El macho tard¨ªo
Constituye una singular y melanc¨®lica situaci¨®n creerse uno m¨¢s all¨¢ del bien, alej¨¢ndose del mal y abandonado por los atributos, ilusiones y tambi¨¦n deberes que conforman la vida adulta. Veo a la humanidad, quiz¨¢s con la benevolencia y ternura con que se contempla lo borroso e indefinido. No hace tanto tiempo que la media vital de los espa?oles rondaba los 55 o 60 a?os. Yo mismo pens¨¦ que no pasar¨ªa de los 72 a?os, edad a la que muri¨® mi padre.
Una de las conquistas importantes del hombre -hablo de los varones- ha sido prolongar su ciclo, retrasando las actividades fisiol¨®gicas que van desde la posibilidad de meterse entre pecho y espalda una fabada a los 80 a?os hasta seguir volviendo la mirada cuando, ahora en primavera, las mujeres se quitan el abrigo y algo m¨¢s.
La mujer prefiere hoy trabajar ocho horas diarias que perseguir al gal¨¢n de alica¨ªdos espolones
Aunque hable de memoria, es un hecho que el dinamismo amoroso sobrevive a todas las convenciones, algo que se manten¨ªa camuflado, vergonzante. El hombre mayor de 50 a?os era, para los mozos, un ser decr¨¦pito, y as¨ª procuraba aparecer en sociedad, dej¨¢ndose barba, bigote y tripa, aunque mantuviera en un claroscuro la figura de la entretenida, la querida, la amante, algo ligado al estatus social. Se ten¨ªa por escandalosa la presencia de caballeros con chistera y leontina en los burdeles, pero los frecuentaban en horas nocturnas, corri¨¦ndose buenas juergas con simp¨¢ticas y competentes meretrices. Un caballero alcanzaba la plenitud social cuando, sottovoce, hab¨ªa conocimiento p¨²blico de que manten¨ªa una amante notable por la belleza, en arte flamenco, sobre las tablas teatrales o el arte flamenco.
Unas palabras sobre las mujeres: con much¨ªsima discreci¨®n las hab¨ªa de refajo alegre y la esposa menestral enga?aba al distra¨ªdo consorte lo mismo que la duquesa lo hac¨ªa con el torero o el fornido ganap¨¢n que tuviese a mano. Como ingresar en la Universidad, nada hab¨ªa prohibido, sino peor visto o desacostumbrado. Las se?oras, hoy, si les peta, fornican libremente, con o sin dispensa de v¨ªnculos civiles o eclesi¨¢sticos, en lo que hacen perfectamente. Si hablamos de la crecida clase media, una mujer de cincuenta, sesenta -y m¨¢s- no renuncia a la actividad sexual y teje su historia seg¨²n posibilidades. Ha conocido el lujo de los dorados d¨ªas de la prosperidad ambiental, diversific¨® el guardarropa, ci?¨® la mu?eca con el Cartier, conserva recuerdos de cruceros al Pac¨ªfico o a los fiordos; se han dado casos de que algunos viajes al Caribe los hayan hecho con los esposos, pero eso tiene poca importancia. Algunas catan vino con maestr¨ªa, conocen el champ¨¢n y pueden distinguir un Dom Perignon de un Cristal R?derer. Con frecuencia, el pagano de estos viajes, si precisan sponsor, suele ser un conocido felizmente casado hace ya a?os. Si alguien detecta desviados vestigios de g¨¦nero en estas palabras, ruego que lo disimulen, es pura memoria hist¨®rica del instinto de conservaci¨®n, ?qu¨¦ m¨¢s quisiera que me tuvieran por machista! Casi he olvidado lo que significa.
Lo cierto es que se ha reducido el cuerpo expedicionario de las cazadoras del macho tard¨ªo, quiz¨¢s porque la mujer abandon¨® la incursi¨®n, prefiere trabajar ocho horas diarias y levantarse a las siete de la ma?ana que perseguir al gal¨¢n de alica¨ªdos espolones, carne de cirujano est¨¦tico que lee en un espejo sin azogue que la vida empieza a los cincuenta, setenta, incluso ochenta, se dan casos. ?Tiene el hombre mayores ventajas que le permitan competir con los m¨¢s j¨®venes? S¨ª, gen¨¦ricamente, el dinero y no en todos los casos, la experiencia y la mansedumbre. Hace unos a?os, cuando el apetito carnal era algo que flotaba en el recuerdo, pensaba conquistar a alguna mujer, no solo extremando el recurso de hacerlas re¨ªr, sino con una oferta que, no me importa ahora confesar, era sorprendentemente rechazada. Las propon¨ªa: "?Quiere usted ser mi viuda?". Pues ni por esas.
?Pobre macho tard¨ªo! Su destino, fuera de la Comunidad catalana, como el del toro de lidia, es el sacrificio, vivir consigo mismo, extenuadas la salud y la fortuna, el que las tuviera, asomado a ese implacable espejo que nos empe?amos en ignorar. Aunque tampoco es para perderse en lamentaciones, porque si cada minuto nace un tonto, con un poco de suerte llegar¨¢ a la promoci¨®n de especie en peligro. Por caridad, deseemosle un modesto kikiriqu¨ª. ?Laus Dior, dior¨ªsimo!
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