Giro copernicano
El duro ajuste econ¨®mico ha evitado el contagio de Espa?a, pero sin reactivaci¨®n
Ma?ana se cumple un a?o del m¨¢s dr¨¢stico giro de pol¨ªtica econ¨®mica de un Gobierno espa?ol en la democracia. Tras ignorar la crisis, desconsiderar su gravedad y minimizar la recesi¨®n, el presidente Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero asumi¨® ante la Uni¨®n Europea un programa de austeridad y reformas. Lo hizo acuciado por los mercados y sus socios, un clamor basado en los graves desequilibrios que aquejaban -y aquejan a¨²n- a la econom¨ªa espa?ola.
Lo hizo a conciencia de la factura que la nueva orientaci¨®n, pero sobre todo la tardanza en adoptarla, le pasar¨ªan a su futuro pol¨ªtico personal. Prometi¨® tomar las medidas de estabilizaci¨®n y reforma, "cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste", como ha sucedido. El balance de la aplicaci¨®n de ese programa es positivo, si se juzga sin prejuicios. Es decir, en relaci¨®n con las expectativas con que se traz¨® y pact¨® con los otros dirigentes europeos. El giro iniciado en mayo de 2010 ha logrado su objetivo principal, desacoplar a Espa?a de los pa¨ªses perif¨¦ricos del euro que han debido solicitar su rescate por la UE y el FMI.
Ahora bien, ese logro llega envuelto en sombras. Porque no puede afirmarse categ¨®ricamente que el descarte del contagio sea definitivo. Porque la aplicaci¨®n del programa se ha hecho con titubeos, vacilaciones, globos sonda, desmentidos y contradicciones, sobre todo en los primeros seis meses, hasta la remodelaci¨®n del gabinete en oto?o. Y tambi¨¦n porque algunas de las reformas han quedado a medio camino de la ambici¨®n necesaria, resultando en una reactivaci¨®n de alcance m¨ªnimo.
El programa de austeridad conllevaba medidas muy ¨¢speras tambi¨¦n para un gobernante acostumbrado a exhibir gestos sociales, unos acertados, otros excesivos. La reducci¨®n del sueldo a los funcionarios y la congelaci¨®n de las pensiones, que cost¨® una ritual huelga general, junto a otras medidas de adelgazamiento del gasto p¨²blico y de alza selectiva de impuestos, produjeron el deseado efecto de reducci¨®n del d¨¦ficit presupuestario a los l¨ªmites comprometidos (9,3% del PIB).
Permanecen las dudas sobre c¨®mo proseguir la senda iniciada y cumplir los objetivos este a?o, cuando algunas Administraciones, las auton¨®micas, no lo hicieron siquiera en el pasado. Se carece de una hoja de ruta para controlar y reducir el gasto sanitario y educativo sin desmochar lo esencial del Estado de bienestar. Y tambi¨¦n se ech¨® en falta que la eficiencia del aumento impositivo se acompa?ase de una mayor equidad fiscal.
Entre las reformas estructurales, descoll¨® la del sistema de pensiones, tanto por su contenido, similar al aplicado en otros pa¨ªses del norte de Europa, como porque entra?¨® un muy positivo pacto social. Pero luego sigui¨® una reforma del mercado laboral que desalent¨® hasta a sus protagonistas, y sigue en buena parte pendiente. Ni tampoco ha coadyuvado a la contenci¨®n del desempleo, desbocado por encima del 20% de la poblaci¨®n activa, como consecuencia del retraso en la salida de la recesi¨®n, que aboc¨® a un crecimiento tan d¨¦bil y fr¨¢gil, que es m¨¢s bien estancamiento. Tambi¨¦n la reforma financiera fue tard¨ªa, aunque su alcance es dr¨¢stico, al desaparecer buena parte de las cajas de ahorros existentes y modificar la identidad de las supervivientes. Y poco se ha avanzado en la modificaci¨®n de la pauta o modelo de crecimiento.
Si los avatares reformistas del Gobierno ofrecen claroscuros, la acci¨®n del primer partido de la oposici¨®n, el PP de Mariano Rajoy, es lamentable: ni ha comparecido, ni ha ofrecido alternativas, ni -salvo en la reforma financiera- ha demostrado voluntad de pacto. Todo ello esperando irresponsablemente que los errores y mediocres resultados del Gobierno le precipiten en volandas al poder.
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