Vidas que resisten
Empujado por la tragedia del terrorismo etarra, Fernando Aramburu (San Sebasti¨¢n, 1959) escribi¨® un libro de relatos, Los peces de la amargura, donde quedaba reflejada la miseria moral de los asesinos y sus c¨®mplices y el sufrimiento de sus v¨ªctimas. Si ¨¦ste resultaba un libro extraordinario, el nuevo volumen de cuentos que se publica ahora es a¨²n, si cabe, mejor. El vigilante del fiordo, un t¨ªtulo que sugiere rom¨¢nticas lejan¨ªas y una espectacular (y muy alarmante) foto de portada componen la presentaci¨®n externa. El texto del libro, unificado tanto por el estilo como por los temas (el terrorismo aflora una vez m¨¢s), sigue con mimo y curiosidad a unos personajes que aparecen como sorprendidos sin querer por el narrador, el cual los acompa?a en un momento peculiar o indiferenciado de sus vidas y los abandona despu¨¦s para hacerse cargo de otras vidas. Parece como si los personajes de cada historia desaparecieran por iniciativa propia para impedirnos formular cualquier conclusi¨®n (excepto, como se ver¨¢, en la ¨²ltima p¨¢gina).
El vigilante del fiordo
Fernando Aramburu
Tusquets. Barcelona, 2011
184 p¨¢ginas. 16 euros
Las dos joyas de la colecci¨®n ocupan el centro del volumen y ambas se refieren al tema del terrorismo. 'Carne rota', destilaci¨®n de la po¨¦tica del libro, lo aborda de forma directa, crudamente. Presenta como protagonistas a los que sufrieron los atentados del 11-M. El relato est¨¢ construido como si fuera una guirnalda en la que cada personaje tiene su momento y su lugar, original y espec¨ªfico, a pesar de estar incluido en un conjunto m¨²ltiple. Los detalles, nimios o importantes, nos arrebatan: la m¨²sica alegre de un m¨®vil que nadie contesta, las chicas que deciden inaugurar la costumbre de abrazarse, el hombre que deja de creer en Dios o la juguetona reacci¨®n de una joven cuando un chico de pelo rizado se deja olvidada una mochila debajo del asiento. Cualquier gesto, cualquier palabra forma parte de la cuidada construcci¨®n. Aramburu consigue que la vida brille aunque ronde por all¨ª la sangrienta tragedia que el lector va sorbiendo poco a poco. A continuaci¨®n figura 'El vigilante del fiordo' (el mismo t¨ªtulo del libro), un relato introspectivo, casi opuesto al anterior. El centro significativo es la mente del protagonista, un funcionario de prisiones que se siente culpable de las consecuencias que tuvo un atentado terrorista. En un lenguaje elusivo, lleno de aristas y malentendidos, y en un escenario con ribetes fant¨¢sticos donde sue?o y realidad se confunden e intercambian, Aramburu presenta un contraste parecido al del cuento anterior: la fulgurante belleza del paisaje n¨®rdico (y tambi¨¦n la belleza del lenguaje con que se expresa) frente a la oscuridad, la de una mente torturada por un suceso incomprensible y la de las amenazas impl¨ªcitas en las dos narraciones superpuestas que forman la historia.
Otros cuentos, alejados de la cuesti¨®n terrorista, presentan otras inquietudes. 'La mujer que lloraba...' est¨¢ dedicado a Jos¨¦ Mar¨ªa Merino y presenta semejanzas con los cuentos de este autor. Se narra un suceso propio de esos "d¨ªas raros" que caracterizan a Merino, un d¨ªa prolongado que se torna en obsesi¨®n, un suceso semifant¨¢stico, ins¨®lito, destinado a producir largo efecto en el narrador mientras los otros lo ignoran. 'Lengua cansada' es muy distinto. Cuenta una experiencia inici¨¢tica en la voz de un adolescente que pasa unas vacaciones con su padre, un hombre lerdo y brutal. Ambas historias contienen un enigma. En la primera, se le propone al lector. En la segunda, es la vida misteriosa tal como se le presenta al inexperto protagonista. 'M¨¢rtir de la jornada' y 'Nardos en la cadera' son historias humor¨ªsticas en las que queda insinuada una reivindicaci¨®n de los ancianos, llevados arriba y abajo por las decisiones arbitrarias que toman los m¨¢s j¨®venes.
Como el libro quiere tener un principio y un final definidos, empieza y termina con dos cuentos complementarios. En el primero, una pareja ya mayor, acosada tambi¨¦n por otras cuestiones vitales, huye de la amenaza terrorista, de una posible muerte representada por chicos con gorras. En el ¨²ltimo, la huida termin¨® ya que es el propio narrador quien ha muerto. El ¨²nico consuelo (tambi¨¦n quiz¨¢s para el lector deseoso de apreciar otros registros) es te?ir todo el relato de humor negro. Visto lo que hay, uno da por supuesto que el narrador deseaba la muerte. Y ah¨ª s¨ª, como se?alamos al principio, se dicta una conclusi¨®n l¨®gica y definitiva: si uno est¨¢ muerto, ya nada m¨¢s puede suceder.
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