Cinco razones por las que Europa se resquebraja
Dinamarca reintroduce los controles fronterizos con la excusa de una criminalidad inexistente. Con ello, el pa¨ªs que fue un modelo de democracia, tolerancia y justicia social se sit¨²a en la avanzadilla de la rendici¨®n europea ante el miedo y la xenofobia. Grecia lleva m¨¢s de un a?o al borde del precipicio sin que parezca que haya muchos Gobiernos que lamentaran su eventual salida de la zona euro; algunos incluso azuzan secretamente a los mercados contra Atenas. Finlandia se resiste hasta el ¨²ltimo minuto, a la zaga de Eslovaquia, a financiar el rescate de Portugal. Francia e Italia aprovechan la crisis tunecina para, en periodo electoral, limitar la libertad de circulaci¨®n dentro de la Uni¨®n Europea. Y qu¨¦ decir de Alemania, que no contenta con gestionar la crisis del euro a golpe de elecciones regionales, rompe filas con Francia y Reino Unido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se desentiende de la crisis libia y revienta diez a?os de pol¨ªtica de seguridad europea.
Los l¨ªderes europeos gobiernan a golpe de encuestas y elecciones, aunque para ello deshagan Europa
Hoy sorprende recordar la admiraci¨®n e incluso el recelo que suscitaba Europa hace diez a?os entre grandes potencias
Como un c¨¢ncer, los xen¨®fobos han ido capturando el discurso y la agenda pol¨ªtica en todos los Estados
La aversi¨®n al extranjero lleva a los europeos hacia el suicidio no solo moral, sino econ¨®mico
Los ajustes y recortes asociados a los actuales planes de rescate agravar¨¢n la crisis que sufren algunos pa¨ªses
De seguir as¨ª, la UE acabar¨¢ siendo lo que el FMI era antes para muchos: un instrumento de imposici¨®n
Con el futuro del euro en entredicho y el mundo ¨¢rabe en erupci¨®n, los l¨ªderes europeos gobiernan a golpe de encuestas y procesos electorales, aferr¨¢ndose al poder por cualquier v¨ªa, aunque para ello tengan que deshacer la Europa que tanto tiempo y sacrificios ha costado construir. Pocas veces el proyecto europeo ha estado tan en entredicho y sus verg¨¹enzas tan p¨²blicamente expuestas. Pareciera que en esta Europa de hoy, tener un gran partido xen¨®fobo fuera obligado. El hecho es que Europa se resquebraja. De no mediar un cambio radical, el proceso de integraci¨®n podr¨ªa colapsarse, dejando en el aire el futuro de Europa como entidad econ¨®mica y pol¨ªticamente relevante.
1. Un proyecto sin fuelle
Esta crisis no es coyuntural ni pasajera: no estamos ante una mala racha, ni somos v¨ªctimas de un pesimismo infundado. Para darnos cuenta de hasta qu¨¦ punto el proyecto de integraci¨®n est¨¢ en peligro no hace falta m¨¢s que rebobinar una d¨¦cada. Si lo hici¨¦ramos, el contraste con la situaci¨®n actual no podr¨ªa ser m¨¢s revelador. Despu¨¦s de lanzar el euro el 1 de enero de 1999, la Uni¨®n Europea aprobaba la Estrategia de Lisboa, que promet¨ªa convertir a la UE en la econom¨ªa m¨¢s din¨¢mica, competitiva y sostenible del mundo. Tambi¨¦n se compromet¨ªa a ampliar el espacio de libertad, seguridad y justicia, llevando la integraci¨®n europea a los ¨¢mbitos policiales, judiciales y de inmigraci¨®n, que hasta entonces hab¨ªan quedado al margen de la construcci¨®n europea. Y para culminar ese proceso y darse a s¨ª misma una verdadera uni¨®n pol¨ªtica que le permitiera ser un actor globalmente relevante en el mundo del siglo XXI, pon¨ªa en marcha el proceso de elaboraci¨®n de la Constituci¨®n Europea.
