?Es la democracia privilegio de unos pocos?
El sistema democr¨¢tico podr¨ªa enraizar en ?frica. Ninguna maldici¨®n o determinismo lo impide. Eso s¨ª, la comunidad internacional, especialmente Europa, deber¨ªa asumir los riesgos que conlleva el cambio
Pensar que en las relaciones internacionales los valores son buenos solo para los discursos pero no para ayudar a definir la acci¨®n de los Estados es un grave error. No solo por el cinismo que esto conlleva, sino porque sistem¨¢ticamente toda realpolitik esconde intereses muy precisos desligados del bien com¨²n de la ciudadan¨ªa.
En tiempos de cambios profundos como los que vivimos es, adem¨¢s, una pol¨ªtica completamente in¨²til por su miop¨ªa cortoplacista y su confusi¨®n de conceptos. Es plantearse ante todo, cuando no exclusivamente, las posibles amenazas que se ciernen y nunca las oportunidades. Es confundir la equidistancia con el justo medio. No puede haber equidistancia entre el que tiraniza y el oprimido, entre el que aspira a la libertad y la democracia y el que solo aspira al poder. Defender el statu quo, sea cual sea, supone asumir que lo que es bueno para nosotros no lo es para los dem¨¢s. Que apoyar el surgimiento de una comunidad de democracias m¨¢s amplia es negativo para nuestros intereses porque en el camino pueden surgir problemas y riesgos. Peor a¨²n, que de manera inexplicable, lo que para nosotros es indispensable en nuestras sociedades, la democracia, en manos de otros supone una especie de retroceso en nuestro bienestar, una amenaza que ineluctablemente se desbordar¨¢ en nuestro detrimento. En suma, es preferir el miedo a las oportunidades. Es apostar por unos supuestos intereses inmediatos antes que por la estabilidad duradera y sostenible a largo plazo. Es disfrazar de imparcialidad la indiferencia negligente.
El mundo es m¨¢s seguro y m¨¢s estable si se respetan los deseos de los ciudadanos
En 2011 se celebran 11 procesos electorales importantes en el continente africano
Para los acontecimientos de los ¨²ltimos meses en Libia y en Costa de Marfil, por ejemplo, esta manera realista de entender las relaciones internacionales basada supuestamente en intereses tangibles y en dialogar solo con el que detenta el poder independientemente de c¨®mo lo haya logrado, no tiene respuestas. Solo obtendremos un cat¨¢logo de potenciales amenazas y cat¨¢strofes por venir. La ¨²nica acci¨®n leg¨ªtima para los adeptos del realismo pol¨ªtico es la inacci¨®n, un eterno no tocarlo porque, al final, ser¨¢ peor. La alternativa a esta realpolitik siempre tan a mano, no es un idealismo c¨¢ndido. Es una forma sostenible de entender las relaciones internacionales que zanje democr¨¢ticamente la inestabilidad actual causada por reg¨ªmenes tir¨¢nicos y por aquellos que los consideraban interlocutores no solo v¨¢lidos, sino ¨²nicos.
?Qu¨¦ lecciones podemos extraer de las revoluciones en el Magreb? Claramente que a fuerza de tratar solo con el que detentaba el poder, obviamos que las sociedades existen. M¨¢s a¨²n, que en su seno hay diferentes sensibilidades y que es necesario dialogar con todas ellas. En ¨²ltima instancia, los verdaderos actores de los cambio profundos son las sociedades civiles. Puede ser c¨®modo pensar que el mundo gira impulsado por un n¨²mero reducido de l¨ªderes. Los ¨²ltimos meses nos muestran la levedad de esta asunci¨®n, especialmente all¨ª donde la legitimidad se asienta exclusivamente sobre la represi¨®n y la censura. Tambi¨¦n hemos visto que aceptando la tiran¨ªa como una forma pol¨ªtico-cultural natural en ?frica, nos olvidamos que toda persona aspira a su propia dignidad independientemente de su procedencia. Espa?a est¨¢ actuando correctamente al apostar por la libertad y la democracia en ?frica. Desde cualquier punto de vista, por valores o por intereses, es as¨ª. Por un lado, apoyamos los valores de nuestra ciudadan¨ªa all¨ª donde los propios ciudadanos de esos pa¨ªses lo solicitan. Por otro lado, podemos crear una zona de estabilidad sostenible basada en intereses leg¨ªtimos comunes.
