El archipi¨¦lago del horror nazi
El escritor ley¨® en 2010 este discurso en Buchenwald, con motivo del 65? aniversario de la liberaci¨®n del campo de concentraci¨®n. All¨ª asisti¨® entre los 20 y los 22 a?os a la gran tragedia de su vida y por extensi¨®n del siglo XX
El 11 de abril de 1945 -hace pues 65 a?os- hacia las cinco de la tarde, un jeep del Ej¨¦rcito americano se presenta a la entrada del campo de concentraci¨®n de Buchenwald.
Dos hombres bajan del jeep.
De uno de ellos no se sabe gran cosa. Los documentos asequibles son poco expl¨ªcitos. Est¨¢ establecido, en todo caso, que se trata de un civil. Pero, ?por qu¨¦ estaba all¨ª, a la vanguardia de la Sexta Divisi¨®n Acorazada del Tercer Ej¨¦rcito norteamericano del general Patton? ?Qu¨¦ profesi¨®n ejerce? ?Cu¨¢l es su misi¨®n? ?Es acaso periodista? ?O, m¨¢s probablemente, experto o consejero civil de alg¨²n organismo militar de inteligencia?
No se sabe a ciencia cierta.
Est¨¢ all¨ª, sin embargo, presente, a las cinco de la tarde de un d¨ªa memorable, ante la puerta de entrada monumental del campo de concentraci¨®n. Est¨¢ all¨ª, acompa?ando al segundo tripulante del jeep.
Los dos primeros americanos que llegan a Buchenwald son soldados jud¨ªos
Si tuviera menos a?os, realizar¨ªa una indagaci¨®n acerca de estos personajes
Este s¨ª est¨¢ identificado: es un teniente, mejor a¨²n, un primer teniente, un oficial de inteligencia militar asignado a la Unidad de Guerra Psicol¨®gica del Estado Mayor del general Omar N. Bradley.
Tampoco sabemos lo que pensaron los dos americanos al bajarse del jeep y contemplar la inscripci¨®n en letras de hierro forjado que se encuentra en la verja del portal de Buchenwald: Jeden das Seine.
No sabemos si tuvieron tiempo de tomar nota mentalmente de tama?o cinismo, criminal y arrogante. ?Una sentencia que alude a la igualdad entre seres humanos, a la entrada de un campo de concentraci¨®n, lugar mort¨ªfero, lugar consagrado a la injusticia m¨¢s arbitraria y brutal, donde solo exist¨ªa para los deportados la igualdad ante la muerte!
El mismo cinismo se expresaba en la sentencia inscrita en el portal de Auschwitz: Arbeit macht frei. Un cinismo caracter¨ªstico de la mentalidad nazi.
No sabemos lo que pensaron los dos americanos en aquel hist¨®rico momento. Pero s¨ª sabemos que fueron acogidos con j¨²bilo y aplauso por los deportados en armas que montaban la guardia ante la entrada de Buchenwald. Sabemos que fueron festejados como libertadores. Y lo eran, en efecto.
No sabemos lo que pensaron, no sabemos casi nada de sus biograf¨ªas, de su historia personal, de sus gustos o disgustos, de su entorno familiar, de sus a?os universitarios, si es que los tuvieron.
Pero sabemos sus nombres.
El civil se llamaba Egon W. Fleck y el primer teniente, Edward A. Tenenbaum.
Repitamos aqu¨ª, en el Appeliplatz de Buchenwald, 65 a?os despu¨¦s, en este espacio dram¨¢tico, esos dos nombres olvidados e ilustres: Fleck y Tenenbaum.
Aqu¨ª, donde resonaba la voz gutural, malhumorada, agresiva, del Rapportf¨¹hrer todos los d¨ªas de la semana, repartiendo ¨®rdenes o insultos; aqu¨ª donde resonaba tambi¨¦n, por el circuito de altavoces, algunas tardes de domingo, la voz sensual y c¨¢lida de Zarah Leander, con sus sempiternas cancioncitas de amor, aqu¨ª vamos a repetir en voz alta, a voz en grito si fuera necesario, aquellos dos nombres.
Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum.
As¨ª, maravillosa iron¨ªa de la historia, incre¨ªble revancha significativa, los dos primeros americanos que llegan a la entrada de Buchenwald, aquel 11 de abril de 1945, con el Ej¨¦rcito de la liberaci¨®n, son dos combatientes jud¨ªos. Y por si fuera poco, dos jud¨ªos americanos de filiaci¨®n germ¨¢nica, m¨¢s o menos reciente.
