Jovellanos ejemplar
Para quienes la moderaci¨®n es falta de esp¨ªritu y el sentido com¨²n debilidad acomplejada, la figura de Jovellanos (1744-1811) resultar¨¢ siempre inc¨®moda. Ant¨ªpoda de la radicalidad y desmesura, demostr¨® c¨®mo la raz¨®n pr¨¢ctica y la prudencia pueden ser los aliados m¨¢s id¨®neos en las decisiones pol¨ªticas. Al menos si se quiere fomentar con ellas la paz social y la prosperidad. Consciente de ello, Jovellanos contribuy¨® a edificar un clima de concordia nacional que potenciase reformas basadas en la "libertad, sin la cual nada prospera", y la justicia, que combate los abusos y estimula la instrucci¨®n p¨²blica del pueblo. Su disposici¨®n en pos de ambos objetivos fue infatigable, a pesar de los altibajos a los que se vio sometido. Diez a?os de destierro y siete de prisi¨®n no cambiaron su compromiso sincero con ellos. Algo que reflejan tanto su escritura como el tenor de sus reflexiones. En este sentido, los testimonios de templanza y sensatez que definen los contornos m¨¢s tangibles de su vida siguen en pie 200 a?os despu¨¦s de su fallecimiento. Constituyen un ejemplo de patriotismo desinteresado, sin ¨¢pice de rencor ni visceral animadversi¨®n hacia el contrario. Precisamente esta circunstancia resulta in¨¦dita en nuestra historia, reciente y pasada, donde la pol¨ªtica se ha vivido como si fuera una experiencia fan¨¢tica que casi siempre ha ignorado los cauces de negociaci¨®n y entendimiento, ya que el oponente, lejos de ser respetado en su diferencia, ha sido interpretado como un enemigo al que no hab¨ªa que convencer sino tan solo, dig¨¢moslo as¨ª, aniquilar.
Demostr¨® c¨®mo la raz¨®n pr¨¢ctica y la prudencia son los mejores aliados de la pol¨ªtica
Fue decisivo para el desarrollo del programa de la Ilustraci¨®n espa?ola
Pinzado por los atavismos seculares de la intransigencia hispana, soport¨® los sinsabores de la calumnia y la envidia sin alterar el juicio, ni tampoco el estilo y las ideas. Lo se?ala en sus Diarios: "Lo que llaman fortuna es lo de menos, porque... es cosa de quita y pon, y que se va y viene y no se detiene"; a?adiendo a rengl¨®n seguido: "Virtud, instrucci¨®n: he aqu¨ª lo que siempre dura". De ambas dio muestra a lo largo de su cursus honorum. Primero, como magistrado en Sevilla. Despu¨¦s, ejerciendo de alto funcionario del Consejo de Castilla. M¨¢s tarde, como ministro de Justicia. Y, finalmente, como miembro de la Junta Central en los dif¨ªciles momentos de la Guerra de Independencia, cuando Napole¨®n doblegaba la resistencia espa?ola y nuestro pa¨ªs se debat¨ªa en la crueldad de una invasi¨®n y una soterrada guerra civil. En cada uno de estos cargos, su compromiso con la virtud p¨²blica y su instrucci¨®n en el manejo del inter¨¦s general fue sobradamente acreditado. Quiz¨¢ porque, educado en los conceptos que Feij¨®o perimetr¨® en el ensayo Amor a la patria, nunca dud¨® de algo que hoy se olvida con facilidad: que las personas son para los cargos y no los cargos para las personas. Llevado por este apego virtuoso al desempe?o de sus responsabilidades no debe extra?ar que suscitara recelos abruptos. Sobre todo si era capaz de encararse con la reina Mar¨ªa Luisa deParma y preguntarle, ante la insistencia de ella a favor de uno de sus recomendados en la magistratura, sobre d¨®nde hab¨ªa aprendido los saberes que le capacitaban para ello. A lo que respondi¨® la esposa de Carlos IV con evidente enojo que: "En la escuela donde usted ha aprendido cortes¨ªa". Con tanto celo y apego a la ejemplaridad no es extra?o que proliferaran sus enemigos. Especialmente entre los afines a Godoy y sus corruptelas, que estuvieron detr¨¢s del quebranto de su salud como ministro de Justicia y, despu¨¦s, de la condena sin proceso que lo condujo al castillo de Bellver acusado por la Inquisici¨®n de heterodoxia por su defensa de la Ilustraci¨®n y el jansenismo.
