Estados Unidos despu¨¦s de Osama
El Washington Post informaba d¨ªas atr¨¢s sobre los discursos de los l¨ªderes del Tea Party vestidos con atuendos del siglo XVIII, empu?ando rifles y acusando de afeminada a la mayor¨ªa republicana en la C¨¢mara de Representantes por su negociaci¨®n del presupuesto. Parece que les preocupa mucho el asunto de la virilidad. En el Post del 15 de abril, al cumplirse el plazo del pago de los impuestos federales sobre la renta, un ciudadano declaraba que el dinero que se le hab¨ªa hecho pagar era para mantener a los vagos. Est¨¢ claro que con frecuencia nuestros argumentos pol¨ªticos son ¨²nicos. V¨¦ase si no la respuesta a la muerte de Osama Bin Laden.
La eliminaci¨®n de Osama Bin Laden tuvo lugar justo despu¨¦s de un contraataque presidencial en respuesta a quienes no aceptan que sea un leg¨ªtimo ocupante de su cargo. El presidente tuvo que obtener su certificado completo de nacimiento para demostrar que efectivamente naci¨® en Hawai. Dif¨ªcilmente se acallar¨¢n la ira, la duda y la incredulidad acerca de su persona. Se encontrar¨¢n nuevos medios de avivarlas. Es verdad que su posici¨®n en los sondeos de opini¨®n experiment¨® un ascenso tras la incursi¨®n en Pakist¨¢n, pero eso podr¨ªa ser un tanto pasajero. La lent¨ªsima recuperaci¨®n de la econom¨ªa, la propia inclinaci¨®n del presidente a llamar la atenci¨®n hacia lo complejo y lo dif¨ªcil, son obst¨¢culos para su reelecci¨®n. ?Le ayudar¨¢ la obvia inadecuaci¨®n de la mayor¨ªa de los candidatos presidenciales republicanos? En ese partido los ricos todav¨ªa tienen una influencia mucho mayor que los desorientados votantes normales y corrientes. Al final los republicanos no cometer¨¢n un suicidio electoral. El candidato ser¨¢ cre¨ªble, como el antiguo gobernador de Massachusetts, Romney, o el gobernador de Indiana, Daniel, y no un demagogo exc¨¦ntrico.
?Qu¨¦ dir¨¢ hoy Obama sobre Oriente Pr¨®ximo? Hay que debatir sobre la guerra contra el terrorismo
Europa se ha resignado a su condici¨®n de espectadora
Naturalmente, el candidato tambi¨¦n podr¨ªa ser un personaje gris imitando a un pintoresco bocazas, como hace Pawlenty, el antiguo gobernador de Minnesota. Este acus¨® al presidente de no ser lo bastante contundente. "Cuando nosotros decimos que se vayan", dijo Pawlenty, refiri¨¦ndose a l¨ªderes extranjeros objetables, "tienen que irse". Se hab¨ªa olvidado de Fidel Castro y de Ho Chi Minh. El vulgar despliegue de chovinismo con que se ha celebrado la eliminaci¨®n de Osama sugiere la reducci¨®n de la historia a un partido de f¨²tbol, con nuestras fuerzas armadas como el equipo de casa y gritos de "?USA! ?USA!" celebrando los goles de los aviones no tripulados y de los escuadrones de la muerte. A pesar de nuestras profundas y duraderas contribuciones al mundo, para un n¨²mero significativo de nuestros conciudadanos pensar resulta demasiado agotador.
?Qu¨¦ es lo que seguir¨¢, en concreto, a la muerte de Osama, aparte de un incremento totalmente previsible del conflicto con Pakist¨¢n y de un recrudecimiento de las acciones islamistas de represalia islamista? El p¨²blico norteamericano est¨¢ cansado de la guerra en Afganist¨¢n,habi¨¦ndosele dicho cada a?o, durante los ¨²ltimos 10, que la pacificaci¨®n y la estabilizaci¨®n estar¨ªan aseguradas el a?o siguiente.
Incluso los republicanos se muestran abiertamente dudosos. No es visible mucho movimiento en favor de la retirada. La invenci¨®n de pretextos para retirarse es una de las principales cualidades imperiales norteamericanas, perfeccionada por Ford, Reagan y Kissinger. ?D¨®nde est¨¢n los talentos de esta especie cuando los necesitamos?
