La electricidad de la democracia
Se cre¨ªa que deb¨ªamos mantener un 'mix' equilibrado de todas las tecnolog¨ªas. Pero el mundo ha cambiado y la cuesti¨®n es si podemos arriesgar el porvenir del planeta por no invertir a tiempo en las energ¨ªas adecuadas
El a?o 2011 ha comenzado con acontecimientos que quiz¨¢s cambien para siempre nuestra visi¨®n del mundo y nuestras decisiones sobre c¨®mo generar la energ¨ªa el¨¦ctrica que nuestra sociedad necesita a diario. Estos acontecimientos moldear¨¢n nuestras respuestas a la cuesti¨®n clave de qu¨¦ energ¨ªas queremos que produzcan nuestra electricidad hoy, y qu¨¦ inversiones acometeremos para producir la electricidad de ma?ana. La cuesti¨®n no es solo qu¨¦ tecnolog¨ªas elegimos; es, tambi¨¦n, de qu¨¦ cauces dispone un pa¨ªs democr¨¢tico para que esas decisiones respondan a un debate p¨²blico inteligible.
Desde hace tiempo, nos est¨¢bamos enfrentando ya a un serio problema: todas las fuentes de electricidad tienen serios problemas. As¨ª, en Espa?a, la hidr¨¢ulica ha agotado pr¨¢cticamente sus emplazamientos, transcurrido m¨¢s de un siglo construyendo embalses; el carb¨®n aumenta las emisiones de CO2, cuando la Uni¨®n Europea obliga a reducirlas; el gas natural es caro, porque su precio va ligado al del petr¨®leo; las centrales nucleares no ofrecen soluciones claras para los residuos y financiar inversiones fara¨®nicas en nuevas plantas es dif¨ªcil; las renovables son tecnolog¨ªas en desarrollo, a¨²n caras. Una decisi¨®n adecuada sobre el "mix de generaci¨®n" deber¨¢ ponderar estos problemas; por cierto ?qui¨¦n toma esa decisi¨®n? ?Pol¨ªticos, t¨¦cnicos, empresarios? ?En foros p¨²blicos o en despachos?
El petr¨®leo genera dictadores prestos a adquirir armas para el control militar de su pa¨ªs
Fukushima ha puesto de manifiesto el fracaso de la seguridad en las centrales nucleares
Quiz¨¢s hay una pregunta m¨¢s pr¨¢ctica: ?c¨®mo se ha hecho hasta ahora? Bien: el parque de generaci¨®n espa?ol ha venido determinado hist¨®ricamente por una combinaci¨®n de inversiones de grandes empresas privadas y planificaci¨®n oficial. Esto no es mejor o peor que otras opciones (en Estados Unidos existen m¨²ltiples el¨¦ctricas privadas cuyo tama?o est¨¢ limitado; en Francia o Italia existe una gran el¨¦ctrica con mayor¨ªa p¨²blica). Pero el hecho de que las inversiones las realicen grandes empresas privadas a?ade dos complicaciones: que esas empresas obtienen m¨¢s beneficios cuanta m¨¢s energ¨ªa venden; y que, como en el ADN de la empresa privada figura maximizar beneficios a corto, el largo plazo les resulta un tanto ajeno.
En la sociedad de la hipercomunicaci¨®n, existe un debate permanente sobre energ¨ªa y pol¨ªtica, pero a menudo se simplifica demasiado; los gabinetes de comunicaci¨®n de empresas y asociaciones batallan con art¨ªculos favorables y contrarios a cada alternativa, cuya lectura aporta m¨¢s contradicciones que valoraciones globales.
En cualquier caso, a pesar de estos condicionantes, el hecho es que el sistema el¨¦ctrico funciona. ?C¨®mo funciona? Cada d¨ªa, todas las plantas de producci¨®n espa?olas que operan en el mercado env¨ªan a un operador central a qu¨¦ precio est¨¢n dispuestas a producir al d¨ªa siguiente; este operador ordena las ofertas por su precio y suma la cantidad de electricidad total ofertada a cada precio; despu¨¦s, anuncia a qu¨¦ "precio de corte" entrar¨ªan a producir suficientes plantas para casar con la demanda nacional de electricidad. Ese nivel de corte pasa a ser el precio de mercado; las plantas que hab¨ªan ofertado menos entrar¨¢n en producci¨®n; las que hubieran cotizado m¨¢s alto, quedar¨¢n paradas. Este mecanismo encierra algo fundamental: marca precio de mercado la planta m¨¢s cara; todas las plantas que produzcan ingresar¨¢n ese precio, aunque hubieran hecho ofertas inferiores, seg¨²n sus costes menores.
Cuando se dise?¨® este sistema, a finales de los noventa, se pensaba que el precio de mercado ser¨ªa menor de lo que recib¨ªan las centrales antiguas con la regulaci¨®n anterior; por eso, se les asegur¨® a estas que ingresar¨ªan hasta 36 euros/MWh con un pago aparte, si el precio de mercado resultaba m¨¢s bajo. Nadie esperaba entonces lo que ocurri¨®: que los combustibles f¨®siles se dispararon desde 2004, y el precio de mercado, en vez de bajar de aquellos 36 euros/MWh garantizados a las viejas inversiones, creci¨® vertiginosamente, siguiendo a las plantas de combustibles m¨¢s caros (fue 64 euros/MWh en 2008, con 73 euros/MWh de m¨¢ximo). Y cuando el precio de mercado, fijado por la planta m¨¢s cara, se dispar¨®, las centrales antiguas se embolsaron inesperados beneficios extras; una cuantificaci¨®n precisa del impacto de este efecto (muy discutido: el presidente de la Comisi¨®n Nacional de la Competencia [CNC] ha declarado que "supone llenar los bolsillos de las el¨¦ctricas en detrimento del precio que pagamos los ciudadanos"; mientras que desde la patronal el¨¦ctrica se considera que su importancia se ha exagerado) rebasar¨ªa el prop¨®sito de este art¨ªculo.