Ya sabemos, pero no es in¨²til repetirlo, que en la guerra imperialista de agresi¨®n que desencadena en 1939 el nacionalsocialismo, y que aspira al establecimiento de una hegemon¨ªa totalitaria en Europa, y acaso en el mundo entero, ya sabemos que en dicha guerra, el prop¨®sito constante y consecuente de exterminar al pueblo jud¨ªo constituye un objetivo esencial, localmente prioritario, entre los fines de guerra de Hitler.
Sin tapujos ni concesiones a ninguna restricci¨®n mortal, el antisemitismo racial forma parte del c¨®digo gen¨¦tico de la ideolog¨ªa del nazismo, desde los primeros escritos de Hitler, desde sus primer¨ªsimas actividades pol¨ªticas.
Para la llamada soluci¨®n final de la cuesti¨®n jud¨ªa en Europa, el nazismo organiza el exterminio sistem¨¢tico en el archipi¨¦lago de campos especiales del conjunto Auschwitz-Birkenau, en Polonia.
Buchenwald no forma parte de dicho archipi¨¦lago. No es un campo de exterminio directo, con selecci¨®n permanente para el env¨ªo a las c¨¢maras de gas. Es un campo de trabajo forzado, sin c¨¢maras de gas. La muerte, en Buchenwald, es producto natural y previsible de la dureza de las condiciones de trabajo, de la desnutrici¨®n sistem¨¢tica.
Como consecuencia, Buchenwald es un campo judenrein.
Sin embargo, por razones hist¨®ricas concretas, Buchenwald conoce dos periodos diferentes de presencia masiva de deportados jud¨ªos.
Uno de esos periodos se sit¨²a en los primeros a?os de existencia del campo, cuando, despu¨¦s de la Noche de Cristal y del pogrom general organizado, en noviembre de 1938, por Hitler y Goebbels personalmente, miles de jud¨ªos de Francfort, en particular, son enviados a Buchenwald.
En 1944, los veteranos comunistas alemanes se acordaban todav¨ªa de la mort¨ªfera brutalidad con que fueron maltratados y asesinados a mansalva, masivamente, aquellos jud¨ªos de Francfort, cuyos supervivientes fueron luego enviados a los campos de exterminio del Este.
El segundo periodo de presencia jud¨ªa en Buchenwald se sit¨²a en 1945, hacia finales de la guerra, en los meses de febrero y de marzo concretamente. En aquel momento, decenas de miles de supervivientes jud¨ªos de los campos del Este fueron evacuados hacia Alemania central por el SS, ante el avance del Ej¨¦rcito Rojo.
A Buchenwald llegaron miles de deportados escu¨¢lidos, transportados en condiciones inhumanas, en pleno invierno, desde la lejana Polonia. Muchos murieron durante un viaje interminable. Los que consiguieron alcanzar Buchenwald, ya sobrepoblado, fueron instalados en los barracones del kleine Lager, el campo de cuarentena, o en tiendas de campa?a y carpas especialmente montadas para su precario alojamiento.
Entre aquellos miles de jud¨ªos llegados por entonces a Buchenwald, y que nos aportaron informaci¨®n directa, testimonio vivo y sangrante del proceso industrial, salvajemente racionalizado, del exterminio masivo en las c¨¢maras de gas, entre aquellos miles de jud¨ªos hab¨ªa muchos ni?os y j¨®venes adolescentes.
La organizaci¨®n clandestina antifascista de Buchenwald hizo lo posible para venir en ayuda de los ni?os y adolescentes jud¨ªos supervivientes de Auschwitz. No era mucho, pero era arriesgado: fue un gesto importante de solidaridad, de fraternidad.
Entre aquellos adolescentes jud¨ªos se encontraba Elie Wiesel, futuro premio Nobel de la Paz. Se encontraba tambi¨¦n Imre Kertesz, futuro premio Nobel de Literatura.
Cuando el presidente Barack Obama, hace unos meses, visit¨® Buchenwald, le acompa?aba Elie Wiesel, hoy ciudadano americano. Se puede suponer que Wiesel aprovech¨® aquella ocasi¨®n para informar al presidente de EE UU de la experiencia de aquel pasado imborrable, de su experiencia personal de adolescente jud¨ªo en Buchenwald.
En cualquier caso, me parece oportuno recordar aqu¨ª, en este momento solemne, en este lugar hist¨®rico, la experiencia de aquellos ni?os y adolescentes jud¨ªos, supervivientes del campo de Auschwitz, ¨²ltimo c¨ªrculo del infierno nazi. Recordar tanto a los que se hicieron c¨¦lebres, como Kertesz y Wiesel, por su talento literario y su actividad p¨²blica, como a aquellos que permanecieron, sencillos h¨¦roes, en el anonimato de la historia.
Adem¨¢s, no es esta mala ocasi¨®n para subrayar un hecho que se perfila inevitablemente en el horizonte de nuestro porvenir.