Pero la UE no se completaba solo hacia dentro, sino tambi¨¦n hacia fuera: lanzaba el proceso de ampliaci¨®n m¨¢s ambicioso de la historia, que incorporar¨ªa en su seno a 10 pa¨ªses de Europa Central y Oriental adem¨¢s de Chipre y Malta y, en un acto repleto de visi¨®n estrat¨¦gica y de futuro, se compromet¨ªa a abrir negociaciones de adhesi¨®n con Turqu¨ªa, tendiendo as¨ª unos puentes de m¨¢ximo valor con el mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n. Al mismo tiempo, asentaba los pilares de una aut¨¦ntica pol¨ªtica exterior y de seguridad: despu¨¦s de a?os de impotencia y humillaciones en la peque?a Bosnia, franceses y brit¨¢nicos acordaban coordinar su defensa de forma m¨¢s estrecha. Mientras, los europeos se un¨ªan, Alemania incluida, para parar en seco los intentos de Milosevic de limpiar ¨¦tnicamente Kosovo y se compromet¨ªan a poner en marcha una fuerza de reacci¨®n r¨¢pida de 60.000 soldados que fuera capaz de desplegarse fuera del territorio europeo para actuar en misiones de gesti¨®n de crisis y mantenimiento de la paz. Acostumbrados hoy al ninguneo de las grandes potencias sorprende recordar c¨®mo, por entonces, con el euro en la mano, las ampliaciones en marcha, una Constituci¨®n a la vuelta de la esquina y una pol¨ªtica exterior y de seguridad rebosante del liderazgo provisto por Javier Solana, Europa no provocaba hast¨ªo ni indiferencia, sino admiraci¨®n, e incluso, en Washington, Pek¨ªn o Mosc¨², indisimulados recelos.
Una d¨¦cada m¨¢s tarde, esa brillante lista de logros y optimistas promesas se encuentra m¨¢s que en entredicho: en lugar de esa Europa exitosa y abierta al mundo que nos prometimos, nos encontramos con una Europa que pese a las ampliaciones se ha empeque?ecido; que a pesar del euro se ha vuelto ego¨ªsta e insolidaria y que ha dejado de creer y practicar sus valores para encerrarse en el miedo al extranjero y el temor a la p¨¦rdida de identidad. Muchos se arrepienten de haber hecho las ampliaciones y no quieren volver a o¨ªr hablar de ellas; ni se plantean cumplir las promesas de adhesi¨®n a Turqu¨ªa y ni siquiera son capaces de vislumbrar la adhesi¨®n de los pa¨ªses de los Balcanes. Los m¨¢s de veinte a?os transcurridos desde la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn suponen un margen de tiempo m¨¢s que razonable para que Europa se hubiera completado, hacia dentro y hacia fuera. Pero la realidad es bien distinta: tras las ampliaciones, hablamos de fatiga de ampliaci¨®n; tras el fallido proceso constitucional, de fatiga de integraci¨®n pol¨ªtica; tras la crisis del euro, de fatiga econ¨®mica y financiera. Tras diez a?os de reformas institucionales y de introspecci¨®n institucional, el Tratado de Lisboa, que iba a salvar a Europa de la par¨¢lisis e introducirla en el siglo veintiuno, es un perfecto desconocido y sus logros, invisibles.
2. Crisis de valoresy miop¨ªa pol¨ªtica
La gravedad de la actual crisis europea se origina en la confluencia de varias fuerzas centr¨ªfugas: el auge de la xenofobia, la crisis del euro, el d¨¦ficit de la pol¨ªtica exterior y la ausencia de liderazgo. Sus tem¨¢ticas son paralelas, pero se entrecruzan peligrosamente bajo un mismo denominador com¨²n: la ausencia de una visi¨®n a largo plazo. La consecuencia de ello es que cada diferencia entre los socios, sea del car¨¢cter que sea, se convierte en un juego de suma cero, en una feroz pelea donde todo vale con tal de obtener una victoria con la que presumir una vez de vuelta en la capital nacional, por peque?a y da?ina para el proyecto com¨²n que sea.