A los ciudadanos, por cierto, no se nos transmiti¨® inmediatamente la fuerte subida de tarifa que habr¨ªa implicado la nueva situaci¨®n de los precios, por lo que hemos contra¨ªdo una deuda con las el¨¦ctricas que alcanza unos 20.000 millones de euros.
Por otra parte, hay que rese?ar que los Gobiernos espa?oles han separado de esta pura "casaci¨®n seg¨²n mercado" algunas energ¨ªas que pretend¨ªan promover, como las e¨®lica y solar, cuyos ingresos se establecen a un precio fijo que les permita amortizar su inversi¨®n (unos 78 euros/MWh en la e¨®lica).
En comparaci¨®n, ?cu¨¢nto pagamos en nuestros hogares? Pues unos 200 euros/MWh en una factura reciente, de los que unos 60 euros/MWh son la parte que paga la generaci¨®n de electricidad seg¨²n mercado (el resto del precio corresponde al transporte de la electricidad, m¨¢s ajustes e impuestos). Comparar esos 60 euros/MWh con los 36 euros/MWh de referencia original para centrales antiguas y los 78 euros/MWh que recibe la e¨®lica sugiere que tenemos un rango razonable para decidir qu¨¦ tecnolog¨ªas promover y c¨®mo pagarlas, sin que ese reequilibrio altere sustancialmente el precio final. En otras palabras, que la t¨¦cnica y la econom¨ªa no deben anular la pol¨ªtica.
?Hacia d¨®nde ir¨¢ una soluci¨®n global? Durante mucho tiempo, muchos hemos pensado, aunque fuera por inercia, que deb¨ªa mantenerse un mix equilibrado de todas las tecnolog¨ªas (por aquello de "no poner todos los huevos en la misma cesta"); despu¨¦s de todo, si al ciudadano esto no debe de interesarle tanto, ?por qu¨¦ no dejar que siga la componenda hist¨®rica entre empresas y Gobiernos sin que nada cambie mucho?
Sucede que las cosas est¨¢n cambiando tanto que a lo mejor ciudadanos, empresas y Gobiernos tenemos que abandonar nuestras inercias.
Porque en el comienzo de 2011 acaban de quedar muy claras dos cosas: una, que el petr¨®leo genera dictadores, enriquecidos por el petr¨®leo, prestos a adquirir armas para el control militar del pa¨ªs, que llevan a la asfixia o a la guerra a sus sociedades. Y la consecuente inestabilidad, adem¨¢s de interpelarnos moralmente, anticipa un mundo de petr¨®leo caro: hist¨®ricamente, en los pa¨ªses donde ha habido revoluciones (Ir¨¢n, 1979) y guerras (Irak, 2003) la producci¨®n nunca ha vuelto al nivel original. Si, a esta inestabilidad, se agregan el desarrollo asi¨¢tico y el control de la OPEP, parece muy probable un futuro de energ¨ªas tradicionales caras, lo que har¨¢ m¨¢s atractivas nuevas posibilidades.
Y la segunda cosa que ha quedado clara: que la tecnolog¨ªa nuclear, por la que una pl¨¦yade de expertos abogaba, alabando su alta seguridad, ha fallado estrepitosamente (ante una cat¨¢strofe natural, es cierto; pero estrepitosamente). Toda cadena se rompe por el eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil: un fallo de los generadores di¨¦sel de emergencia, inundados por el tsunami, puso los reactores nucleares de Fukushima fuera de control.
Hay un tercer asunto que desde hac¨ªa a?os estaba claro: que la industrializaci¨®n del planeta ha alterado fuertemente su equilibrio clim¨¢tico y que es evidente que no sabemos ad¨®nde nos lleva ese cambio. Sabiendo que no sabemos, ?tiene sentido correr el riesgo de alterar irremisiblemente el planeta, por no haber invertido a tiempo en las tecnolog¨ªas adecuadas, confundidos por el ruido y la furia globales? ?Tiene sentido que cuando sepamos, o sepan nuestros hijos, hayamos perdido 20 o 30 a?os que costar¨¢ mucho m¨¢s recuperar de lo que costar¨ªa ahora ganarlos?
Resulta dif¨ªcil decantar conclusiones y llegar a una respuesta final que sugiera un camino. Quiz¨¢s el problema sea que una econom¨ªa orientada al consumo ha empobrecido nuestra capacidad de debatir los asuntos colectivos. Pero no es irremediable que sea as¨ª: tenemos pol¨ªticos inteligentes, buenos periodistas, directivos cualificados, ciudadanos enormemente motivados por la ¨¦poca de la historia que les ha tocado vivir. Podr¨ªamos aplicar toda nuestra energ¨ªa a hablar claro, muy claro, sin lemas de ocasi¨®n, con cifras contrastables en la red, por todos los medios, sobre los asuntos de todos, entre todos.
Emilio Trigueros es qu¨ªmico industrial y especialista en mercados energ¨¦ticos.
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