Tierra de nadie
Qu¨¦ significa la foto de Obama, Clinton y colaboradores contemplando en vivo el asesinato programado de Bin Laden? "Hacer ver" una interdicci¨®n flagrante: t¨² no puedes ver esto, aplicada a los que casi nunca salimos en la foto; y como prenda de su vigencia no sancionada por ley, el autorretrato de la interdicci¨®n: m¨ªranos viendo lo que no puedes ver delante de tus propias narices, el auto sacramental de un mandato indiscutible: puedes mirar c¨®mo miramos; pero no pasar¨¢s de all¨ª. Como gesto, no puede ser m¨¢s desconsiderado.
Pero ser¨ªa demasiado fr¨ªvolo invocar los modales. Lo relevante en esta imagen es que establece una demarcaci¨®n, la instancia de una cesura en lo que acontece, una muralla infranqueable que nos separa de la Ciudad Prohibida.
Se est¨¢ construyendo un mundo sin reglas, un mundo salvaje para 'Harry el Sucio'
Hac¨ªa mucho tiempo que no ve¨ªa una afirmaci¨®n tan clara de la m¨¢s pura potestas como poder de exclusi¨®n, que dir¨ªan Foucault y su ep¨ªgono Agamben, obscena exposici¨®n del privilegio de quienes detentan el poder, que es tanto m¨¢s excepcional en cuanto que, en nuestras sociedades democr¨¢ticas, lo hacen no por derecho natural sino ?por representaci¨®n!
La instant¨¢nea revela el aut¨¦ntico rostro del poder: la facultad de establecer una barrera entre lo que se ve y lo que se da a ver, entre lo que acontece y lo que, si es preciso, se puede hacer desaparecer, como hizo Stalin con Trotski en aquella c¨¦lebre foto del mitin de Lenin, solo que entonces se trataba de borrar una imagen y aqu¨ª se la escamotea. Y no es casual que sean los medios los dilectos colaboradores en esta tarea ontol¨®gica; lo hacen todo el tiempo: ?ad¨®nde han ido a parar los "rebeldes" de Bengasi que, de golpe, apenas aparecen en primera plana? Est¨¢n desaparecidos, como los cuerpos que los militares argentinos arrojaban al R¨ªo de la Plata para ocultar las pruebas de su genocidio o como estar¨¢ para siempre desaparecido el cuerpo de Bin Laden: donde no hay cad¨¢ver no ha habido crimen.
En la foto de Obama y su c¨ªrculo se retrata no solo el poder que permite o impide ver por medio de la administraci¨®n de la mirada colectiva sino el que establece lo que puede ser y lo que no.
Retrato o revelaci¨®n que nos llega -c¨®mo si no- en forma de imagen sin espect¨¢culo, pero si no hay espect¨¢culo no ha sido una ejecuci¨®n sino un vulgar asesinato. La ausencia de un escenario revela adem¨¢s la diferencia ontol¨®gica que nos separa de quienes detentan el poder, que este no existe solo como fuerza -poner siempre el acento en la injusticia y en la prepotencia del poder forma parte de la conciencia infantil y resentida de la izquierda que, no obstante, se trag¨® el estalinismo sin rechistar- sino como diferencia, cosa palmariamente clara en la realeza que, de acuerdo con Kantorowicz, se caracteriza por no poseer un cuerpo ordinario sino corpus mysticum.
El monarca y su estirpe no son iguales a sus s¨²bditos, no tienen la misma experiencia del mundo, lo que justifica los enormes privilegios de que los d¨¦spotas han gozado desde tiempos inmemoriales. La misma desigualdad esencial que, como resabio de una concesi¨®n de obediencia muy antigua, a veces los determina en forma de recato en sus obligaciones soberanas y que el impresentable Silvio Berlusconi infringe con sus francachelas en Villa Certosa. Esa condici¨®n diferente del poderoso parec¨ªa haber sido borrada para siempre desde que los jacobinos le cortaron la cabeza al desdichado Luis XVI y, desde luego, era inimaginable en la presentaci¨®n del poder en una democracia ejemplar como es la rep¨²blica norteamericana, pero se reconoce intacta en esta foto. Pens¨¢bamos que, como mucho, alg¨²n presidente franc¨¦s pod¨ªa permitirse una construcci¨®n fara¨®nica en Par¨ªs o que una gobernante cruel como Thatcher ordenara hundir el crucero General Belgrano como innecesario escarmiento, pero nada m¨¢s.
Sin embargo la diferencia est¨¢ casi intacta: un acto decisivo como es la ejecuci¨®n sumaria de un enemigo sanguinario de millones de personas es sustra¨ªdo a la ciudadan¨ªa para ser enseguida expuesto de forma subsidiaria con una instant¨¢nea de los ojos at¨®nitos de sus ejecutores y responsables. Suprema ocultaci¨®n de un crimen que se hace a trav¨¦s de la literalidad fotogr¨¢fica y en la sociedad m¨¢s transparente.
El antiamericanismo y las teor¨ªas conspirativas se distraen denunciando una manipulaci¨®n, cuando lo peor de la ejecuci¨®n sumaria de Bin Laden no es que pueda haber sido fraguada por la propaganda sino que haya sido realizada fuera de la ley.
Algo muy grave est¨¢ ocurriendo a la vista de todos. Se est¨¢ construyendo un mundo sin reglas, en el que la ONU autoriza intervenciones neocolonialistas como la de Libia, se toleran asesinatos ("el procedimiento escogido no ha sido el m¨¢s correcto, pero sin duda el mundo est¨¢ m¨¢s seguro sin Bin Laden", le he o¨ªdo declarar a Vargas Llosa), se legitima el uso de la tortura y se emula la acci¨®n directa del terrorismo, la guerra en nombre del mantenimiento de la paz mientras se mantiene un campo de concentraci¨®n como Guant¨¢namo en pleno siglo XXI.
No es nuestro mundo sino el de Harry el Sucio, una tierra de nadie.
Enrique Lynch es escritor.
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