Agur, Atila
Es el ¨²ltimo piropo que le han dedicado, hasta ahora, al presidente Zapatero. Es el Atila de Murcia, pues la ha dejado tan seca que ya no puede crecer la hierba. Y el piropo se lo ha lanzado el dandi levantino, ese mismo que se atribuye el m¨¦rito de haberlo derrocado, Francisco Camps. Hay tambi¨¦n quienes, tras su anuncio de que no ser¨¢ candidato en las pr¨®ximas generales, dicen haber sentido el mismo alivio que experimentaron tras la muerte de Franco, aunque cuesta creerles, no que hayan sentido alivio ahora, sino que lo sintieran entonces. A veces nos curamos en salud arrojando nuestros fantasmas sobre quien nos los descubre, y es curioso que lo llamen Atila los que han convertido los territorios que gobiernan en aut¨¦nticas cementeras, o que lo comparen con Franco quienes tanto han velado para que no se destapara la mierda del enano. A Zapatero lo engrandecen sus enemigos, toda esa carcundia implacable que hace imposible que podamos juzgarlo todav¨ªa con imparcialidad.
Zapatero ha sido, lo sigue siendo, un modernizador, y ha cambiado la faz de este pa¨ªs, esperemos que para siempre. Quiz¨¢ lo haya hecho con m¨¢s ambici¨®n que acierto, pero ha ampliado el campo de nuestros derechos y libertades. Tiene tambi¨¦n otro m¨¦rito, el de habernos revelado la contrafaz de este pa¨ªs, a veces por m¨¦rito propio y otras por las circunstancias que le ha tocado lidiar. Fue el portavoz de un sue?o, el de esa Espa?a avanzada y puntera en la que cre¨ªa, sue?o que adquir¨ªa expresi¨®n en su tan denostado optimismo antropol¨®gico, tal vez un rasgo definitorio de su car¨¢cter, tal vez un gesto pol¨ªtico de quien trataba de convencernos de que podemos. Y es ese sue?o el que justo en su mandato se ha agrietado. Por circunstancias en gran parte ajenas a su voluntad, pero a las que quiz¨¢ no ha sabido enfrentarse de forma adecuada. Se ha deteriorado la imagen que ten¨ªamos de nosotros mismos -somos un pa¨ªs perif¨¦rico, de escasa influencia y en el que pocos conf¨ªan-, deterioro del que le hacemos responsable, y es eso lo que no le perdonamos. Bien, es lo que somos, pero seguramente es tambi¨¦n lo que ¨¦ramos. Su audacia reformadora y su firme convicci¨®n de lo contrario, tal vez hayan contribuido a que esa realidad se manifestara de forma tan demoledora.
Estoy convencido de que ¨¦l sigue creyendo que su sue?o no era tal, y de que todos sus esfuerzos actuales responden a un empe?o por demostr¨¢rnoslo. Se le reprocha haber cambiado de pol¨ªtica, pero tiemblo s¨®lo de pensar qu¨¦ habr¨ªa ocurrido si hubiera sido un hombre de pi?¨®n fijo. Es m¨¢s, me parece encomiable que haya sabido cambiar. No s¨¦ si ha traicionado a sus votantes, ni si ha traicionado a su ideolog¨ªa. S¨ª s¨¦ que no ha traicionado a algo esencial en ¨¦l, su sue?o de Espa?a, ese sue?o que a¨²n nos lo quiere devolver intacto: un pa¨ªs moderno, avanzado y m¨¢s justo. Lo logre o no, s¨®lo me queda saludarlo como lo hacemos los vascos: agur, jauna.
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