Lo que se espera de un artista
"Podr¨ªa prestarte algo pero no te har¨ªa ning¨²n favor". Kippenberger (Dortmund 1953, Viena 1997) pone esta frase en boca de un Picasso, en verdad se?orial, aunque en esta foto de Duncan s¨®lo vista chanclas y calzoncillos. De esa fotograf¨ªa brota esta exposici¨®n. Comienza con autorretratos de Kippenberger, fechados en 1988, que emulan, con iron¨ªa, el porte del viejo maestro. El alem¨¢n es mucho menos solemne: sus fotos en calzoncillos acusan un vientre excesivo. La impresi¨®n se agudiza en las obras hechas en Carmona ese mismo a?o: en un lienzo intenta pintar algo sobre agua que fluye, en otro, rojo intenso, la figura es s¨®lo un torso informe, casi de Bacon, y en un tercero, la elegante chaqueta azul s¨®lo aparece en su lado izquierdo: el derecho es s¨®lo un esqueleto. El cristal de las gafas de sol habla m¨¢s de ceguera que de visi¨®n.
Kippenberger mir¨® a Picasso
Museo Picasso M¨¢laga
Palacio de Buenavista
San Agust¨ªn, 8. M¨¢laga
Hasta el 29 de mayo
El paralelo es f¨¦rtil. Kippenberger s¨®lo toma de Picasso la ocasi¨®n para reflexionar sobre qu¨¦ se espera de un artista. Ya no es la firmeza del maestro, sino algo m¨¢s modesto aunque quiz¨¢ m¨¢s c¨¢ustico. Hace treinta a?os, Buchloh acusaba a la generaci¨®n de Kippenberger de evitar el talante cr¨ªtico de los setenta. Pero los autorretratos del alem¨¢n hablan a quienes, desconfiando de la utop¨ªa -siempre proclive al dogmatismo-, optan por una tibia democracia: la saben incapaz de controlar los caprichos del mercado pero abre espacios para pensar y vivir por s¨ª mismos. La opci¨®n es ir¨®nica, no c¨ªnica. As¨ª lo sugieren tambi¨¦n otros autorretratos, de 1992, Cuadros pintados a mano: en ellos Kippenberger parece un atleta (era a?o ol¨ªmpico) aunque siempre al borde de la eliminaci¨®n. En coherencia, pues, con quien intenta pintar en el agua, se extrav¨ªa en el color o mira al filo de la ceguera.
En 1995, descubre las fotos que Duncan hizo a Jacqueline Picasso, algunas en los d¨ªas inmediatos a la muerte de su marido. Kippenberger realizar¨¢ con ellas un ejercicio de duelo, desde un complicado cruce de miradas: la de Jacqueline -vac¨ªa, dolorida-, la de Pablo -posada a¨²n sobre la que fue su modelo- y la del mismo Kippenberger, que rastrea la p¨¦rdida. Sus cuidados dibujos (en papeles con membrete de hotel) son una meditaci¨®n que lleva despu¨¦s a grandes lienzos que titula Jacqueline: los cuadros que Pablo ya no pudo pintar. Adquieren as¨ª tono de relevo, mientras que al sustituir su propia firma por las iniciales de Jacqueline, la autor¨ªa queda a¨²n m¨¢s relegada: lo decisivo es el cruce de miradas entre amantes -pintor y modelo- que sobrevuela ambas series.
Kippenberger vivi¨® con intensidad el a?o 1996. Con el trabajo sobre Jacqueline coinciden la edici¨®n de sus discos de m¨²sica punk, escarceos con el dise?o moda, exposiciones y su matrimonio con Elfie Sermotan. Ella le ayudar¨¢ en otro ambicioso proyecto, Medusa, un an¨¢lisis del alcance de una obra de la tradici¨®n art¨ªstica, la c¨¦lebre balsa de Gericault. Sermotan fotograf¨ªa al pintor en actitudes an¨¢logas a las de los n¨¢ufragos y ¨¦l comienza otros autorretratos, dibujados a partir de esas fotograf¨ªas. Son doblemente pat¨¦ticos, porque el espectador inscribe al ansia y dolor de las figuras de este autor-n¨¢ufrago en su cercana muerte, ocurrida s¨®lo meses despu¨¦s.
Medusa buscaba elucidar otra dimensi¨®n de la identidad del artista: la relaci¨®n con sus personajes, fantasmas que logra incorporar a una cultura. Quiz¨¢ por eso, el ¨²nico lienzo expuesto en M¨¢laga sea el dedicado a Ugolino, el hombre que aparece al final de la balsa junto al cad¨¢ver de un joven. Es la figura m¨¢s tr¨¢gica pero Kippenberger, tras pintarla con sus rasgos, la tacha, como queriendo evitar cita y an¨¦cdota, y dejar s¨®lo rastros para el pensamiento.
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