Hace ahora casi tres a?os que el humo de los campamentos gitanos que ardieron en Italia nos puso sobre aviso de lo que se avecinaba. Desde entonces, elecci¨®n tras elecci¨®n, los xen¨®fobos han ido ganando fuerza en nuevos pa¨ªses (Suecia, Finlandia, Reino Unido, Hungr¨ªa) y consolid¨¢ndose en los sitios donde ya contaban con una presencia significativa (Italia, Francia, Pa¨ªses Bajos, Dinamarca). Como un c¨¢ncer, han capturado el discurso y la agenda pol¨ªtica en todos los Estados, endureciendo los controles fronterizos, imponiendo restricciones a la inmigraci¨®n, dificultando la reunificaci¨®n familiar y restringiendo el acceso a los servicios sociales, sanitarios y educativos. Lo que es peor, como en el caso de Thilo Sarrazin en Alemania, algunos ya han cruzado la l¨ªnea de la xenofobia para adentrarse plenamente en un discurso racista sobre la inferioridad de la inteligencia de los musulmanes, algo que recuerda peligrosamente a la caracterizaci¨®n que los nazis hicieron de jud¨ªos, negros y eslavos como "untermenschen" (seres humanos inferiores). El resultado es que, hoy en d¨ªa, en medio de la crisis econ¨®mica, los valores de tolerancia y apertura, que constituyen el patrimonio m¨¢s importante del que disponemos, est¨¢n en cuesti¨®n o se baten en retirada.
Toda esta aversi¨®n al extranjero sorprende en una Europa cuyos problemas en absoluto pueden ser atribuidos a los inmigrantes. M¨¢s bien al contrario, de no mediar un cambio en las tendencias demogr¨¢ficas, adem¨¢s del suicido moral que suponen las actitudes hacia la inmigraci¨®n dominantes hoy en d¨ªa en casi toda Europa, los europeos se dirigen hacia el suicidio econ¨®mico, pues con las actuales tasas de natalidad su poblaci¨®n en edad de trabajar ser¨¢ cada vez menor y tendr¨¢n que hacer frente a mayores gastos sociales para sostener a una poblaci¨®n dependiente y envejecida. Europa deber¨ªa mirarse en el espejo estadounidense, capaz de integrar a inmigrantes de todas partes del mundo y conseguir que contribuyan al bienestar com¨²n a la vez que al propio, pero en lugar de eso prefiere crear un falso problema y, en torno a ¨¦l, construir soluciones que no har¨¢n sino acelerar su declive.
A mucha gente de bien, las bufonadas y simplezas mentales de los racistas y xen¨®fobos les impide tom¨¢rselos en serio. Sin embargo, su capacidad de condicionar a los partidos tradicionales es m¨¢s que notable y va en aumento. Cada vez que uno de ellos captura el Gobierno de alg¨²n Estado miembro, su agenda deslegitimadora, racista y antieuropea impacta de lleno en las instituciones europeas y se las lleva por delante. Para impedirlo, al igual que se quiere sancionar a los que incumplan los criterios de d¨¦ficit, el resto de Gobiernos deber¨ªa atreverse a recurrir a los Tratados y sancionar a los xen¨®fobos y a los autoritarios. Pero desgraciadamente, la tibia respuesta de las instituciones y Gobiernos europeos ante la expulsi¨®n de gitanos rumanos en Francia, frente a los excesos con la libertad de prensa de la Constituci¨®n h¨²ngara o en relaci¨®n con el acoso a los inmigrantes irregulares en Italia anticipan cu¨¢n poco debemos esperar de ellos cuando se trata de enfrentarse a otros Gobiernos.
