Un mundo amurallado
La actual proliferaci¨®n de barreras para impedir el tr¨¢nsito de personas ilustra un retroceso en el sue?o de un 'mundo global'. Se desnacionaliza la vida econ¨®mica y a la par se renacionaliza la vida pol¨ªtica
La actual pretensi¨®n danesa de controlar las fronteras con Alemania y Suecia viene tras los cierres de Francia e Italia, pero resulta a¨²n m¨¢s inquietante si lo ponemos en relaci¨®n con una tendencia en el mundo actual a cerrar, impedir el paso y controlar, que responde a la demanda creciente de protecci¨®n. Desde que en 1989 cae el muro de Berl¨ªn, la construcci¨®n de nuevos muros se ha multiplicado, como si se tratara de una carrera fren¨¦tica por hacer frente a una nueva desprotecci¨®n: entre M¨¦xico y Estados Unidos, en Cisjordania, entre India y Pakist¨¢n, entre Irak y Arabia Saud¨ª, entre ?frica del Sur y Zimbabue, entre Espa?a y Marruecos (rodeando las ciudades de Ceuta y Melilla), entre Tailandia y Malasia...
Los muros generan zonas de no-derecho y conflictividad, exacerban las hostilidades mutuas
Las fronteras indican, sobre todo, la desconfianza frente al otro, al extranjero
?En qu¨¦ consisten estos muros? ?Cu¨¢l es su utilidad o el prop¨®sito con que se levantan? Estas barreras no est¨¢n pensadas para impedir el ataque de ej¨¦rcitos enemigos, sino para impedir el tr¨¢nsito de personas; quieren hacer frente a fuerzas persistentes y desorganizadas m¨¢s que a estrategias militares o econ¨®micas; son m¨¢s post-, sub- y transnacionales que internacionales; son una respuesta a los flujos desconectados de las soberan¨ªas estatales. Los muros actuales no responden a la l¨®gica de la guerra fr¨ªa sino que son muros de protecci¨®n; indican la desconfianza frente al otro, el extranjero, y dicen mucho acerca de las ambig¨¹edades de la globalizaci¨®n. Se dirigen contra el movimiento de bienes y personas que muchas veces no tienen su causa en una invasi¨®n exterior sino en la demanda interna: mano de obra, drogas, prostituci¨®n...
Un muro no es tanto una cosa material como algo mental que traza una l¨ªnea de separaci¨®n entre un "adentro" que se siente amenazado y un "afuera" amenazante, considerado como enemigo, estereotipado, ubicuo y en ocasiones fantasmal. Los muros funcionan como un icono tranquilizador en la medida en que restablecen una distinci¨®n n¨ªtida entre el interior y el exterior, entre el amigo y el enemigo, que se hace coincidir frecuentemente con las fronteras nacionales. Todos los procesos de guetizaci¨®n participan de esa misma l¨®gica al segmentar la ciudad de una manera invisible, arruinando as¨ª su vocaci¨®n de aproximar a sus habitantes. Las barreras recuperan una modalidad de poder soberano, material y delimitado en un entorno, para algunos inquietante, en el que el poder se presenta como una realidad difusa y d¨¦bil. Los muros son una respuesta psicosociol¨®gica al desdibujamiento de la distinci¨®n entre el interior y el exterior, al que acompa?an otras distinciones que se han vuelto problem¨¢ticas, como la diferencia entre ej¨¦rcito y polic¨ªa, los criminales y los enemigos, la guerra y el terrorismo, derecho y no-derecho, lo p¨²blico y lo privado, el inter¨¦s propio y el inter¨¦s general.
La construcci¨®n de muros no solamente ilustra un retroceso en el sue?o de un "mundo global", sino que testimonia unas tendencias subterr¨¢neas de la globalizaci¨®n que alimentan el retorno de ciertas formas de "neofeudalizaci¨®n" del mundo. Un mundo en el que son asombrosamente compatibles la integraci¨®n de la econom¨ªa global y el aislamiento psicopol¨ªtico. Cabr¨ªa incluso afirmar que la defensa de esta compatibilidad se ha convertido en un objetivo ideol¨®gico en esa s¨ªntesis de neoliberalismo pol¨ªtico y nacionalismo estatal de cierta nueva derecha cuyo proyecto ha sintetizado Saskia Sassen en el doble objetivo de "desnacionalizaci¨®n de la vida econ¨®mica y renacionalizaci¨®n de la vida pol¨ªtica". No vivimos en un mundo ilimitado, sino en la tensi¨®n entre una geograf¨ªa de los mercados abiertos que tiende a abolir las fronteras y una territorialidad de la seguridad nacional que tiende a construirlas. No hay coherencia entre la pr¨¢ctica geoecon¨®mica y la pr¨¢ctica geopol¨ªtica que equilibre las diferentes agendas del comercio y de la seguridad.