Nada impide que la democracia pueda enraizar en ?frica. No hay ni maldici¨®n ni determinismo. La democracia puede ser una realidad en ese continente y la comunidad internacional, especialmente Europa, debe asumir los riesgos que conlleva el cambio. Debemos hacerlo tanto por los valores que defendemos, como por el inter¨¦s de nuestros ciudadanos. Al respecto, la realpolitik cl¨¢sica parte de un doble supuesto profundamente err¨®neo. Por un lado, que hay valores como la democracia que pueden ser buenos para nosotros pero no para ellos. De alg¨²n modo, ser¨ªan nuestros valores y no los de ellos. Por otro lado, que cualquier cambio externo pone en peligro o da?a nuestros intereses estrat¨¦gicos o, cuando menos, no nos aporta nada. Ambas cosas parten de supuestos falsos. La democracia es un sistema que se ha adaptado hist¨®ricamente a diferentes realidades culturales y sociales. Es tan compatible con Europa como con Libia y Costa de Marfil, siempre y cuando los ciudadanos de esos pa¨ªses tengan la voluntad de implantarlo. Ampl¨ªsimos grupos de esas sociedades as¨ª lo desean. Que la democracia sea no ya un sistema, sino un valor incompatible con ?frica choca con la realidad. Ese fatalismo afropesimista es la antesala del abandono del continente a su suerte. Espa?a no puede permit¨ªrselo. Ni por nuestros valores, ni por nuestros intereses.
La segunda objeci¨®n del realismo pol¨ªtico, la defensa de nuestros intereses defendiendo el statu quo, es una manera m¨¢s o menos sofisticada de atizar el miedo de nuestros ciudadanos. Para no implicarse en el cambio se anuncian graves amenazas de toda ¨ªndole dado que en el proceso hacia la democracia todo ser¨¢ caos. Esto es olvidar que la democracia en el mundo occidental no lleg¨® de una. Que el proceso en nuestro propio pa¨ªs tambi¨¦n fue largo y costoso y que en ese recorrido vivimos algunos de los peores momentos de nuestra historia. Los realistas de hoy probablemente no daban nada en 1975 por la implantaci¨®n de la democracia en Espa?a y aqu¨ª estamos. Supone igualmente situar los intereses de nuestros pa¨ªses y de nuestra ciudadan¨ªa solo en el corto plazo. A medio y largo plazo, el mundo es m¨¢s seguro y m¨¢s estable si se respetan los deseos de los ciudadanos. Las democracias no se hacen la guerra entre s¨ª y, mejor o peor, tienden a agruparse y a cooperar para resolver los asuntos globales. Esto es algo que no puede decirse de la relaci¨®n de las democracias con tiranos y dictadores y mucho menos de la relaci¨®n de estos con sus propios ciudadanos. La inestabilidad actual en pa¨ªses como Libia o Costa de Marfil se da por no querer respetar las aspiraciones y las decisiones de amplias capas de esas sociedades.
Lo que est¨¢ en juego desde hace meses en Libia y en Costa de Marfil es el futuro de la democracia en ?frica. Solo en 2011 tendr¨¢n lugar 11 procesos electorales mayores en el continente. El caso libio subraya claramente que en cualquier pa¨ªs, independientemente de su cultura o religi¨®n, no hay Gobierno leg¨ªtimo sin consentimiento ciudadano. Que un Gobierno, tambi¨¦n en ?frica, no puede disponer de su ciudadan¨ªa como s¨²bditos. En Costa de Marfil ha estado, y en cierta medida a¨²n est¨¢, en liza el respeto a los resultados electorales. Una democracia es mucho m¨¢s que simplemente elecciones, pero sin estas y sin aceptaci¨®n de su resultado por todos los contendientes, tambi¨¦n en ?frica, no hay democracia cre¨ªble.
La democracia en ?frica no vendr¨¢ desde fuera por mucho empe?o que pongan Europa y Estados Unidos. Ser¨¢n los africanos los que decidan su propio destino. La democracia solo se implantar¨¢ en esos pa¨ªses en la forma y en los tiempos que sus ciudadanos decidan. Sin embargo, lo anterior no puede suponer indiferencia o desinter¨¦s por nuestra parte. Debemos comprender que cuando se trata de democracia, los dem¨®cratas no podemos ser neutrales. Tras la intervenci¨®n en Irak, la legitimidad de la acci¨®n en defensa de los derechos humanos, para la promoci¨®n de la democracia y en defensa de la ciudadan¨ªa frente al tirano qued¨® ensuciada y en entredicho. Nada tiene que ver aquello con esto. Nada hay de sorprendente en el hecho de que las democracias apoyen a los dem¨®cratas all¨ª donde est¨¦n en riesgo y dificultad. Haci¨¦ndolo defendemos nuestros valores pero tambi¨¦n los suyos y hacemos avanzar intereses compartidos y sostenibles a largo plazo. La democracia no es el privilegio de unos pocos.
Jos¨¦ Manuel Albares es diplom¨¢tico.
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