3. El fin de la solidaridad
Se dice que la crisis econ¨®mica es la culpable, pero no es del todo cierto. El principal riesgo de ruptura del proyecto europeo no proviene de la crisis en s¨ª misma: al fin y al cabo, Europa ya ha estado en crisis en otras ocasiones y ha salido reforzada de ellas. Ante la crisis de los a?os ochenta, presionados por la pujanza tecnol¨®gica de Estados Unidos y Jap¨®n, los Gobiernos europeos decidieron dar un salto cualitativo en la integraci¨®n. Entonces, los l¨ªderes europeos visualizaron de forma clara lo que entonces se denomin¨® "el coste de la no-Europa", es decir, la riqueza y bienestar que se podr¨ªa crear eliminando el conjunto de trabas que ralentizaban el crecimiento econ¨®mico.
Hoy, con todo lo serios y dif¨ªciles de solucionar que son los desaf¨ªos que penden sobre la econom¨ªa europea (especialmente en cuanto al envejecimiento de la poblaci¨®n y la p¨¦rdida de competitividad), existe un amplio consenso sobre c¨®mo superar dichos problemas. La cuesti¨®n debe entonces buscarse en otro sitio: en la existencia de lecturas irreconciliables sobre c¨®mo entramos en la crisis del euro y, en consecuencia, c¨®mo saldremos de ella. Para unos, liderados por Alemania, estamos ante una crisis que se origina en la irresponsabilidad fiscal de algunos Estados. Ello supone que para salir de la crisis, dichos Estados simplemente tienen que cumplir las reglas de austeridad que estaban en vigor y que ahora han sido reforzadas. Todo ello se acompa?a de un sermoneo moralizante y condescendiente, como si el d¨¦ficit o el super¨¢vit de un pa¨ªs reflejara la superioridad o inferioridad moral de todo un colectivo humano. Muchos desean una Europa a dos velocidades, pero no basada en el m¨¦rito, sino en los estereotipos culturales y religiosos: en la primera clase, los virtuosos ahorradores de religi¨®n protestante; en la segunda, cat¨®licos gastosos de los cuales uno no se puede fiar y a los que hay que mantener a raya o, incluso, si es necesario, poner de patitas en la calle.
Esa narrativa de la crisis, que va camino de acabar con Europa, debe ser contestada. Que pa¨ªses tan diferentes como la pobre Grecia y la rica Irlanda, la primera campeona del dirigismo corporativista y la segunda del neoliberalismo y la desregulaci¨®n, se encuentren en situaciones parecidas obliga a explicaciones algo m¨¢s sofisticadas. Estamos ante una crisis de crecimiento, l¨®gica en un proceso de construcci¨®n de una uni¨®n monetaria donde la existencia de una ¨²nica pol¨ªtica monetaria, no complementada adecuadamente por pol¨ªticas fiscales y de regulaci¨®n del sector financiero, va generando desequilibrios que se van acumulando hasta provocar los problemas que vemos actualmente. Ante esa tesitura, dado que la uni¨®n monetaria se dise?¨® sin tener en cuenta los mecanismos necesarios para que pudiera capear crisis como la actual, lo l¨®gico parecer¨ªa discutir c¨®mo perfeccionar dicha uni¨®n para que funcionara de forma equilibrada y, como parece necesario, mejorar su gobernanza dot¨¢ndola de nuevos instrumentos y reforzando la autoridad de sus instituciones.
