Un colof¨®n para una 'vida de papel'
Majestades, autoridades:
Sospecho que no soy la primera en decir que nunca, durante la larga traves¨ªa de mi vida (salpicada, por cierto, de abundantes tempestades), imagin¨¦ que llegara a conocer un d¨ªa como este. Y, junto a la inmensa alegr¨ªa que me invade, debo confesarles que preferir¨ªa escribir tres novelas seguidas y 25 cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso, por modesto que este sea. Y no es que menosprecie los discursos: solo los temo. Mi incapacidad para ellos quedar¨¢ manifiesta enseguida y, por tanto, me permito apelar a su benevolencia. Pero antes deseo hacerles part¨ªcipes de mi agradecimiento: este premio lo considero como el reconocimiento, ya que no a un m¨¦rito, al menos a la voluntad y amor que me han llevado a entregar toda mi vida a esta dedicaci¨®n.
"Preferir¨ªa escribir tres novelas a tener que pronunciar un discurso"
"En la literatura, como en la vida, se entra con dolor y l¨¢grimas"
As¨ª que esta anciana que no sabe escribir discursos solo desea hacerles part¨ªcipes de su emoci¨®n, de su alegr¨ªa y de su felicidad -?por qu¨¦ tenemos tanto miedo de esa palabra?- a todos cuantos han hecho posible este sue?o, sue?o que me acompa?a desde la infancia. Desde aquel d¨ªa en que o¨ª por vez primera la m¨¢gica frase: "?rase una vez..." y conmovi¨® toda mi peque?a vida.
?rase una vez un hombre bueno, solitario, triste y so?ador: cre¨ªa en el honor y la valent¨ªa, e inventaba la vida. San Juan dijo: "El que no ama est¨¢ muerto", y yo me atrevo a decir: "El que no inventa, no vive". Y llega a mi memoria algo que me cont¨® hace a?os Isabel Blancafort, hija del compositor catal¨¢n Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran ni?as, le confes¨® a su hermanita: "La m¨²sica de pap¨¢ no te la creas, se la inventa". Con alivio, he comprobado que toda la m¨²sica del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto - nos la inventamos. Igual que aquel so?ador convert¨ªa en gigantes las aspas de un molino, igual que convert¨ªa en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Invent¨® sensibilidad, inteligencia y acaso bondad -el don m¨¢s raro de este mundo - en una criatura carente de todos esos atributos (?Y qui¨¦n no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea...?).
El tiempo en el que yo inventaba era un tiempo muy ni?o y muy fr¨¢gil, en el que yo me sent¨ªa distinta: era tartamuda, m¨¢s por miedo que por un defecto f¨ªsico. La prueba de ello es que esa tartamudez desapareci¨® durante los bombardeos. O as¨ª lo creo. Pero el caso es que, salvo excepciones, las ni?as de aquel tiempo, mujeres recortadas, poco o nada ten¨ªan que ver conmigo. Y traigo esto a cuento para explicar -y quiz¨¢ explicarme de alg¨²n modo- mi extra?eza, mi entrega total, absoluta, a esto que luego supe se llamaba Literatura. Y que ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas.
S¨ª, este galard¨®n que tanta felicidad y optimismo me causa -y no olvidemos que el optimismo y los planes de futuro, a los ochenta y cinco a?os, son cuestiones a meditar o poner en tela de juicio- puede ser el colof¨®n a la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consider¨¦ en su mayor parte una "vida de papel". Y recuerdo. Recuerdo. S¨®lo ten¨ªa un amigo, mi mu?eco Gorog¨®, que, naturalmente, m¨¢s tarde incorpor¨¦ a una de las novelas con las que me siento m¨¢s identificada, Primera memoria. Aunque no haya escrito nunca una novela autobiogr¨¢fica, estoy en sus p¨¢ginas. Todo eran inventos, hasta que supe que en la Literatura -en grande-, como en la vida, se entra con dolor y l¨¢grimas. [...]
