Gracias
Todos los escritores veteranos como yo sabemos bien lo que cuesta llenar una sala para presentar un libro; ni los agentes de prensa m¨¢s eficientes ni el patrocinio de grandes empresas pueden asegurar que un local se llene, porque cada d¨ªa somos f¨ªsicamente m¨¢s vagos y hay menos espacio para la cultura en los medios de comunicaci¨®n. Pero probablemente todos hemos asistido tambi¨¦n a alguno de esos milagros que suceden cuando llegas a una peque?a localidad, a una plaza dif¨ªcil sin tradici¨®n cultural o a una barriada deprimida, invitado por una modesta librer¨ªa; y de repente el sitio se abarrota de p¨²blico y la gente no cabe y se agolpa en la calle.
Y d¨¦jame que te diga, hermano escritor: no es m¨¦rito tuyo, sino de los libreros.
Cuanto, cuant¨ªsimo hay que trabajar cada d¨ªa, cada mes, cada a?o, para lograr llenar ese local. Un trabajo tenaz, imaginativo y callado, una siembra lent¨ªsima, hasta conseguir tal confianza con los clientes que, como Hamelin, puedas arrastrarlos detr¨¢s de ti al comp¨¢s de tu m¨²sica, esto es, de tus consejos. En mitad de la Feria del Libro de Madrid, mientras firmo de caseta en caseta, no hago m¨¢s que pensar en los libreros. En esas personas tan especiales que dedican su vida a algo que desde luego no va a hacerles millonarios, y que trabajan inacabables horas leyendo, cuidando, recomendando, enardeciendo la voluntad de sus parroquianos. El buen librero conoce a sus asiduos con finura de enamorado; ofrece las lecturas adecuadas, va creando generaciones de lectores, acompa?a a los hijos de los clientes en su crecimiento literario. En muchas zonas la librer¨ªa es el ¨²nico centro de dinamizaci¨®n cultural, un papel que nadie les tiene en cuenta. Las librer¨ªas son nidos de sue?os y los libreros son m¨¦dicos del alma. Sin libreros predictores, solo leer¨ªamos best sellers. Por todo esto, gracias. Muchas gracias.
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