Quiero entrar en la leyenda
Las mar¨ªas. La gimnasia, los trabajos manuales, el dibujo. Ahora me doy cuenta de la falta que me han hecho esas tres disciplinas en la vida y de lo engorrosas que me resultaban en el colegio. Las mar¨ªas. La odiosa clase de gimnasia con el potro de tortura; el ¨²ltimo coletazo de la Secci¨®n Femenina en la de trabajos manuales, con la consabida canastilla; el dibujo lineal, en fin, me faltan las palabras para definir lo que sent¨ªa por el dibujo lineal. La psicomotricidad gruesa y la psicomotricidad fina. La ma?a, la destreza f¨ªsica. C¨®mo nos hicieron detestar cosas que luego desear¨ªamos haber aprendido de otra manera. En la gimnasia se tem¨ªa a la ca¨ªda y al rid¨ªculo; a los trabajos manuales se les tomaba man¨ªa y eso que era lo m¨¢s cercano al juego infantil; puede que la forma de evaluar el dibujo dividiera casi desde el principio a los torpes de los virtuosos. La consecuencia es que lo que uno deseaba era acabar cuanto antes con la pesadilla de potro-pino-l¨¢minas y dedicarse a cosas serias. Una l¨¢stima. La mala ense?anza no solo nos hace perder el tiempo, nos roba felicidad futura. De acuerdo, en m¨ª no hab¨ªa una atleta, pero luego he disfrutado con el ejercicio f¨ªsico. Dec¨ªa hace mucho un escritor en este peri¨®dico que padecemos un inter¨¦s obsesivo por la salud. No estoy de acuerdo, nadie nos ense?¨® entonces que el ejercicio est¨¢ conectado, en gran parte, con la salud mental. El secreto de una buena vejez, como me dec¨ªa esta semana el jurista Rubio Llorente con mucha sabidur¨ªa, se resume en lo siguiente: "Poca cama, poco plato y mucho zapato". No es mala cosa pasar el d¨ªa escribiendo y aspirar a ser ¨¢gil y andar derecho. Tampoco he tenido el don del arte gr¨¢fico y, sin embargo, cu¨¢nto me hubiera gustado saber concentrarme en una tarea de la que naciera un objeto. Pero temo al fracaso antes de empezar. Mi pasi¨®n por los l¨¢pices de colores se resume en tomar notas en una agenda. No me sirven para m¨¢s. Eso s¨ª, he aprendido a disfrutar con el arte ajeno. Tengo un amigo que viaja con una Moleskine bajo el brazo y l¨¢pices. As¨ª retrata el mundo. Ustedes lo conocen, ilustra algunos de los art¨ªculos de Opini¨®n de este peri¨®dico. Se llama Enrique Flores e ilustr¨® todas mis historietas del Tinto de verano. Trabajamos en armon¨ªa durante cinco agostos. A m¨ª me encantaba que aquellas piezas estuvieran animadas con sus dibujos; es m¨¢s, si por m¨ª fuera, me gustar¨ªa que siguiera ilustrando estas (ah¨ª queda). Sus vi?etas eran tan persuasivas que durante un buen tiempo algunos lectores pensaron que yo era una especie de giganta, porque ¨¦l siempre me retrataba enorme, y cuando se encontraban conmigo me miraban con un poco de compasi¨®n: "Ah, pero si en realidad era usted...". No a?ad¨ªan el adjetivo. Los dibujantes buenos retratan el alma, y Flores sab¨ªa que yo tengo una mujer alta latiendo dentro. Los peri¨®dicos con ilustraciones ganan mucho, pero nadie se lo dice casi nunca a los dibujantes porque si lo supieran pedir¨ªan m¨¢s dinero y mantenerlos en la ignorancia sale much¨ªsimo m¨¢s econ¨®mico. La cosa es que cuando comenz¨® todo el movimiento callejero del 15-M, yo no me pude echar a la calle porque estaba fuera de Espa?a, as¨ª que me ech¨¦ al ordenador, que era la ventana a mi pa¨ªs que ten¨ªa en la casa. All¨ª me encontr¨¦ con los dibujos que Flores iba colgando a diario en su blog. Flores es, adem¨¢s de dibujante de peri¨®dicos y lo que haga falta, un cuadernista, como a ¨¦l mismo le gusta llamar a los que van registrando la vida en un cuaderno. No sabr¨ªa explicar la raz¨®n, pero sus dibujos supieron transmitirme, mejor que las fotograf¨ªas o incluso que las cr¨®nicas, el ambiente que se respiraba en la Puerta del Sol. Iba mostrando peque?as escenas, en ellas aparec¨ªan los indignados debatiendo, durmiendo, trabajando en esa especie de peque?a rep¨²blica que montaron bajo los toldos. No se sent¨ªan cohibidos ni invadidos como ocurre en ocasiones ante una c¨¢mara, porque nadie tem¨ªa que su rostro apareciera en los trazos de un dibujo. De esta manera, todas las escenas eran naturales: los acampados jugando al ajedrez; los acampados en la noche, hablando sobre el futuro; los acampados comiendo o recibiendo con un aplauso a un comerciante que les ha tra¨ªdo bocadillos o churros; los acampados ejerciendo un servicio de orden; los acampados decidiendo que la acampada ha de acabarse. Flores sabe capturar el alma de los sitios: ha publicado cuadernos del este y el oeste. De Cuba a la India, ha viajado con sus l¨¢pices de colores. Yo le envidio su esp¨ªritu de aventura y su ligereza, ese desapego que tiene hacia la vida formal o burguesa a la que todos aspiramos al madurar, que le empuja a reunir algo de dinero, comprarse un billete y dibujar el mundo. Cuando vuelve o cuando vuelvo nos encontramos en una taberna que trate de satisfacer esos sue?os de ca?as y tapas que uno acaricia cuando est¨¢ fuera y me ense?a sus cuadernos llenos de gente. Esta vez su aventura estaba a la misma puerta de su casa. De uno de los indignados sal¨ªa un bocadillo en el que se le¨ªa: "Dib¨²jame, quiero entrar en la leyenda". Yo trato de paliar la envidia infantil que me da su destreza dejando que ilustre mis palabras. A m¨ª ya me dibuj¨® y entr¨¦ en la leyenda con diez cent¨ªmetros m¨¢s.
La mala ense?anza no solo nos hace perder el tiempo, tambi¨¦n nos roba la felicidad futura
Envidio el desapego que tiene Enrique Flores hacia la vida formal o burguesa a la que todos aspiramos al madurar
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