Es sobradamente conocido que el hidalgo gijon¨¦s fue un actor decisivo para el desarrollo del programa de la Ilustraci¨®n espa?ola. Estuvo en el coraz¨®n decisivo de ella, a la sombra de sus promotores: los Floridablanca, Campomanes, Aranda, Cabarr¨²s, Olavide o Almod¨®var, entre otros. Y aunque algunos, entre ellos Ortega y Men¨¦ndez Pelayo, despreciaron nuestro Siglo de las Luces, no cabe duda de que gracias al esfuerzo de los ilustrados, recuperamos en buena medida la sinton¨ªa perdida con el resto de Europa tras concluir la etapa final de los Austrias. Que nuestra Ilustraci¨®n es digna de elogio lo demuestra precisamente la obra del asturiano. En ella se evidencia un pensamiento de altura, como sucede con el Informe sobre la ley agraria, receptivo a las novedades del continente pero, al mismo tiempo, generador de un poderoso impulso de modernidad y sugerencia. Lector de los ilustrados franceses, sin embargo, su torso m¨¢s potente se aprecia en contacto con el pensamiento brit¨¢nico. En ¨¦l es donde se palpa la huella de Locke, Ferguson, Adam Smith y Burke. Hasta el punto de percibir con nitidez en su pensamiento liberal-republicano el engarce entre los whigs brit¨¢nicos y los liberales espa?oles de C¨¢diz. Esta tesis, ya insinuada por Maravall en los a?os sesenta, merecer¨ªa una atenci¨®n m¨¢s detallada. No hay que olvidar que Jovellanos lleg¨® a afirmar que la dicha de Espa?a pasaba por emular el Estado pol¨ªtico y econ¨®mico de Inglaterra. Algo que reitera al adaptar la tesis de la Antigua Constituci¨®n blandida por los whigs en su lucha contra los Estuardo al invocar una Constituci¨®n espa?ola de car¨¢cter hist¨®rico y din¨¢mico, abierta al cambio y que no responder¨ªa a un articulado en abstracto, sino a una progresiva decantaci¨®n reformista que evitase institucionalmente el despotismo.
Cuando se cumple ahora el bicentenario de su fallecimiento, Gaspar Melchor de Jovellanos merece reivindicarse como un ejemplo a seguir a la hora de trenzar un relato que explique c¨®mo afrontar la crisis que padecemos. Primero, porque encarna como pocos en nuestra historia la esencia del hombre moral que hizo de su servicio al pa¨ªs una empresa ejemplar de honradez, de dedicaci¨®n admirable al inter¨¦s general y al bien com¨²n. No en balde, su proyecto m¨¢s personal y querido, el Instituto Asturiano, fue puesto al servicio de la "verdad y la utilidad p¨²blica", tal y como rezaba la leyenda que presid¨ªa una de sus puertas principales. Y segundo, porque nunca renunci¨® a creer que, frente a las dificultades, no solo se pone a prueba la grandeza de los hombres y los pueblos, sino la fe en ellos mismos, pues la felicidad futura tan solo puede alcanzarse cultivando aquella mediocritas cl¨¢sica basada en la austera aplicaci¨®n, la sencillez esforzada y la entrega a un patriotismo que invoca la concordia y la unidad.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Cultura del PP y diputado por Cantabria.
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