La vida misma
Lo veremos. En un futuro cercano, los ni?os de las limpiadoras que vinieron de Ecuador, de Guinea o Polonia, los hijos de los obreros que llegaron desde Ruman¨ªa o Marruecos, los nietos de los due?os de tiendas chinas, contar¨¢n su versi¨®n de los hechos. Entre todos ellos habr¨¢ alguno que escriba libros, dirija pel¨ªculas o escriba art¨ªculos; todos aportar¨¢n modismos del idioma que hablaron sus padres y nos har¨¢n entender que la visi¨®n que ten¨ªamos de nosotros mismos era estrecha e insuficiente. Esa es parte de nuestra esperanza. En ciudades como Buenos Aires o Nueva York, la cultura del siglo XX tuvo el colorido de la inmigraci¨®n y la mejor literatura naci¨® de ella. Antonio (Mu?oz Molina) y yo tuvimos la suerte de organizar un acto literario en torno a esa idea en la Universidad de Nueva York. Era un evento literario sin literatos (a veces se agradece). Buscamos cuatro personas de procedencias dispares que hubieran venido a labrarse un futuro en esta ciudad. Les animamos a contar la novela de su vida.
En Buenos Aires o Nueva York, la cultura del siglo XX tuvo el colorido de la inmigraci¨®n y la mejor literatura naci¨® de ella Los negros americanos arrastran la historia de la esclavitud; los africanos, la de la colonizaci¨®n
Rubiela Ruiz. Vino desde Colombia hace veintitantos a?os. Sin papeles. Desde entonces, limpia casas. Ha trabajado para ricos y famosos, pero ella prefiere la clase media. Seg¨²n su criterio, es menos cutre. Si yo fuera tan mala como Truman Capote les contar¨ªa algunos chismes jugosos sobre sus cuitas con personajes conocidos, pero soy leal a esta mujer diminuta que transmite autoridad en cuanto habla. Tiene un aire a Giulietta Massina y un don natural para la comedia. Nos hizo re¨ªr contando c¨®mo en los primeros tiempos fing¨ªa que entend¨ªa todo aquello que le ordenaban sus jefas. Hasta que fue evidente que le ped¨ªan una cosa y hac¨ªa otra. Aprendi¨® ingl¨¦s. Se deprimi¨® porque la vida social era menos divertida que en Colombia. Ella hab¨ªa pasado su juventud, dijo, living la vida loca. En cambio, en su nueva ciudad, todo el mundo quer¨ªa acostarse temprano. Para serenarse, comenz¨® a practicar yoga. Sabe todo sobre productos de limpieza ecol¨®gicos y en cuanto te descuidas te da una conferencia con los guantes de goma puestos. Es una de tantas hispanas que perdieron a un familiar en la guerra de Irak. En Queens hay una calle dedicada a su sobrino.
Jim White. Vino desde el sur de Estados Unidos a Nueva York a principios de los ochenta. Es hijo de banquero, quer¨ªa ser pianista. Acab¨® siendo agente inmobiliario. En la d¨¦cada de los ochenta no sali¨® de su asombro. El chico del sur tuvo que espabilarse para que el Nueva York de la excentricidad, la droga y la promiscuidad no se lo comieran. Jim era un guapo de foto de Ralph Lauren. El ambiente le ayud¨® a sentirse libre y salir del armario. Volvi¨® a Florida con el ¨¢nimo de confes¨¢rselo a sus padres. Con la voz temblorosa, Jim reprodujo la conversaci¨®n que mantuvo entonces con su padre. El rechazo de su familia fue implacable. No volvieron a hablarle en 25 a?os. Veinticinco a?os en los que Jim sufri¨® la p¨¦rdida de algunos de sus mejores amigos por el azote del sida. Ahora, sus padres tratan de recuperar su afecto.
Juan Carlos Bonilla. Es ecuatoriano. Su pap¨¢ fabricaba sandalias en el patio de casa. Ten¨ªan poco y con poco viv¨ªan, pero decidieron buscar un futuro mejor. El padre tom¨® la avanzadilla y lleg¨® a la ciudad tras un viaje penoso del que nunca quiso hablar. Juan vino con su madre y su hermana dos a?os m¨¢s tarde. A Juan le hab¨ªan contado que en Nueva York la gente ten¨ªa tanto dinero que te ibas encontrando billetes por las esquinas. Pero Juan s¨®lo quer¨ªa ver a su pap¨¢. Se lanz¨® a sus brazos en cuanto lo tuvo delante en el aeropuerto JFK y los dos lloraron mucho rato. Cuando entraron en la isla por el Spanish Harlem, Juan pens¨® que aquella ciudad hab¨ªa sido repentinamente devastada por una cat¨¢strofe: la pobre iluminaci¨®n, la basura, los edificios cochambrosos y aquel pisito miserable en donde no se pod¨ªa dormir por el ruido que hac¨ªan los latinos rumbeando. El mundo cambi¨® para el ni?o Juan. Su hermana y ¨¦l pasaban muchas horas solos en casa. Ten¨ªan miedo de salir a la calle por las pandillas. Con el ingl¨¦s, la integraci¨®n lleg¨®, pero a Juan siempre le ha pesado no ser buen estudiante como hubieran querido sus padres. Espera que sus hijas cumplan ese sue?o.
Bisila Bokoko. Sus padres llegaron a Valencia desde Guinea. Su padre fue el primer negro en licenciarse como abogado en la universidad valenciana. Ella fue la ¨²nica ni?a negra en todas las clases en las que estudi¨®. Pero sus padres le ense?aron a llevar con orgullo su origen africano. Aterriz¨® como becaria de la c¨¢mara de comercio espa?ola en NY y ahora es directora ejecutiva. Est¨¢ casada con un afroamericano y tiene dos ni?os. Dice, con humor, que sus problemas con su marido no son personales sino culturales. Los negros americanos arrastran la historia de la esclavitud; los africanos, la de la colonizaci¨®n. Ella lo sabe todo sobre empresas espa?olas que quieren abrirse camino en este mundo. Es tan brillante que podr¨ªa ser embajadora de ese tri¨¢ngulo que lleva en el coraz¨®n: ?frica, Espa?a, Estados Unidos. En Nueva York se sinti¨® bien en cuanto lleg¨®: por fin no era el centro de atenci¨®n por su color.
Cualquiera de sus historias da para una pel¨ªcula, para una novela. Pero hay veces en que nada es comparable al aliento de una voz humana. -
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