Mientras tanto, est¨¢ previsto que el presidente pronuncie hoy una importante alocuci¨®n sobre Oriente Pr¨®ximo y el mundo musulm¨¢n, pero se ha permitido que se disipe la atm¨®sfera positiva creada por su discurso de 2008. ?Qu¨¦ puede decir ahora? Todo nuestro enfoque sobre la regi¨®n, desde Marruecos hasta Afganist¨¢n, es como una cinta rodante de la que Obama no puede bajarse.
El exsenador George Mitchell, medio liban¨¦s y un contrapeso a los instintivos partidarios de Israel que gu¨ªan nuestra diplomacia, ha dimitido de su cargo de enviado especial al conflicto entre Israel y Palestina. La Casa Blanca le hab¨ªa dado escasas oportunidades de desempe?ar sus amplias cualidades diplom¨¢ticas.
Y ahora, la decisi¨®n de Egipto de reanudar sus v¨ªnculos con Ir¨¢n, as¨ª como la mediaci¨®n egipcia entre Ham¨¢s y Fatah, son la prueba del colapso de nuestra posici¨®n en la regi¨®n. Esto no es algo que se mencione mucho en el debate p¨²blico, en contraste con los excesos de atenci¨®n a la muerte de Osama, o con una vaga autocomplacencia a prop¨®sito de la primavera ¨¢rabe.
Sabemos poco acerca del papel que desempe?an nuestras agencias en Argelia, T¨²nez, Egipto, L¨ªbano, Jordania, Siria, Yemen y el Golfo (y, como siempre, en Ir¨¢n). Abundan las declaraciones de tipo general, pero es escasa la informaci¨®n seria. Probablemente, nuestras embajadas, como nuestro gigantesco establecimiento en El Cairo, est¨¢n fortaleciendo la resoluci¨®n de mantener el poder de nuestros viejos amigos de las fuerzas armadas y de los aparatos estatales a la vez que alientan a los dem¨®cratas a proseguir la transformaci¨®n c¨ªvica. Despu¨¦s de todo, nosotros mismos somos un modelo de ambig¨¹edad en algunos aspectos. Creemos que somos una gran rep¨²blica y nos parecen cada vez m¨¢s aceptables los Gobiernos pretorianos. Ahora, el general Petraeus, en su irresistible ascensi¨®n, va a asumir el mando de la CIA. El general tiene un doctorado por Princeton y es un tipo cultivado, pero es improbable que impulse a la CIA a concentrarse en los d¨¦bitos morales y materiales en los que hemos incurrido a causa de nuestro papel en el mundo...
La muerte de Osama ha engendrado dos espect¨¢culos p¨²blicos. Uno ha sido deliberado, la propagaci¨®n de la imagen de un presidente imperioso en posesi¨®n de los m¨¢s refinados instrumentos de poder. El otro ha sido espont¨¢neo (el vulgar triunfalismo de las multitudes vociferantes). Ninguno ha representado una ruptura de la continuidad nacional, ambos han reforzado nuestras m¨¢s enga?osas ilusiones sobre el alcance de nuestro poder. Ninguna figura pol¨ªtica de importancia ha dado un paso al frente para pedir que se reconsidere la militarizaci¨®n de nuestra naci¨®n. El ¨²ltimo en insinuarlo fue el secretario de Defensa, Gates, quien tambi¨¦n se retirar¨¢ en breve. Se ha producido un intenso debate sobre la moralidad y la eficacia de la guerra contra el terrorismo en los blogs de nuestra permanente oposici¨®n, no as¨ª en las tertulias de la televisi¨®n y apenas en las sesiones del Congreso o el Senado. Las voces prof¨¦ticas de nuestras iglesias est¨¢n m¨¢s bien en silencio, y las calles y plazas est¨¢n vac¨ªas de ciudadanos que crean que deben dar testimonio.
Hubo en un tiempo aliados europeos de Estados Unidos capaces de hablar francamente con la otra orilla del oc¨¦ano. Andreotti, Brandt, De Gaulle, Palme fueron escuchados no a pesar sino en raz¨®n de sus disonantes entonaciones hist¨®ricas. La actual generaci¨®n europea se ha resignado a su condici¨®n de permanente espectadora. Nuestra propia cultura hist¨®rica (el pensamiento de alguien como Kennan, Eisenhower o Kennedy) es manifiestamente muy peque?a. Que el asesinato de Osama se parezca a una pel¨ªcula convencional es ya suficientemente malo. Lo que es terrible es que sea el anticipo de mucho m¨¢s de lo mismo que est¨¢ por llegar.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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