Coraje
No es un problema menor que despu¨¦s de 35 a?os de democracia el cad¨¢ver del dictador Franco siga en su pante¨®n fara¨®nico de Cuelgamuros bajo una cruz de 150 metros de altura, cuya sombra tenaz se proyecta sobre el coraz¨®n del Estado. Se trata de un cad¨¢ver amparado por la inmortalidad del granito, que se est¨¢ pudriendo a su vez en el inconsciente colectivo de los espa?oles. El presidente Zapatero, hoy brutalmente vilipendiado por la oposici¨®n, aunque no m¨¢s de lo que, en su momento, lo fueron Adolfo Su¨¢rez y Felipe Gonz¨¢lez, ha renunciado a presentarse a las pr¨®ximas elecciones generales, pero en los meses que le quedan de gobierno puede tomar todav¨ªa unas medidas audaces si quiere pasar con honor a la historia. Como esos jugadores de p¨®quer que al filo de la madrugada, d¨¢ndolo ya todo por perdido, envidan su resto a la desesperada sin ver las cartas, el presidente Zapatero, antes de despedirse de La Moncloa, podr¨ªa realizar a¨²n dos magn¨ªficas jugadas: una, sacar urgentemente los despojos de Franco y de Jos¨¦ Antonio de sus tumbas, entregarlos a sus familiares, sanear pol¨ªticamente el Valle de los Ca¨ªdos y convertirlo en un museo o parque tem¨¢tico; dos: equiparse de nuevo con aquel arrojo con que mand¨® que regresaran a casa las tropas de Irak y utilizar la misma entereza para denunciar oficialmente los acuerdos del Estado con la Santa Sede y reducir a la nada sus inmerecidos y abusivos privilegios en Espa?a. Si adem¨¢s de legislar sobre el matrimonio de los homosexuales, la muerte digna y la ley de dependencia, perdiera el miedo a los banqueros y encima la ETA tuviera la gentileza de disolverse formalmente bajo su mandato, el presidente Zapatero ser¨ªa recordado en el futuro, no como el gobernante dubitativo e inexperto de los cinco millones de parados, sino como el pol¨ªtico progresista que le plant¨® cara a los ¨²ltimos demonios familiares de la Espa?a carcamal. Aplastado por una crisis econ¨®mica que, sin duda, en los pr¨®ximos a?os doblar¨¢ tambi¨¦n las espaldas del futuro presidente, Rajoy o Rubalcaba, queda a merced del escarnecido Zapatero el ser recordado por dos hechos simb¨®licos: como aquel que le quit¨® la s¨¢bana al fantasma de Franco y el que tuvo el coraje de bajarle los humos, no solo de incienso, al Vaticano. De una vez por todas.
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