Hammett, ese escritor, ese hombre
Miro de reojo y a veces con descaro a la cada vez m¨¢s escasa gente que lee libros (de papel, aclaro, los de verdad, no esa cosa impresa en una pantalla) en parques, aviones y trenes, intentando averiguar los t¨ªtulos y los autores que logran su embeleso. Inevitablemente, tambi¨¦n te formas una imagen probablemente inexacta, negociable o prejuiciosa de su personalidad en funci¨®n de lo que devoran sus ojos. De vez en cuando, te topas con el milagro de observar en manos de esos extra?os la literatura, el ensayo y la poes¨ªa que identificas con las sensaciones m¨¢s fascinantes y profundas que te ha regalado la vida. Por supuesto, esos libros no responden a una moda (aunque existan modas muy gratas de seguir) ni van a alterar su intemporal existencia no haber figurado nunca en la lista de best sellers, aunque ser¨ªa justo y necesario que el arte de los grandes escritores no solo les proporcionara gloria sino tambi¨¦n millones.
Desde hace demasiado tiempo constato que la mayor¨ªa de esa gente porta tres libros que deben pesar un kilo cada uno y llevan id¨¦ntica firma. Ning¨²n acertijo. La identidad del autor es obvia. Se llamaba Stieg Larsson. No le dio tiempo a disfrutar de su ¨¦xito. A m¨ª tambi¨¦n me resulta un escritor muy adictivo, especialmente en Los hombres que no amaban a las mujeres, reconozco como seductora invenci¨®n la de esa bisexual liliputiense, solitaria y punki, en posesi¨®n de intransferibles e implacables c¨®digos vitales, capaz de derrotar a los ogros m¨¢s feroces con un arma tan diminuta como invencible llamada ordenador. Larsson es alguien que sabe narrar, crear tensi¨®n, enganchar al lector, aunque esa prosa no sea cegadora, no provoque convulsiones en el alma ni el ansia por releer su obra en breve o en largo tiempo, pero lo que encuentro entre inadmisible y tragic¨®mico es que gran parte de sus innumerables fans confiese que Larsson les parece el maestro supremo de la novela negra, el g¨¦nero que m¨¢s aman. Nadie puede poner en duda ese amor, pero s¨ª desconfiar ligeramente de su exhaustivo conocimiento del g¨¦nero si consideran que lo m¨¢s grande que le ha ocurrido al buceo por la oscuridad es el sueco que rein¨® despu¨¦s de muerto.
Seamos risue?amente serios. ?De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor?, se preguntaba Raymond Carver. ?De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de novela negra? De muchas y retorcidas cosas, que se pueden contar excelsamente, regular o mal. De las nada transparentes fronteras morales y metodolog¨ªas entre ley y delincuencia, de turbiedad com¨²n en los conceptos del bien y del mal, del poder y su gen¨¦tica corrupci¨®n, de la certidumbre de que casi nada es lo que parece y la inquietante convivencia entre el blanco y el negro, de un aroma masticable. Que mogoll¨®n de escritores manejen esas claves y sientan aut¨¦ntica vocaci¨®n por la negrura no garantiza que sus personajes y lo que les ocurre tengan complejidad, ingenio y grandeza. Los lugares y frases comunes, la copia mezquina de los argumentos, la atm¨®sfera y el estilo de los cl¨¢sicos, los di¨¢logos esforzadamente sarc¨¢sticos acostumbran a ser m¨¢s irritantes de lo normal para los paladares educados ancestralmente en la mejor negrura cuando estos detectan impostura, plagio sin alma, clones grotescos.
Todo lo que no era un tal Dashiell Hammett, al que solo se le puede acusar de haber dejado prematuramente de escribir, que su obra sea tan corta. Entre sus muchos personajes memorables con infinita capacidad para liar a los peores y que se maten entre ellos, desde aquel tipo sin nombre que trabajaba como agente de La Continental y que desat¨® una cosecha roja, al retorcido g¨¢nster con sentido de la amistad Ned Beaumont enredado en llaves de cristal, al detective con barbilla en forma de V y pinta de Satan¨¢s rubio llamado Sam Spade. Permanecer¨¢ en el consciente y subconsciente de cualquier enamorado del g¨¦nero por su b¨²squeda del halc¨®n malt¨¦s (bendito sea usted por siempre, se?or Bogart), pero Hammett le hizo debutar antes de esa novela y pel¨ªcula legendaria, en los relatos Demasiados han vivido, Solo pueden colgarte una vez y Un tal Samuel Spade, reeditados ahora en Espa?a en un libro que merece ser guardado con mimo, Todos los casos de Sam Spade. Sospecho que ese individuo se parec¨ªa mucho a su creador, que los principios de ambos eran tan at¨ªpicos como irrenunciables, tambi¨¦n que ambos acumulaban justificado veneno en la lengua e irremediable amargura. Se sabe de Hammett que nunca abandon¨® la copa ni su dignidad y que la tuberculosis nunca le abandon¨®, que fue m¨¢s chulo que un ocho con los que hab¨ªa que serlo, con los repugnantes y todopoderosos cazadores de brujas. En el cine lo encarn¨® epid¨¦rmicamente Frederic Forrest bajo la direcci¨®n de un Wim Wenders afiliado al quiero y no puedo. Tambi¨¦n el maravilloso Jason Robards en Julia. Quiero pensar que Hammett se hubiera reconocido m¨¢s en el segundo. En cualquier caso, la imagen del fibroso Hammett es puro cine. No la de Raymond Chandler, aquel ejecutivo de las petroleras que fumaba en pipa y que a los cuarenta y tantos tacos decidi¨® que solo le interesaba escribir, beber y una esposa veinte a?os mayor que ¨¦l. Era admirable en la primera de esas funciones, en una prosa tan inteligente como l¨ªrica. Hammett no era po¨¦tico. Su escritura es dura, mordaz, escueta, ajena a la compasi¨®n y la autocompasi¨®n, llena de clima. Ambos construyen di¨¢logos memorables, crean universos genuinos, chorrean estilo, manejan virtuosamente la iron¨ªa, permanecen como lo m¨¢s grande que ha dado el g¨¦nero negro.
Marlowe y Spade han tenido, tienen y tendr¨¢n herederos tontos, dignos e incluso ilustres. A m¨ª me caen muy bien el racional Lew Archer, el feligr¨¦s de Alcoh¨®licos An¨®nimos Matt Scudder, el sufrido y tenaz Harry Bosch, las incurables cicatrices de esa atractiva pareja formada por Kenzie, el hijo del bombero s¨¢dico, y Gennaro, la nieta del mafioso, esa mujer tan dura que ins¨®litamente permite a su marido que la apalee, y Charlie Parker, empe?ado en enfrentarse a todos los invulnerables demonios de la tierra. Tambi¨¦n estoy convencido de que los alucinados y alucinantes James Ellroy y John Connolly (s¨ª, ese al que alguna opini¨®n prestigiosa ha calificado desde?osamente su obra como "literatura de aeropuerto") escribir¨ªan extraordinariamente bien aunque se dedicaran al g¨¦nero rosa. Millennium tal vez sea el ¨²ltimo negocio fastuoso del libro de papel. Pero eso no justifica coronar a Larsson como el Shakespeare de la novela negra.
Todos los casos de Sam Spade. Incluye los relatos Demasiados han vivido, Solo pueden colgarte una vez y Un tal Samuel Spade, y la novela El halc¨®n malt¨¦s. RBA. Barcelona, 2011. 336 p¨¢ginas. 20 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.