La originalidad ¨¢rabe
Si la historia humana, al contrario de la naturaleza, no obedece probablemente a ley predeterminada alguna, lo que es seguro es que la ley, por su parte, es sin duda el producto cada vez espec¨ªfico de la historia. Lo que ocurre hoy en el mundo ¨¢rabe es desde este punto de vista del todo excepcional y significativo. He aqu¨ª un proceso revolucionario espont¨¢neo, portador de una ola de liberaci¨®n democr¨¢tica de una profundidad inaudita y que despu¨¦s de haber desmontado dos reg¨ªmenes de entre los m¨¢s odiosos y represivos del planeta (simbolizados por el tunecino Ben Ali y el egipcio Mubarak) y abierto la v¨ªa de la emancipaci¨®n en el resto del mundo ¨¢rabe, contin¨²a abri¨¦ndose camino en profundidad sin que nadie pueda afirmar con certeza cu¨¢ndo y c¨®mo se detendr¨¢. Su ley espec¨ªfica aparece sin embargo con claridad: es un movimiento espont¨¢neo, desarmado, sin direcci¨®n pol¨ªtica organizada, sin l¨ªderes reconocidos e incontestables, sin fuerza material ni financiera.
Un pueblo movilizado pero no organizado es al final vencido por quienes poseen las armas
Nunca hemos visto esto en el mundo ¨¢rabe. Unas fuerzas sociales desnudas, unos j¨®venes y menos j¨®venes ofreciendo sus pechos en desaf¨ªo a la dictadura y, del fondo de estas naciones, que han vuelto de lejos desde su independencia, el rugido del pueblo profundo, el que nunca ven los especialistas occidentales de esos pa¨ªses, sobre todo cuando se les invita para ser condecorados por los dictadores...
Nos preguntamos c¨®mo un tal impulso de las fuerzas profundas del pueblo aguanta ante la resistencia de las fuerzas del pasado. La revoluci¨®n francesa de 1789 fue provocada, a su pesar por otra parte, por el pueblo; se le escap¨® muy r¨¢pidamente para convertirse en una revoluci¨®n de toda la naci¨®n popular; estaba dirigida sin embargo por unas fuerzas que se organizaron r¨¢pidamente. La revoluci¨®n rusa de 1905 fue espont¨¢nea, y fue derrotada porque no ten¨ªa fuerzas dirigentes reconocidas; la de Febrero y luego la de Octubre de 1917, sobre todo esta por cierto, fueron unos cambios radicales en los que los partidos tuvieron un papel determinante. En los a?os ochenta y noventa, los movimientos democr¨¢ticos en Am¨¦rica Latina surgieron de compromisos negociados entre las clases sociales y de procesos electorales aceptados por todos. Salvo excepciones, las dictaduras organizaron as¨ª ellas mismas su propia desaparici¨®n. En los pa¨ªses del Este, en los noventa, la democratizaci¨®n de los pueblos se produjo al hilo de la descomposici¨®n del Imperio sovi¨¦tico, y es probable que sin esa condici¨®n, los caminos de la democracia hubieran sido fuertemente contrariados. Se instituyeron r¨¢pidamente unas fuerzas organizadas que neutralizaron a las de los reg¨ªmenes dictatoriales.
Nada comparable en el mundo ¨¢rabe hoy. Estamos ante unos movimientos que extraen su energ¨ªa del rechazo profundo de los pueblos, pero que de entrada son contrariados por los supervivientes de los antiguos reg¨ªmenes. Es una paradoja incre¨ªble que las dictaduras hayan estado tanto tiempo apoyadas por sus ej¨¦rcitos, y que sean estos, en T¨²nez y en Egipto, los que conducen ahora el proceso democr¨¢tico. En cambio, esos mismos ej¨¦rcitos, en los casos de Yemen, Siria y Libia, contin¨²en protegiendo a los reg¨ªmenes vilipendiados por su poblaci¨®n.
Los observadores han inventado una categor¨ªa bastante curiosa para explicar a la vez el poder y la debilidad de esos procesos revolucionarios: la calle. Se dice que la calle, las manifestaciones convocadas en internet, Facebook y los sms, se movilizar¨¢ para exigir, por ejemplo en Egipto, que Mubarak sea juzgado; se dice que la calle sale en T¨²nez para exigir no una elecci¨®n presidencial, como hubieran querido los partidarios del antiguo r¨¦gimen, sino una Asamblea constituyente.
En todos los casos, esa fuerza oscura, temida por los oportunistas de los reg¨ªmenes vencidos o los partidos que, en la sombra y con frecuencia a causa de la represi¨®n dictatorial, esperaban su hora para pretender dirigir la revoluci¨®n democr¨¢tica, permanece a¨²n milagrosamente intacta. ?Por cu¨¢nto tiempo? Puesto que si no es una ley, es una evidencia factual: un pueblo movilizado pero no organizado es finalmente vencido frente a quienes poseen las armas. El gran desaf¨ªo de los egipcios y de los tunecinos es formar partidos pol¨ªticos, instituciones representativas, asociaciones que anuden los hilos de la revoluci¨®n para transformar en voluntad pol¨ªtica organizada esta fuerza liberadora.
Traducci¨®n de M. Sampons
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