Como ya dije hace cinco a?os, en el Teatro Nacional de Weimar, "la memoria m¨¢s longeva de los campos nazis ser¨¢ la memoria jud¨ªa. Y esta, por otra parte, no se limita la experiencia de Auschwitz o de Birkenau, Y es que, en enero de 1945, ante el avance del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, miles y miles de deportados jud¨ªos fueron evacuados hacia los campos de concentraci¨®n de Alemania central. As¨ª, en la memoria de los ni?os y adolescentes jud¨ªos que seguramente sobrevivir¨¢n todav¨ªa en 2015, es posible que perdure una imagen global del exterminio, una reflexi¨®n universalista. Esto es posible y pienso que hasta deseable: en este sentido, pues, una gran responsabilidad incumbe a la memoria jud¨ªa... Todas las memorias europeas de la resistencia y del sufrimiento solo tendr¨¢n, como ¨²ltimo refugio y baluarte, dentro de diez a?os, a la memoria jud¨ªa del exterminio. La m¨¢s antigua memoria de aquella vida, ya que fue, precisamente, la m¨¢s joven vivencia de la muerte".
Pero volvamos un momento al d¨ªa del 11 de abril de 1945. Volvamos al momento en que Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum detienen su jeep ante el portal de Buchenwald.
Probablemente, si tuviera muchos a?os menos, acometer¨ªa ahora una indagaci¨®n hist¨®rica, una investigaci¨®n novelesca acerca de estos dos personajes, investigaci¨®n que abrir¨ªa el camino de un libro sobre aquel 11 de abril de hace m¨¢s de medio siglo, un trabajo literario en el cual ficci¨®n y realidad se apoyar¨ªan y enriquecer¨ªan mutuamente.
Pero no me queda tiempo para semejante aventura.
Me limitar¨¦ pues a recordar algunas frases del informe preliminar que Fleck y Tenenbaum redactaron dos semanas despu¨¦s, el 24 de abril exactamente, para sus mandos militares, informe que consta en los Archivos Nacionales de EE UU.
"Al desembocar en la carretera principal", escriben los dos americanos, "vimos a miles de hombres, harapientos y de aspecto fam¨¦lico, en marcha hacia el Este, en formaciones disciplinadas. Estos hombres iban armados y ten¨ªan jefes que los encuadraban. Algunos destacamentos portaban fusiles alemanes. Otros llevaban al hombro panzerfausts. Se re¨ªan y hac¨ªan gestos de furiosa alegr¨ªa mientras caminaban... Eran los deportados de Buchenwald, en marcha hacia el combate, mientras nuestros tanques los rebasaban a 50 kil¨®metros por hora...".
Este informe preliminar es importante por varias razones. En primer¨ªsimo lugar, porque los dos americanos, testigos imparciales, confirman rotundamente la realidad de la insurrecci¨®n armada, organizada por la resistencia antifascista de Buchenwald, y que fue motivo de pol¨¦mica en los tiempos de la guerra fr¨ªa.
Lo m¨¢s importante, sin embargo, al menos para m¨ª, desde un punto de vista humano y literario, es una palabra de este informe: la palabra alemana panzerfaust.
Fleck y Tenenbaum, en efecto, escriben su informe en ingl¨¦s, como es l¨®gico. Pero cuando se refieren al arma individual antitanque, que se denomina bazooka en casi todos los idiomas del mundo, y en todo caso en ingl¨¦s, recurren a la palabra alemana.
Lo cual hace pensar que Fleck y Tenenbaum, el civil y el militar, son americanos de reciente filiaci¨®n germ¨¢nica. Y esto abre un nuevo cap¨ªtulo de la investigaci¨®n novelesca que me apetecer¨ªa acometer.
Pero hay otra raz¨®n, m¨¢s personal, que me hace importante la palabra panzerfaust, o sea, literalmente, "pu?o antitanque". Y es que yo estaba, aquel d¨ªa de abril de 1945, en la columna en marcha hacia Weimar, aquella columna de hombres armados, furiosamente alegre. Yo estaba entre los portadores de bazookas.
El deportado 44.904, en el pecho el tri¨¢ngulo rojo estampado en negro con la letra "S", de Spanier, espa?ol, ese era yo, entre los jubilosos portadores de bazooka o panzerfaust.
Hoy, tantos a?os despu¨¦s, en este dram¨¢tico espacio del Appeliplatz de Buchenwald. En la frontera ¨²ltima de una vida de certidumbres destruidas, de ilusiones mantenidas contra viento y marea, perm¨ªtanme un recuerdo sereno y fraternal hacia aquel joven portador de bazooka de 22 a?os.
Muchas gracias por la atenci¨®n.
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