Desde Misrata, la m¨¢rtir
El autor relata las destrucciones provocadas por las fuerzas de Gadafi y la bravura de los habitantes de la ciudad atacada. De ah¨ª su convicci¨®n de que ha nacido el ej¨¦rcito de la Libia libre, capaz de marchar sobre Tr¨ªpoli cuando los helic¨®pteros franceses abran camino
Alquilar un barco al azar en Malta, pues Misrata est¨¢ rodeada por las tropas de Gadafi, aislada del mundo, y solo se puede llegar hasta all¨ª por mar.
Encontrar, tras haber recibido varias negativas, a un marino malt¨¦s que, como casa a su hija la semana pr¨®xima y se ha endeudado para la boda, acepta, en el ¨²ltimo minuto y sin conocer el barco, hacer la traves¨ªa conmigo y con los miembros de la oposici¨®n libia que me han acompa?ado desde Francia: Ali Zeidan, Mansur Sayf al-Nsar y Suleiman Fortia.
Navegar durante una noche, un d¨ªa, una noche m¨¢s, para, sin instrumentos de a bordo dignos de tal nombre, sin cartas de navegaci¨®n realmente fiables, llegar hasta la ciudad m¨¢rtir de Misrata, donde nos esperan, en la completa oscuridad de un desembarcadero desierto y silencioso -solo una r¨¢faga de kalashnikov en el momento en que atracamos-, las autoridades de la ciudad y el general Ramad¨¢n Alzarmouh, comandante de las fuerzas insurgentes.
No creo haber visto nunca una ciudad tan met¨®dicamente destrozada. Esto es peor que Sarajevo
Aunque la OTAN atac¨® a los gadafistas, los habitantes tuvieron que enfrentarse a los tanques del dictador
Entrar, s¨ª, en una ciudad sin electricidad, tinieblas casi totales, solo una media luna en el cielo azul-negro sobre los primeros escombros. No tener agua es una cosa. Ni gas para cocinar. No dir¨¦ que sea corriente, pero, dado que, como voy a comprobar muy pronto, de todos modos no hay casi nada para comer, los habitantes se han adaptado. Pero no tener electricidad... Hab¨ªa una central, una sola para toda la ciudad, que los tanques bombardearon sin descanso hasta que explot¨® su ¨²ltimo dep¨®sito de petr¨®leo. Los dep¨®sitos ardieron durante ocho d¨ªas. Y la noche en que dejaron de hacerlo, las ¨²ltimas luces de la ciudad se apagaron con ellos; como en Fukushima, unas espesas nubes hinchadas de ceniza se estancaron sobre la poblaci¨®n hasta estas ¨²ltimas horas; y, al alba, en lugar de la magn¨ªfica central que era su orgullo, los misrat¨ªes encontraron esta ruina que ahora descubro yo gracias solo a la claridad de los faros de los coches que me esperan en el puerto y en los que ya nos hacinamos mis amigos libios y el que suscribe: chatarra retorcida, vigas de acero fundidas, chapas calcinadas y retorcidas, tuber¨ªas reventadas, placas de hierro colosales e igualmente retorcidas, cables colgando en el vac¨ªo como candelabros invertidos y un fragmento de tejado que ha permanecido intacto pero al que las llamas han achicharrado tanto que se dir¨ªa un friso de oro en voladizo de un templo.
Ir, todav¨ªa de noche, hasta las ruinas del Caf¨¦ Central, aquel lugar con tan buen ambiente, aquel espacio de libertad, uno de los pocos en los que los j¨®venes de la ciudad pod¨ªan reunirse, re¨ªr, so?ar con un futuro mejor, tal vez sin Gadafi: "Y eso es lo que no les han perdonado", me sugiere Abdelhamid Fortia, el hijo del representante de la ciudad ante el Consejo Nacional de Transici¨®n (CNT), un antiguo alumno de una gran escuela brit¨¢nica que, como su padre, ha hecho el viaje con nosotros; y por eso han bombardeado nuestro caf¨¦ hasta la ¨²ltima silla de pl¨¢stico y la ¨²ltima jukebox [m¨¢quina reproductora de m¨²sica]. Y ahora, este desastre: tumba para una juventud deshecha, r¨¦quiem por sus sue?os enterrados.
Partir, a la ma?ana siguiente, en busca del lugar en el que, el 20 de abril, murieron Tim Hetherington y Chris Hondros, los dos valerosos fot¨®grafos: ese edificio desvencijado en la esquina de las dos arterias de la ciudad; ese agujero en la fachada en el que Tim iba a deslizarse cuando le alcanz¨® el fragmento del cohete; y las l¨¢grimas en los ojos de Mohsin, el vecino que intent¨® reanimarlo bajo la lluvia de obuses, antes de que lo llevaran al hospital.