Pero en lugar de tomar el camino de la profundizaci¨®n de la uni¨®n, lo que estamos viendo es la aplicaci¨®n de una l¨®gica de vencedores y vencidos en la que unos aprovechan la coyuntura para imponer a otros su modelo econ¨®mico, como si todos los pa¨ªses tuvieran las mismas condiciones y pudieran funcionar bajo los mismos supuestos. La consecuencia de todo ello es que, en ausencia de medidas m¨¢s ambiciosas, nos instalaremos en un sistema de crisis permanente. Mientras tanto, los ajustes y recortes asociados a los actuales planes de rescate agravar¨¢n la crisis que sufren algunos pa¨ªses en lugar de ayudarles a salir de ella. Por esa senda, el deterioro ser¨¢ inevitable, pues si el crecimiento y el empleo no aparecen pronto, las sociedades se rebelar¨¢n contra los ajustes y la excesiva carga de la deuda o, alternativamente, los mercados y Gobiernos acreedores se coordinar¨¢n para expulsar de la zona euro o poner en cuarentena a los pa¨ªses con problemas de insolvencia. De seguir as¨ª, la Uni¨®n Europea acabar¨¢ siendo para muchos europeos lo que el Fondo Monetario Internacional fue para muchos pa¨ªses asi¨¢ticos y latinoamericanos en los a?os ochenta y noventa: un instrumento para la imposici¨®n de una ideolog¨ªa econ¨®mica que carecer¨¢ de legitimidad alguna, pero al que se obedecer¨¢ en ausencia de otra alternativa. Puede incluso que funcione, pero esa Europa no ser¨¢ un proyecto pol¨ªtico, econ¨®mico o social, sino simplemente una agencia reguladora encargada de velar por la estabilidad macroecon¨®mica que, con toda raz¨®n, sufrir¨¢ un grave d¨¦ficit democr¨¢tico y de identidad.
4. Ausente del mundo
Tan grave como la ruptura de los consensos internos es la incapacidad europea de hablar y actuar con una sola voz en el mundo del siglo veintiuno. A pesar de ser el primer bloque econ¨®mico y comercial del mundo, el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo, e incluso, pese a los recortes, de seguir disponiendo de un muy considerable aparato militar y de seguridad, Europa sigue ejerciendo su poder de forma fragmentada y, en consecuencia, como vemos todos los d¨ªas, desde las relaciones con Estados Unidos, Rusia o China hasta su actuaci¨®n en la m¨¢s inmediata vecindad mediterr¨¢nea, de una forma sumamente inefectiva. Claro est¨¢ que ni el poder de Europa es comparable al de una gran potencia ni esta quiere ejercerlo de la manera que lo hacen ellas. El problema est¨¢ en que Europa no es capaz de actuar unida y ser decisiva ni siquiera en aquellas ¨¢reas geogr¨¢ficas m¨¢s pr¨®ximas, como el Mediterr¨¢neo, donde su peso es o deber¨ªa ser abrumador, y que tampoco sea influyente ni efectiva en instituciones como la ONU, el G-20, el FMI donde su peso pol¨ªtico y econ¨®mico es enorme. En todas esas instituciones multilaterales, hay muchos europeos, pero poca Europa, y lo que es peor, muy pocas pol¨ªticas que coincidan con sus intereses.
Transcurrido m¨¢s de un a?o de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que nos prometi¨® una nueva y m¨¢s efectiva pol¨ªtica exterior, la par¨¢lisis de la acci¨®n exterior europea es completa. La respuesta a las revoluciones ¨¢rabes ha sido sin duda la gota que ha colmado el vaso. Durante d¨¦cadas, a cambio de poner a salvo sus intereses migratorios, energ¨¦ticos y de seguridad, Europa ha apoyado la perpetuaci¨®n de una serie de reg¨ªmenes autoritarios y corruptos, obviando de buen grado la promoci¨®n de los valores democr¨¢ticos y el respeto a los derechos humanos. Pero cuando, por fin, sin ning¨²n apoyo exterior, los pueblos de la regi¨®n han tomado su destino en sus manos, la respuesta de Europa ha sido lenta, t¨ªmida y r¨¢cana, mostr¨¢ndose mucho m¨¢s preocupados los l¨ªderes por salvaguardar sus intereses econ¨®micos y controlar los flujos migratorios que por apoyar el cambio democr¨¢tico. Aqu¨ª tambi¨¦n se ha impuesto la miop¨ªa, pues en caso de triunfar las revoluciones ¨¢rabes, el dividendo econ¨®mico de la democratizaci¨®n ser¨¢ tan inmenso que oscurecer¨¢ cualquier c¨¢lculo sobre los costes de la turbulencia.