Sab¨ªamos desde Maquiavelo que las fortalezas suelen ser m¨¢s perjudiciales que ¨²tiles. Los muros proyectan una imagen de jurisdicci¨®n y espacio asegurado, una presencia f¨ªsica espectacular que se contradice con los hechos: por lo general no contribuyen a solucionar los conflictos e impiden muy escasamente la circulaci¨®n. Complican el objetivo, obligan a modificar el itinerario, pero en tanto que prohibiciones de paso suelen ser poco eficaces.
El ejemplo m¨¢s elocuente de ello lo encontramos en el control de la emigraci¨®n, que aumenta o disminuye por factores que no est¨¢n vinculados a la rigidez o porosidad de las fronteras. Hay emigraci¨®n porque hay un diferencial de oportunidades o, si se prefiere, porque las desigualdades son actualmente percibidas en un contexto global. Cuando se piensa que el establecimiento de barreras es la soluci¨®n para el incremento del n¨²mero de los emigrantes y refugiados es porque se ha considerado previamente que la causa de esos desplazamientos era la flexibilidad de las fronteras, lo que es radicalmente falso.
Si no cumplen esa funci¨®n que se les asigna, entonces ?para qu¨¦ sirven esas fronteras que adoptan la forma de muros? Dada su falta de eficacia, lo que hay que preguntarse es cu¨¢les son las necesidades psicol¨®gicas que su construcci¨®n satisface. Y la respuesta est¨¢ en la necesidad de limitaci¨®n y protecci¨®n de quienes se perciben a s¨ª mismas -muchas veces contra toda evidencia- como "sociedades asediadas" (Bauman). En lo que hace referencia a los muros est¨¢ claro que aluden inmediatamente a la defensa contra unos asaltantes venidos de un "afuera" ca¨®tico, pero sirven como instrumentos de identificaci¨®n y cohesi¨®n, responden al miedo frente a la p¨¦rdida de soberan¨ªa y a la desaparici¨®n de las culturas homog¨¦neas. De esta manera se construye una siniestra equivalencia entre alteridad y hostilidad, lo que es adem¨¢s un error de percepci¨®n (la mayor parte de los atentados que se han cometido en EE UU han provenido de terroristas del interior). Y se asienta el prejuicio de que la democracia no puede existir m¨¢s que en un espacio cerrado y homog¨¦neo.
As¨ª pues, se trata de remedios f¨ªsicos para problemas ps¨ªquicos, de una teatralizaci¨®n con efectos m¨¢s visuales que reales. Un muro aparenta ofrecer seguridad en un mundo en el que la capacidad de protecci¨®n del Estado ha disminuido, en el que los sujetos son m¨¢s vulnerables a las vicisitudes econ¨®micas globales y a la violencia transnacional. Todo lo que acompa?a a la escenograf¨ªa rotunda de los muros no son sino gestos pol¨ªticos destinados a contentar a cierto electorado, a suprimir la imagen de un caos pol¨ªticamente embarazoso y sustituirla por la de un orden reconfortante. Aunque es imposible muchas veces cerrar completamente las fronteras, es peor dar la impresi¨®n de que no se hace nada. Construir una barrera es la mejor manera de no hacer nada dando la impresi¨®n de que se hace algo; de este modo se despliega una seductora salva pol¨ªtica dirigida contra un conjunto de problemas especialmente complejos, a los que es imposible aportar una soluci¨®n de corto plazo.
Los muros ser¨ªan inicuos si se limitaran a dejar sin resolver los problemas que de manera tan simplista pretenden delimitar. Pero no es ese el caso: los muros generan zonas de no-derecho y conflictividad, agravan muchos de los problemas que tratan de resolver, exacerban las hostilidades mutuas, proyectan hacia el exterior los fracasos internos y excluyen toda confrontaci¨®n con las desigualdades globales. Adem¨¢s, cuando se acent¨²a ostentativamente la seguridad se provoca al mismo tiempo un sentimiento de inseguridad. Son demasiados da?os laterales como para que compensara la d¨¦bil protecci¨®n que pueden proporcionar.
Frente a la nostalgia por el orden perdido que clama por l¨ªmites crispados y barreras de exclusi¨®n, la reivindicaci¨®n de una frontera que comunique, demarque, equilibre y limite puede ser una estrategia razonable para transformar esos espacios de choque, cierre y soberan¨ªa en zonas porosas de contacto y comunicaci¨®n. La alternativa, en cualquier caso, no es entre la frontera y su ausencia, sino entre las fronteras r¨ªgidas que siguen colonizando buena parte de nuestro imaginario pol¨ªtico y una frontera red que permitir¨ªa pensar el mundo contempor¨¢neo como una multiplicidad de espacios que se diferencian y entrecruzan, creando as¨ª unos puntos fronterizos que son tambi¨¦n puntos de paso y comunicaci¨®n.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica y Social, investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democr¨¢tica (www.globernance.com)
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