Un hospital, precisamente, en el que el doctor Khalid Abuflaga, desbordado, carente de todo, y especialmente de analg¨¦sicos y anest¨¦sicos, calcula que, este lunes 30 de mayo, a las 17 horas, ya han llegado 60 heridos graves procedentes del frente, que se suman a los otros 6.000 heridos y 1.600 muertos de las semanas pasadas. Y "heridos graves", en Misrata, quiere decir cabezas medio arrancadas, rostros hechos papilla, cuerpos desmembrados, alaridos.
La v¨ªspera, el 29 de mayo, fuimos a primera l¨ªnea, a la aldea de Abdul Raouf, donde, en las dunas, entre banderas de la Libia libre mezcladas con una bandera francesa, los insurgentes protegen lo que queda de su ciudad.
De todo esto, extraigo al menos tres lecciones.
No creo haber visto nunca una ciudad tan met¨®dicamente destrozada como Misrata. Recuerdo Huambo, en Angola. Abyei, en el sur de Sud¨¢n. Fui testigo del calvario de Sarajevo y Vukovar. Pero ahora observo los escombros de Tripoli Street. El Ayuntamiento hecho a?icos. Los edificios desplomados sobre s¨ª mismos. Otros que siguen en pie pero tienen la fachada acribillada por la metralla de las bombas de fragmentaci¨®n. Otro m¨¢s con el que se ensa?¨® un francotirador. "No pod¨ªamos detenerlo", dice Khalifa Azwawi, presidente del Consejo de la ciudad. "Parec¨ªa un serial sniper, un man¨ªaco, tal vez se hab¨ªa vuelto loco, simplemente loco; y locos estuvieron a punto de volverse los de enfrente, los de la casa contra la que disparaba. ?Por qu¨¦ la locura general no iba a alcanzarlo a ¨¦l tambi¨¦n?". Veo todo esto. Considero este puro gozo de disparar, de matar, de destruir. Y me digo que en Misrata se ha alcanzado la cumbre de la demencia urbicida contempor¨¢nea. S¨ª, urbicida... Esa palabra inventada al comienzo de las guerras de Yugoslavia por Bogdan Bogdanovic, antiguo alcalde de Belgrado... Ese concepto que, como el otro, como el de genocidio, supone premeditaci¨®n, planificaci¨®n, programa... Y es lo que ha debido de producirse para que hayan conseguido partir la ciudad en dos, exactamente por la mitad. Es eso, tiene que ser eso lo que ha dirigido esta operaci¨®n de destripamiento, disecci¨®n y evisceraci¨®n. No puede ser que este intento de aniquilamiento de una ciudad rebelde haya sido concebido aqu¨ª, en el fragor del combate, sino m¨¢s arriba, m¨¢s lejos, en la capital, Tr¨ªpoli, cuyo nombre hab¨ªa osado usurpar la avenida en la que me encuentro ahora. Y si todav¨ªa hubiera albergado alguna duda sobre este urbicidio orquestado, se habr¨ªa despejado cuando, en un rinc¨®n del Ayuntamiento en ruinas que los bombardeos han respetado milagrosamente, un empleado municipal fantasmag¨®rico -y absurdamente fiel a su puesto- me muestra una especie de museo en cuyos muros ha pegado como tesoros: las fotos de los m¨¢rtires del barrio, incluidos los dos fot¨®grafos anglosajones asesinados el 20 de abril; el centenar de pasaportes de los nigerianos, malianos y chadianos abatidos o apresados por los insurgentes; los falsos billetes de cien d¨®lares, o euros, con los que Gadafi les pagaba; y luego, en medio de todo eso, una hoja de papel amarillento, de estilo oficial, aunque dibujada y escrita a mano, en la que se ve el plan de entrada e invasi¨®n de la ciudad: ?qu¨¦ confesi¨®n!