La osad¨ªa que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y de sue?os -?acaso no son, a veces, una misma cosa?-, todo eso me empuj¨® a llevar mi primera novela -escrita a?os antes, a los 17- a probar fortuna en una de las m¨¢s prestigiosas editoriales. Pero mi mayor osad¨ªa era no s¨®lo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que, encima, la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro (Si alguien de mi edad me est¨¢ escuchando, sabr¨¢ de qu¨¦ tipo de libreta hablo. Eran las libretas de la posguerra). Yo iba a Destino cada d¨ªa, con mi libretita bajo el brazo, 19 a?os y calcetines -que entonces estaban de moda a esa edad- y mi aspecto a¨²n m¨¢s ani?ado del normal. Un empleado que se hab¨ªa fijado en m¨ª (deb¨ªa de resultar pat¨¦tica) se conmovi¨® con mis pretensiones y mi libreta y me consigui¨® una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agust¨ª, que acababa de tener un enorme ¨¦xito con su novela Mariona Rebull. Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e "inventos", tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extra?eza. Debo agradec¨¦rselo, era un verdadero se?or. Con infinita paciencia, me explic¨® que deb¨ªa pasarlo a m¨¢quina y que ellos la leer¨ªan, y que ya me dir¨ªan algo. A¨²n hoy me sonrojo record¨¢ndolo. Era la criatura m¨¢s ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refer¨ªa. Nadie de mi entorno, ni familiares, ni amistades, conocidos o saludados (como dir¨ªa Josep Pla) hab¨ªa tenido nada que ver con el mundo editorial. Eran lectores, eso s¨ª, pero de la confecci¨®n de un libro lo ignoraban todo. Afortunadamente, la lectura y los libros no escasearon en mi familia. Cosa que he de agradecerles, porque no era muy frecuente en la Espa?a de entonces.
Pocos d¨ªas despu¨¦s, tuve la enorme alegr¨ªa -y, por qu¨¦ no decirlo, el vago temor- de que la editorial Destino me contratase el libro. Eso s¨ª, con la sorpresa de mi estupefacto padre, a quien yo no hab¨ªa anticipado nada de aquellos afanes, y que fue requerido para dar validez a mi contrato con su firma, pues yo era menor de edad. Animada por el ¨¦xito de aquellos primeros pasos, y enterada de la existencia del Premio Nadal -que hab¨ªa ganado otra mujer joven, Carmen Laforet, aunque ella era algo mayor que yo-, envi¨¦ mi segunda novela, escrita a los 19, con la esperanza de obtenerlo yo tambi¨¦n. No fue as¨ª, pero tengo a¨²n la satisfacci¨®n y acaso orgullo de constatar que qued¨® en tercer lugar, cuando se llev¨® el premio el gran Miguel Delibes.
La novela citada, llamada Los Abel, y escrita, que no publicada, a los 17 a?os, suplant¨® en el contrato a Peque?o teatro (que, 11 a?os m¨¢s tarde, obtuvo el Premio Planeta). Y ese fue mi verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial. Empec¨¦ a conocer a escritores y todo tipo de gentes de "invenciones", puesto que me apart¨¦ totalmente del que hab¨ªa sido hasta aquel momento mi entorno natural. Conoc¨ª y viv¨ª un clima distinto, muy distinto del que hab¨ªa sido el m¨ªo habitual hasta aquel momento, y que, parad¨®jicamente, resultaba mucho m¨¢s af¨ªn a mi naturaleza. Y continu¨¦ inventando invenciones, y viene a mi memoria un d¨ªa en que invent¨¦ el "arzad¨²"... Brotaba espor¨¢dica, espont¨¢neamente, cuando buscaba el nombre de una flor. Si exist¨ªa, viv¨ªa s¨®lo en la memoria de su delicadeza, su color, su perfume, aunque no constara en ning¨²n libro ni cat¨¢logo de bot¨¢nica. Y, as¨ª, lleg¨® un d¨ªa en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se interesaron por el arzad¨², y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte [...]. Desde aqu¨ª les pido perd¨®n a aquellas gentes de buena voluntad. T¨®menlo como lo que era: una invenci¨®n m¨¢s. La hab¨ªa introducido no s¨®lo en algunos de mis cuentos, sino tambi¨¦n en alguna novela; y, al fin, yo me lo cre¨ªa, y me lo creo: el arzad¨² brota cada primavera, o cada oto?o, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sue?os. De los sue?os que convierten Aldonzas en Dulcineas, y qui¨¦n sabe cu¨¢ntas flores m¨¢s. Tantas como so?adores, o poetas existan. Y cuando por fin vi publicado por vez primera mi primer libro, Los Abel, dorm¨ª toda la noche con el ejemplar bajo la almohada. Y el gran honor con el que hoy se me ha distinguido re¨²ne para m¨ª tanto una trayectoria literaria como vital: no puedo separar la una de la otra. Desde que tengo uso de raz¨®n, he le¨ªdo, he escrito, he escuchado... Desde aquel primer cuento inventado a los cinco a?os hasta este ¨²ltimo libro, que los recoge casi todos, compruebo con satisfacci¨®n que por fin el cuento ha ingresado entre los g¨¦neros respetados de nuestra literatura. Aun cuando contemos con entre sus cultivadores desde el inmenso Cervantes, que honra con su nombre este premio, hasta los m¨¢s recientes de nuestros escritores, j¨®venes y no tan j¨®venes, hasta hace poco a¨²n se lo ha considerado literatura "menor". Pero por fin en Espa?a se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece.
Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para ni?os, sino que obedecen a una tradici¨®n oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en Espa?a, donde tanta falta hac¨ªa, por el gran Antonio Almod¨®var, llamado "el tercer hermano Grimm" -, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de correcci¨®n pol¨ªtica m¨¢s o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser ni?o significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no s¨®lo mortalmente aburridos, sino, adem¨¢s, necios. ?Y a¨²n nos preguntamos por qu¨¦ los ni?os leen poco? Yo recuerdo aquellos d¨ªas en Sitges, hace a?os, cuando algunas tardes de oto?o ven¨ªa a mi casa un tropel de ni?os y, junto al fuego -como est¨¢ mandado-, o¨ªan embelesados repetir por en¨¦sima vez las palabras m¨¢gicas: "?rase una vez ...". Y hab¨ªan dejado la televisi¨®n para escucharlas.
Yo no hab¨ªa cumplido los once a?os cuando estall¨® la guerra civil espa?ola. Unos ni?os acostumbrados a no salir de casa si no era acompa?ados por sus padres o la ni?era nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, a?os m¨¢s tarde, definir esa generaci¨®n a la que pertenezco como la de "los ni?os asombrados". Porque nadie nos hab¨ªa consultado en qu¨¦ lado deb¨ªamos situarnos. Nadie nos hab¨ªa informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confes¨® un d¨ªa Jaime Salinas. Yo, ahora, s¨®lo recuerdo que el mundo se hab¨ªa vuelto del rev¨¦s, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras -"el abuelito se ha ido y no volver¨¢..."-, sino a trav¨¦s de la visi¨®n, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror m¨¢s indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias para ni?os", a?adieron en su ruta interna de ni?a asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho m¨¢s atroz que los cuentos de hadas.
En lugar de cuentos aislados, empec¨¦ a escribir entonces una revista, de la que era editora, escritora y repartidora, una revista "a mano" que se pasaban unos a otros mis hermanos y mis primos, alg¨²n amigo... Hab¨ªa de todo: desde cuentos, por supuesto (que siempre acababan con un "continuar¨¢" del que yo a¨²n no ten¨ªa clara noticia), hasta cr¨ªtica de cine, con sus correspondientes fotograf¨ªas recortadas de alguna revista. Y recuerdo ahora como, en medio de todo aquel horror, qu¨¦ encanto, qu¨¦ maravilloso invento de la vida era para m¨ª aquella llamada revistilla... Y todo lo que yo ignoraba, que ser¨ªa lo que continuar¨ªa ma?ana...
Entonces escrib¨ª mi primera novela. Se llamaba Juanito, y ocurr¨ªa durante la Revoluci¨®n Francesa. Pero pueden imaginar qu¨¦ extra?a Revoluci¨®n Francesa relataba... Claro est¨¢: me la invent¨¦, pero algo tienen los inventos-sue?os, porque, cuando durante la noche, toda la casa dormida, acud¨ªa al cuarto de mis dos hermanos, Jos¨¦ Antonio y Jos¨¦ Luis, y, ayudada por una linternilla de pilas, se la le¨ªa, protestaban cuando yo dec¨ªa "continuar¨¢" (Y eso quer¨ªa decir hasta la noche siguiente). Entonces parec¨ªa llenarse de magia la habitaci¨®n a oscuras de los ni?os. Ni?os asombrados -como cuando, en cierta ocasi¨®n, vi surgir, al partir un terr¨®n de az¨²car en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me revel¨® que yo ser¨ªa escritora, o que ya lo era.
Con ello s¨®lo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandon¨® nunca. Cuando Alicia, por fin, atraves¨® el cristal del espejo y se encontr¨® no s¨®lo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ning¨²n folleto explicativo. Se lo invent¨®, como la m¨²sica de pap¨¢.
Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojal¨¢ haya logrado trasmitirles algo de mi alegr¨ªa, mi gratitud por la distinci¨®n que aqu¨ª me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en alg¨²n momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor cr¨¦anselas. Cr¨¦anselas porque me las he inventado.
Muchas gracias.
Babelia
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