqu¨ª y siguen interfiriendo despu¨¦s, pues bueno. Tienen intereses en Libia, pero no temo ninguna neocolonizaci¨®n. El siglo XX pas¨®. Adem¨¢s, son mejores que Gadafi. Ahora no tenemos nada".
- Ali. 60 a?os. Trabajador portuario. Prefiere no dar su apellido. "Todav¨ªa tengo miedo. No pod¨ªamos hablar en casa por temor a que nuestros hijos dijeran en la calle lo que escuchaban. Hab¨ªa chivatos hasta en el cuarto de ba?o. Los problemas se acabar¨¢n cuando Gadafi se marche", cuenta.
- Nejia Ali. Bibliotecaria. M¨¢s de 50 a?os. Solo espera que los nuevos tiempos le permitan el reencuentro con sus hijos. "Tengo siete y no los he visto desde hace ocho a?os. Me divorci¨¦ de mi marido, y en ese caso la mujer conserva la custodia, salvo que tenga problemas mentales", explica. Ten¨ªa las de perder. "Le dieron la raz¨®n a ¨¦l en los tribunales porque trabajaba para el r¨¦gimen. Cuando descubr¨ª que hab¨ªa matado a mucha gente, me dediqu¨¦ a educar a mis hijos para que odiaran a Gadafi".
- Eman Elgasier. Profesora de ingl¨¦s desempleada. 32 a?os. Esta madre de dos hijos, viste hiyab y se declara moderadamente religiosa. "Tengo sentimientos encontrados. Desde peque?a viv¨ª en Arabia Saud¨ª y California. Echaba mucho de menos a mi familia, pero ahora no s¨¦ que har¨¦. Prefiero que mis hijos sean educados en el extranjero. El sistema de ense?anza fomentaba deliberadamente el fracaso. Y aunque no hay diferencias entre hombres y mujeres para ense?ar en la universidad, el problema es que todos somos iguales cuando se trata de hallar trabajo: casi nadie lo consigue".
- Abdul al Shnag. Trabaja en el puerto de Valencia. 27 a?os.
Este joven, que acaba de regresar a Libia desde Valencia -los hay que volvieron desde Hawai- es consciente de las muchas contradicciones que emergen en esta sociedad. "Todo el mundo habla de democracia, pero no tienen ni idea de lo que es. Es necesario fundar una organizaci¨®n juvenil porque los j¨®venes s¨ª intentan conectarse con el mundo, lo que no era f¨¢cil, porque muchas p¨¢ginas estaban censuradas y la polic¨ªa te segu¨ªa el rastro si intentabas descargar algunas", dice.
- Ishab Zeew. Estudiante de Ingenier¨ªa. 18 a?os. Los j¨®venes est¨¢n desnortados. Como dice Zeew, quieren construir rascacielos. "Antes tenemos que arreglar muchas cosas. En Bengasi no tenemos ning¨²n lugar de diversi¨®n. Estamos en la calle, mirando. Es muy aburrido, pero ahora no me ir¨ªa de Libia. Hay que hacer algo por el pa¨ªs para que esto se transforme en Dub¨¢i", declara. A Ishab le invade el desconcierto cuando se le pregunta por su tendencia pol¨ªtica. Jam¨¢s se lo ha planteado.
TR?POLI
- Ramun. Taxista. 30 a?os. Este outsider que se hace llamar Ramun conduce con continuos derrapes y bruscos cambios de velocidad salvo cuando sabe que puede encontrarse un control de las milicias de Gadafi. "Bastards", dice en ingl¨¦s tras lanzarles un gesto amable por la ventana. Detesta a Gadafi pero tampoco est¨¢ de acuerdo con los rebeldes ni con los bombardeos de las fuerzas extranjeras. Usa todos los tacos que sabe en ingl¨¦s para referirse a los miembros del Gobierno libio y ofrece una botella de g¨¹isqui o de vodka por 20 d¨®lares.