La segunda cosa que ten¨ªa que ver para creer era la incre¨ªble bravura que han demostrado los ciudadanos. Varsovia resisti¨®, pero termin¨® sucumbiendo. Las ciudades espa?olas aguantaron (algunas mucho tiempo, como Madrid, por ejemplo), pero igualmente lleg¨® un momento en que, exang¨¹es, tuvieron que deponer las armas. Sarajevo fue heroica, pero los carros de combate no estaban en la ciudad, sino en Lukavica, en las colinas, con los francotiradores. Cuando los carros est¨¢n entre los muros, como en 1944, en Par¨ªs, siempre hace falta una fuerza aliada, una columna Leclerc, una 2?DB, para desalojarlos desde el exterior. Ahora bien, aqu¨ª, los tanques de Gadafi hab¨ªan entrado. Pero aunque la OTAN destruy¨® algunos, aunque, por ejemplo, sus aviones bombardearon bajo la losa de cemento del mercado cubierto a los cuatro que se ocultaban all¨ª, los hechos hablan por s¨ª solos: la mayor parte de esas decenas de tanques, todos los que los gadafistas hab¨ªan apostado cerca de las mezquitas o de los pocos puntos de agua a los que los habitantes ven¨ªan a aprovisionarse, los que hab¨ªan colocado a la puerta del hospital e incluso en su interior, los m¨¢s dif¨ªciles de alcanzar, que eran, por definici¨®n, los m¨¢s amenazadores, han sido los habitantes, solos, con las manos casi desnudas y con un coraje inaudito, quienes han tenido que dejarlos fuera de combate. C¨®cteles molotov arrojados a la boca de los ca?ones... Granadas lanzadas a las torretas, como aqu¨ª, en la carcasa de ese tanque que apuntaba hacia la calle paralela a la calle de Bengasi y en el que distinguimos, con horror, los restos de unas tibias humanas reci¨¦n quemadas. Cohetes RPG7 disparados a quemarropa, en contacto, un cuerpo a cuerpo con la m¨¢quina, una danza con el monstruo de acero... Ardides tambi¨¦n, maravilla de ingeniosidad, del estudiante, del ingeniero, del militar retirado (una idea luminosa que sin duda quedar¨¢ para siempre sin autor...) que dio con esto: las alfombras empapadas de aceite que, en plena noche, aprovechando el descanso del tanquista, disponen delante de las orugas para que, al despertar, su m¨¢quina patine, no responda y sea, a su vez, un blanco para los cazadores de tanques... O con esto: cuando los insurgentes quieren atacar pero la OTAN no est¨¢ ah¨ª para cubrirles, o cuando sus fuerzas son demasiado endebles y Gadafi va a aprovechar para avanzar, esta otra idea luminosa que nadie sabe tampoco de qu¨¦ cerebro sali¨® y consiste en emitir por los altavoces de las mezquitas, en vez de las llamadas a la oraci¨®n, ruidos de avi¨®n grabados previamente para hacer creer que los ej¨¦rcitos aliados velan desde el aire... Misrata ha resistido. Misrata sigue asediada, pero ha liberado la mayor parte del centro. Edificio tras edificio, calle tras calle -y cada vez, una muralla de camiones volcados, de contenedores o de buld¨®zeres llenos de arena para consolidar su ¨²ltimo avance-, en cuarenta d¨ªas, Misrata ha hecho retroceder a una columna infernal. Y de esta marcha modesta pero, por ahora, victoriosa, de esta reconquista paciente pero segura y que permite que, esta noche, podamos deambular sin que nos disparen por las calles de la ciudad, ni un alma, solo gatos, no conozco, lo repito, muchos ejemplos.
Y, finalmente, la tercera lecci¨®n es que de esta batalla de Misrata ha surgido un verdadero ej¨¦rcito: disciplinado, aguerrido, avezado en los combates callejeros y, sobre todo, temiblemente eficaz. En los frentes de la Cirenaica vi a unos cuantos bravos. Admir¨¦ a los intr¨¦pidos chebabs, dispuestos a asumir todos los riesgos para defender el alma, y a los vivos, de Bengasi. Pero fueron los aviones los que, justo antes de que los tanques la invadiesen, salvaron la ciudad de Bengasi. Fueron ellos los que, detr¨¢s de Francia e Inglaterra, impidieron el ba?o de sangre. Mientras que aqu¨ª, en Misrata, los tanques hab¨ªan entrado una vez m¨¢s y han sido los ciudadanos quienes han hecho el trabajo de los aviones y, cuerpo a cuerpo y en tierra, han tenido que destruirlos o hacerlos retroceder. He visitado, en la zona oeste de la ciudad, los talleres secretos de fabricaci¨®n de armas de los insurgentes. He visto las escopetas de perdigones en las que montan ca?ones de 12 mil¨ªmetros. Los racimos de obuses arrebatados a los tanques enemigos que desunen para adaptarlos a las ametralladoras montadas sobre camionetas. He visto, semejantes a la camioneta del peque?o repartidor de verduras que, nada m¨¢s llegar a Libia por primera vez, me dej¨® subir en la frontera y me llev¨® hasta Tobruk, estos humildes veh¨ªculos con la parte delantera blindada por dobles placas de hierro entre las cuales han aplicado cemento para convertirlos en arietes. He visto otros a los que una placa semicircular soldada, esta vez, en la parte trasera, aparenta con los carros de Ben Hur. Y otros m¨¢s a los que les han soldado en los laterales delanteros unas enormes aletas de hierro, al abrigo de las cuales dos, tres, a veces cuatro combatientes, pueden mantenerse en cuclillas para, cuando el veh¨ªculo llega al objetivo, surgir en el ¨²ltimo segundo como diablos. Y, finalmente, he visto en el frente a unos hombres abrumados pero no quebrados, espantados pero determinados. He visto a unos hombres que han vivido la prueba de fuego y, demacrados, con los ojos brillantes por el agotamiento y el hambre, est¨¢n dispuestos a resistir el fuego enemigo y a responder con sus armas improvisadas. ?D¨®nde est¨¢ el ej¨¦rcito de la Libia libre? Cuando llegue el momento, cuando los helic¨®pteros franceses abran camino, ?qui¨¦n va a poder marchar sobre Tr¨ªpoli? Pues Misrata, precisamente.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.