Indignados en la calle
Miles de ciudadanos cuestionan las actuales respuestas pol¨ªticas a la crisis econ¨®mica
El pasado domingo, las principales ciudades espa?olas fueron escenario de manifestaciones convocadas en la estela del panfleto publicado por el franc¨¦s St¨¦phane Hessel, ?Indignaos! Tan solo la concentraci¨®n de Madrid, que reuni¨® a 20.000 personas seg¨²n la Polic¨ªa Municipal, acab¨® en violentos disturbios protagonizados por una minor¨ªa. Los propios organizadores de la marcha los condenaron, desligando el prop¨®sito de su iniciativa, enteramente pac¨ªfica, del inaceptable comportamiento de algunos grupos radicales. En el resto de Espa?a, no se registraron incidentes.
Convocadas en el ecuador de una campa?a electoral incapaz de calar en la opini¨®n, las manifestaciones son reflejo de la existencia de un espacio ciudadano cuyas demandas no alcanzan a canalizar los partidos pol¨ªticos. Puesto que los promotores de las marchas desean mantenerlas como una forma de protesta ciudadana, sin solicitar el voto para ninguna opci¨®n ni crear una nueva, no es posible calibrar la medida exacta en la que los esl¨®ganes y consignas que corearon representan o no las posiciones de una mayor¨ªa social ni la influencia que puedan tener en la pol¨ªtica institucional. Probablemente, se cometer¨ªa el mismo error exagerando el significado de las manifestaciones que minimiz¨¢ndolo.
Con independencia del n¨²mero de ciudadanos que salieron a la calle, lo cierto es que se va extendiendo el sentimiento, dentro y fuera de Espa?a, de que la pol¨ªtica institucional no est¨¢ dando respuesta a algunos de los principales problemas creados por la crisis econ¨®mica, principalmente entre los j¨®venes y los ciudadanos m¨¢s desfavorecidos. Pero una cosa ser¨ªa considerar que no lo hace porque el parlamentarismo y el Estado de derecho son incapaces de por s¨ª, y otra diferente estimar que los partidos y sus l¨ªderes est¨¢n realizando un uso incorrecto de ellos. Es una ambig¨¹edad inquietante, ya que podr¨ªa sugerir una enmienda pol¨ªtica a la totalidad sin que se identifique claramente la alternativa, a no ser la evocaci¨®n nost¨¢lgica de utop¨ªas que concluyeron en tragedia. El problema no radica tanto en colocarse dentro o fuera del sistema, como en tomar conciencia de que el desprecio del parlamentarismo y del Estado de derecho puede servir a las causas m¨¢s justas y m¨¢s nobles, pero tambi¨¦n a las m¨¢s abyectas y liberticidas.
El descr¨¦dito de la pol¨ªtica institucional es una de las causas, tal vez la principal, que explica la aparici¨®n de iniciativas como la del domingo, cuyo valor quiz¨¢ m¨¢s incontestable radica en la denuncia. Sustituir el debate pol¨ªtico por la publicidad, convalidar la corrupci¨®n cuando es propia y denunciarla cuando es ajena, hacer de la invocaci¨®n al inter¨¦s ciudadano una simple coartada para legitimar las ambiciones de una facci¨®n, convertir la lucha por el poder en un fin en s¨ª mismo, ajeno a cualquier proyecto, son errores que van minando el sistema democr¨¢tico. El viejo topo que invocaba la utop¨ªa marxista no viene de fuera del parlamentarismo y del Estado de derecho, sino que est¨¢ siendo irresponsablemente engendrado en su interior.
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