En Libia, donde todos han tomado partido, es una especie extra?a. "Soy un hombre de negocios. Me da igual qui¨¦n est¨¦ si puedo hacer dinero. Pero me gustar¨ªa que hubiese m¨¢s libertad. Aqu¨ª, si no est¨¢s dentro del sistema, no consigues nada", asegura. Tambi¨¦n es un hombre poco com¨²n dentro de su profesi¨®n. Adem¨¢s de hablar ingl¨¦s, por unos pocos dinares puede hacer de gu¨ªa en la capital. Opina que no hay revoluci¨®n. Solo dinero movi¨¦ndose de un sitio a otro del pa¨ªs. "El que tiene el poder ahora es Gadafi. Cuando lo quiten vendr¨¢n otros. Y yo seguir¨¦ siendo taxista".
- Jamal. Ingeniero que trabaja de camarero. Unos 40 a?os. Es un anti-Gadafi que se entusiasma cuando caen las bombas. Por razones obvias, ese nombre es ficticio. Cuando aparecen los aviones sobre Tr¨ªpoli, suelta una sonrisa rencorosa con las explosiones. "Esa ha ca¨ªdo por el cuartel de Jamis, el hijo de Gadafi... Eso es en Bab el Aziziya... Esa es en la base militar de Tajura... Me gusta esta m¨²sica". Jamal solo ejerci¨® de ingeniero en el extranjero. "Tuve que venirme por la familia hace a?os y qued¨¦ atrapado aqu¨ª", dice. Vive en un cierto estado paranoia continua; ve esp¨ªas por todas partes; tiende a pensar que hay c¨¢maras que le graban; a veces se tapa la boca para hablar y evitar que le lean los labios. "Son 40 a?os con este tipo. El final est¨¢ cerca y yo estoy contento. Pero hay que tener mucho cuidado. El r¨¦gimen coloca a los suyos en los mejores puestos y alguien que parece un amigo puede estar recopilando informaci¨®n sobre ti", afirma.
- Abdulaziz Warfali. Periodista. 52 a?os. Dice "creer en la verdad" y trabajar por esa causa para el r¨¦gimen del coronel Gadafi. Tras 20 a?os de profesi¨®n, el jefe de Libia Hoy, que se imprime en Egipto, ha sido llamado para atender a los reporteros extranjeros que se alojan en el Hotel Rixos. La prensa le pide salir de la jaula de oro en la que est¨¢n encerrados; el r¨¦gimen los ha alojado en el lujoso hotel y no les deja salir si no es con un acompa?ante del Gobierno, llamados eufem¨ªsticamente cuidadores. Dice que es por la seguridad de los periodistas. "Pod¨¦is tener problemas con los criminales que se han armado durante el conflicto. Y luego nos echar¨ªan la culpa a nosotros". Abdulaziz se r¨ªe cuando se le habla de la falta de libertad de prensa en Libia. "Mi publicaci¨®n es independiente", asegura. "Hemos escrito cosas positivas y negativas del Gobierno antes de que empezara el conflicto y nunca nos ha pasado nada". Su visi¨®n del conflicto casa con la versi¨®n oficial. "Todo es una conspiraci¨®n de los pa¨ªses occidentales para quedarse con el petr¨®leo de Libia. Y la mayor¨ªa de los medios de comunicaci¨®n extranjeros no est¨¢n informando de eso", asegura el periodista, que hace unos d¨ªas cogi¨® un Kal¨¢shnikov dispar¨® al aire en la entrada del hotel para celebrar el avance por el este de las tropas de Gadafi.
- Mohamed Dekel Alzante. Encargado de los coches oficiales del Gobierno. 50 a?os. "Libia es un pa¨ªs estrat¨¦gico y por eso nos est¨¢n atacando", dice. "A los dem¨¢s pa¨ªses les molestaba ver que aqu¨ª se constru¨ªan rascacielos, que creci¨¦ramos tanto y por eso nos han bombardeado. Ahora la gente no puede hacer vida normal, pero saldremos de esta crisis". Mohamed procura no hablar demasiado. Tampoco sonr¨ªe. "Tr¨ªpoli era una ciudad segura por las noches. Se pod¨ªa conducir sin problemas. Ahora tratamos de evitar los viajes por las noches. Es muy peligroso".
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