De Guerra Garrido
S¨®lo he coincidido con ¨¦l en una ocasi¨®n. Fue el pasado verano en el Palacio de Miramar. Le encontr¨¦ algo cansado. Hablo del cansancio de quien tras toda una vida viendo una vez tras otra su pel¨ªcula favorita ya ha perdido toda esperanza de que cambie su final. El chico y la chica ya no acabar¨¢n juntos. Como si Shirley MacLaine no regresara al apartamento a rescatar a Jack Lemmon.
Dicen que ya no vive en San Sebasti¨¢n. Que ahora para por el m¨ªtico Chicote de su no menos m¨ªtica Gran V¨ªa madrile?a. "La soledad es un desierto en el que nadie sobrevive sin cantimplora", escrib¨ªa en La soledad del ¨¢ngel de la guarda. Quiz¨¢s fue eso, la falta de agua en una ciudad lluviosa lo que le hizo marcharse tras m¨¢s de cuatro d¨¦cadas en este desierto h¨²medo. Arrib¨® a su imaginada Eibain -contracci¨®n de las no menos imaginarias Eibar y Andoain-, all¨¢ por la d¨¦cada de los sesenta del ya siglo pasado. Y aquel cacere?o, sobrenombre con que se conoc¨ªa a los inmigrantes al Pa¨ªs Vasco por aquellos a?os, dej¨® en su riesgosa narrativa, escrita en caliente y en movimiento, uno de los mejores retratos de la sociedad vasca desde el final del franquismo hasta el d¨ªa de hoy. Y lo hizo a la intemperie, sin tabardo, a riesgo de congelarse bajo la atm¨®sfera g¨¦lida del mirar para otro lado. Y si es verdad que la elecci¨®n m¨¢s importante que ha de llevar a cabo un escritor es la de elegir el punto de vista desde el cual va a contar su relato -pues de ello derivar¨¢n reacciones diversas del lector hacia los personajes y sus circunstancias, tanto desde una ¨®ptica emocional como moral-, ?qu¨¦ punto de vista opt¨® por entra?ar nuestro autor? El de un emigrante, el de un secuestrado, el del hijo de una v¨ªctima, el de un extorsionado, el del escolta de un viejo profesor... Figuras, todas ellas, que aparec¨ªan por vez primera en escena en la narrativa vasca, un escenario tan lleno por entonces de terroristas, amnistiados y exiliados en el papel de actores principales.
"Entre los hielos del espanto crece el edelweiss de la cobard¨ªa, la bella flor de un futuro sin amenazas", o¨ªmos pensar a uno de sus personajes. Pero no. Entre los hielos del espanto, tambi¨¦n crecen otras flores, como su a?osa y coqueta figura caminando por su amada Avenida de la Libertad. La flor del que es escritor pero, antes que nada, ciudadano. ?Hasta qu¨¦ nivel de riesgo -se interpelaba el citado personaje- perdura el amor? La verdad, no lo s¨¦. Lo que s¨ª creo saber es hasta qu¨¦ nivel de cansancio no perdura el amor. Habla el escolta del viejo profesor: "No he entendido nada de lo que me pas¨® en aquella ciudad. No lo entender¨¦ jam¨¢s. Salvo que les concierna personalmente una amenaza, nunca sabr¨¦ si los buenos estaban a favor o en contra de los malos. Con una amenaza tampoco estaba muy clara la opci¨®n por la que votar¨ªan. Algunos prefer¨ªan irse. Me dejaron m¨¢s solo que a la una en punto. Punto final".
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