No te contesto
No te contesto. No te contesto a ti, sino a lo que representas, a ese tipo de persona que solo sabe expresarse a trav¨¦s del insulto. No te contesto a ti porque es una p¨¦rdida de tiempo y porque no sabr¨ªa estar a tu altura: carezco de recursos para hilvanar toda una p¨¢gina con comentarios denigratorios sobre otro columnista. No soy capaz de utilizar mi energ¨ªa en eso. No te contesto porque ser¨ªa est¨¦ril entablar un debate con alguien que comienza escupi¨¦ndote. No te contesto porque lo que dices de m¨ª ya lo he o¨ªdo alguna vez y, honestamente, no hay nada de lo que me acuses que me obligue a defenderme. Haces chistes con mi apellido. Eso es viejo, ya los sufr¨ª en la escuela. Por fortuna, como se trata de un recurso facil¨®n, los chistosos suelen ampliar el repertorio en cuanto superan la adolescencia. Esas bromitas est¨¢n a la altura de las burlas sobre el f¨ªsico. Las mujeres tenemos coraza. Hay hombres que parecen seguir en el patio del colegio: cuando ya te han llamado tonta y desean herirte un poco m¨¢s, te gritan que eres fea. O que eres gorda. O que te est¨¢s haciendo vieja, que es un pecado que las mujeres solemos cometer con frecuencia. Mucho m¨¢s que los hombres, d¨®nde va a parar. Las mujeres nos hacemos mayorc¨ªsimas. Y hay que comprender que hombres que describen a las mujeres de tal manera lo hacen desde una posici¨®n de belleza y juventud envidiables. No. No voy a disculparme por vivir en Nueva York la mitad del a?o. Ah, qu¨¦ aburrimiento. Ese comentario, en el fondo, me preocupa. No porque me ofenda, sino porque constato que a¨²n queda gente en mi pa¨ªs que desconf¨ªa de los que ponen tierra por medio. Es el mismo pa¨ªs en el que tantos estudiantes emprenden su aventura europea, el pa¨ªs en el que comienza a ser habitual que los j¨®venes tengan que labrarse el futuro lejos de casa, ese pa¨ªs que tiene, solo en el Estado de Nueva York, 500 investigadores en los laboratorios m¨¢s punteros. No puede ser el mismo de los que escupen comentarios rabiosos sobre un escritor que disfruta dando clases en una universidad americana. O una pareja de escritores. ?La parejita! Aqu¨ª se duplica el chiste: no tenemos uno, sino dos. Dos que viven, al parecer, de no s¨¦ qu¨¦ sopa boba. Uno da clase y los dos escriben. Unos pijos, ya se sabe. Unos pijos que una tarde de primavera se cogen el metro y se van al Carnegie Hall a escuchar la Misa en s¨ª menor de Bach, que, como todo el mundo sabe, es el m¨²sico preferido de los pijos. Y m¨¢s si son progres. No. No te voy a contestar a lo de Bach, porque eso s¨ª que ya no lo entiendo: que desde un suplemento cultural se tilde de elitista a un escritor porque va a escuchar un concierto es algo que no me cabe en la cabeza. A lo mejor se trat¨® de una iron¨ªa y no la pillamos. O tal vez ser¨ªa como otras veces. S¨ª, ser¨ªa que las personas que procedemos de la clase media, o en el caso de mi marido, de la clase m¨¢s humilde, no deber¨ªan frecuentar seg¨²n qu¨¦ sitios o aspirar a gozar de una cultura para la ¨¦lite. Por las dudas, aclaro: si se vive en Nueva York, no es nada del otro jueves sentarse en una butaca del Carnegie Hall. Es un teatro bastante popular, mucho m¨¢s que el Teatro Real de Madrid. Precios asequibles para estudiantes y jubilados. Cuatro mil butacas son muchas para que se llenen solo de pijos-progres. Por otra parte, es dif¨ªcil calibrar cu¨¢l es la ideolog¨ªa del neoyorquino que se sienta a tu lado: puede ir hecho un adefesio, estar podrido de dinero y votar republicano; como ser el colmo de la elegancia, jud¨ªo y defensor del Estado palestino. Es una ciudad que acoge sin pedir cuentas a los esp¨ªritus libres. Por eso, seis meses al a?o, vengo aqu¨ª, tomo una gran bocanada de aire fresco del Hudson y luego me vuelvo a ese pa¨ªs peque?o y furioso que compartimos y que t¨² y yo, de manera diferente, amamos. No. No voy a justificarme por haber cenado con la ministra de Cultura. Me sorprende que parezca algo extraordinario que los ministros de un pa¨ªs democr¨¢tico inviten de vez en cuando a trabajadores del sector que representan. Y como no tengo l¨ªmite, de haber estado en Espa?a, tambi¨¦n habr¨ªa asistido a la comida que se le brinda a Ana Mar¨ªa Matute por el Cervantes en el Palacio Real. Por Matute, por algunos amigos con los que siempre es agradable reencontrarse y por el Palacio Real, ese marco incomparable, etc¨¦tera. No te voy a contestar, empecinado odiador, a tus sarcasmos sobre los adjetivos que utiliza ese escritor que al parecer no te llega ni a ti ni a Umbral ni a Ruano a las suelas de vuestros correspondientes zapatos. No. Conociendo a mi "cl¨¢sico", te aseguro que ¨¦l nunca te lo discutir¨ªa. En eso est¨¢ con Onetti, es mejor perder una discusi¨®n que perder el tiempo. Qu¨¦ le vamos a hacer, no es envidioso (aun siendo espa?ol) y celebra el talento ajeno. Tampoco dir¨¦ (de nuevo) que una persona no acepta la direcci¨®n de un Instituto Cervantes porque se lo vaya a llevar crudo. Y m¨¢s si se gana c¨®modamente la vida como escritor. Decir eso es intoxicar el criterio de los lectores.
Constato que a¨²n queda gente en mi pa¨ªs que desconf¨ªa de los que ponen tierra por medio
No entiendo que desde un suplemento cultural se tilde de elitista a un escritor porque va a escuchar un concierto
Pero... ?de qu¨¦ estamos hablando? Este espacio que me brinda el peri¨®dico es para contagiar alegr¨ªa de vivir y llevar a los lectores de mi mano a P. J. Clarke's, al Algonquin, a Chueca, a los Carnegiehalles. Me pagan por eso. Y a ti ?por qu¨¦ te pagan?
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