Cierto que Europa ha evitado el abismo que hubiera supuesto dejar que Gadafi asaltara Bengasi. Ello hubiera hecho retroceder el reloj europeo a los tiempos de Sbrenica y provocado una crisis moral y pol¨ªtica irreparable. Pero no nos enga?emos, en la crisis libia, como en la crisis del euro, despu¨¦s de evitar el abismo queda absolutamente todo por hacer: adem¨¢s de lograr una paz que no sea una rendici¨®n f¨¢ctica que perpet¨²e el r¨¦gimen de Gadafi, Europa debe restaurar la credibilidad de su capacidad militar, que ha quedado en entredicho, as¨ª como sus instituciones de seguridad y pol¨ªtica exterior, que han quedado maltrechas. La frustraci¨®n con esas nuevas instituciones de pol¨ªtica exterior, en especial con el papel del presidente permanente del Consejo, Herman Van Rompuy, la Alta Representante para la Pol¨ªtica Exterior, Catherine Ashton, y el nuevo Servicio de Acci¨®n Exterior Europeo (SEAE), es tan completa que las capitales europeas han comenzado a desengancharse de esas instituciones y a coordinarse y a trabajar por su cuenta. Parad¨®jicamente, donde esper¨¢bamos una fusi¨®n de los intereses europeos y los nacionales, de Bruselas y las capitales, ahora tenemos una fractura cada vez m¨¢s completa: por un lado, una pol¨ªtica exterior europea meramente declaratoria y sin ninguna fuerza; por otro, una serie de pol¨ªticas que funcionan a trompicones sobre la base de coaliciones de voluntarios y con recursos exclusivamente nacionales.
Si la primavera ¨¢rabe hubiera concluido de forma r¨¢pida y feliz, las carencias de Europa hubieran terminado por ser invisibles. Pero si lo que tenemos por delante, como parece que es el caso, es un camino hacia la democracia sumamente bacheado, con victorias y derrotas parciales, idas y vueltas y bastante inestabilidad e incertidumbre, esta Europa se dividir¨¢, ser¨¢ incapaz de influir y quedar¨¢ abocada a la irrelevancia exterior. Con un nulo papel en Oriente Pr¨®ximo, una Turqu¨ªa humillada por el bloqueo de su adhesi¨®n y un Mediterr¨¢neo abandonado a su suerte, Europa dejar¨¢ de ser un actor de pol¨ªtica exterior cre¨ªble.
5. La rebeli¨®n de las ¨¦lites
Durante a?os, el proyecto europeo ha avanzado sobre la base de un consenso impl¨ªcito entre ciudadanos y ¨¦lites acerca de las bondades del proceso de integraci¨®n. Ese consenso se ha roto por los dos lados. Por un lado, los ciudadanos han retirado el cheque en blanco que hab¨ªan concedido a las instituciones europeas para que gobernaran, a la manera del despotismo ilustrado, "para el pueblo pero sin el pueblo". Con el tiempo, el proceso de integraci¨®n ha tocado las fibras m¨¢s sensibles de la identidad nacional, especialmente en lo referido al Estado de bienestar y las pol¨ªticas sociales. El sesgo econ¨®mico, liberal y desregulador de la construcci¨®n europea ha terminado por politizar e ideologizar un proceso que antes se consideraba que deb¨ªa estar en manos de expertos y bur¨®cratas. Pero de forma m¨¢s sorprendente e inesperada, a esta rebeli¨®n de las masas se ha a?adido lo que podr¨ªamos denominar como "la rebeli¨®n de las ¨¦lites".
Alemania es quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s claro de este fen¨®meno. Seg¨²n las ¨²ltimas encuestas, un 63% de los alemanes ha dejado de confiar en Europa y un 53% no ve el futuro de Alemania vinculada a ella. Pero del lado de la ¨¦lite, las cosas no son muy distintas: mientras que las exportaciones a China est¨¢n a punto de superar las exportaciones a Francia, el sur de Europa es visto como una r¨¦mora que lastra su crecimiento. La memoria del compromiso europeo se desvanece con el cambio generacional: solo 38 de los 662 miembros del Parlamento ocupaban sus esca?os en 1989. Sin duda alguna, estamos ante una nueva Alemania. Dado su peso e importancia, cualquier cambio en Alemania tiene un profund¨ªsimo impacto sobre construcci¨®n europea. Sin embargo, como la caracter¨ªstica clave de la nueva Alemania es la desconfianza hacia la Uni¨®n Europea, en lugar de, como hizo en el pasado, exportar su confianza a los dem¨¢s, lo que est¨¢ haciendo es exportar su desconfianza. Una pieza esencial del motor europeo est¨¢ pues gripada, sin que exista ninguna otra alternativa para sustituirlo. Francia puede sobrevivir econ¨®micamente a la falta de fe alemana, e incluso tapar con Reino Unido los agujeros que Alemania deje en materia de pol¨ªtica exterior, pero es evidente que Europa no avanzar¨¢ sin una Alemania plenamente comprometida con la integraci¨®n europea.
En ausencia de liderazgo alem¨¢n y de alternativas a este, el proceso de integraci¨®n se deshilacha. Los presidentes de la Comisi¨®n, Jos¨¦ Manuel Barroso; del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Alta Representante para la Pol¨ªtica Exterior, Catherine Ashton, vagan perdidos entre la bruma europea, incapaces de articular un m¨ªnimo discurso que les ponga en contacto con los europe¨ªstas que todav¨ªa creen en este proyecto. Solo el Parlamento Europeo se erige ocasionalmente en conciencia moral, levanta diques contra los excesos populistas y xen¨®fobos e intenta hacer avanzar el proceso de integraci¨®n. Sin embargo, solo unos pocos eurodiputados tienen una voz propia y est¨¢n dispuestos a volverse contra sus Gobiernos y partidos nacionales cuando es necesario. En Alemania, Francia e Italia, pero tambi¨¦n en otros muchos sitios, nos encontramos ante la generaci¨®n de l¨ªderes m¨¢s miope y entregada al electoralismo: entre ellos, ninguno habla por Europa ni para Europa.
EP?LOGO:
?Se puede romper Europa?
Cada d¨ªa que pasa, la sensaci¨®n de que Europa se resquebraja es m¨¢s real y est¨¢ m¨¢s justificada. ?Se puede romper Europa? La respuesta es evidente: s¨ª, por supuesto que puede. Al fin y al cabo, la Uni¨®n Europea es una construcci¨®n humana, no un cuerpo celestial. Que sea necesaria y beneficiosa justifica su existencia, pero no impedir¨¢ que desaparezca. Igual que un conjunto de circunstancias favorables llevaron de forma bastante azarosa a la puesta en marcha de este gran proyecto, el encadenamiento de una serie de circunstancias adversas muy bien pudiera hacerla desaparecer, especialmente si aquellos que tienen la responsabilidad de defenderla dejan de ejercer sus responsabilidades. Muchos europe¨ªstas comprometidos son conscientes de que el peligro de que Europa se deshaga es real, y est¨¢n sumamente preocupados por el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, al mismo tiempo, temen que alimentar el pesimismo con advertencias de este tipo pudiera acelerar el proceso de ruptura. Pero cuando d¨ªa tras d¨ªa vemos c¨®mo las l¨ªneas rojas de la decencia y de los valores que Europa encarna son cruzadas por pol¨ªticos chovinistas que alientan sin escr¨²pulos los miedos de los ciudadanos, es imposible seguir mirando hacia otro lado. Viendo la claridad de ideas y la determinaci¨®n con la que los antieuropeos persiguen sus objetivos, cuesta pensar que el mero optimismo ser¨¢ suficiente por s¨ª solo para salvar a Europa de los fantasmas de la cerraz¨®n, el ego¨ªsmo, la solidaridad y la xenofobia que la acechan estos d¨ªas. Sin una determinaci¨®n y claridad de ideas equivalente de este lado, Europa fracasar¨¢. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.