La necesidad de hacer preguntas dif¨ªciles
Entre las muchas ense?anzas que recib¨ª de mi maestro en la Universidad de Barcelona, el profesor Fabi¨¢n Estap¨¦, dos me vienen a la memoria a la hora de escribir este art¨ªculo.
La primera es la conveniencia de no plantear m¨¢s preguntas que respuestas. Pero nos animaba a hacer preguntas dif¨ªciles; a pensar lo impensable.
La segunda es que algunos buenos economistas no acaban de serlo por su falta de conocimiento de la historia. Recog¨ªa esta observaci¨®n del gran economista austro-estadounidense Joseph A. Schumpeter, que consideraba que un buen economista necesita dominar tres materias: teor¨ªa econ¨®mica, estad¨ªstica e historia; y que, normalmente, buenos te¨®ricos y estad¨ªsticos no acaban de ser buenos economistas por su cojera en historia.
Los ciudadanos se ven ahora obligados a cargar sobre sus espaldas las alegr¨ªas de los banqueros
He vuelto a recordar esas ense?anzas viendo las propuestas y recomendaciones que se est¨¢n haciendo para buscar una salida al desorden econ¨®mico europeo y, en particular, al problema de la crisis de la deuda soberana del ¨¢rea del euro.
D¨¦jenme que plantee algunas preguntas dif¨ªciles sobre esta cuesti¨®n. Y que ensaye alg¨²n barrunto de respuesta.
Primera: ?por qu¨¦ hay tanto miedo a reestructurar la deuda griega, admitiendo una quita o p¨¦rdida por parte del sector privado como propone Alemania, si representa solo el 3% de la deuda total soberana del ¨¢rea del euro?
Muchos economistas, especialmente no europeos, y expertos de organismos internacionales recomiendan la reestructuraci¨®n, y dan ejemplos de pa¨ªses en los que funcion¨® bien (Argentina, M¨¦xico, Uruguay, pa¨ªses asi¨¢ticos). No excluyen tampoco la posible salida temporal del euro por parte de alg¨²n pa¨ªs para, una vez saneadas sus finanzas y reestructurada su econom¨ªa, volver a entrar.
Me temo que esas opiniones no entienden bien la naturaleza del proyecto europeo. Ven el euro como un ¨¢rea de tipos de cambios fijos y no como una moneda ¨²nica. Pero el euro no es un club en el que se pueda entrar o salir a conveniencia, sino la moneda de una uni¨®n econ¨®mica y monetaria cuyo ¨²nico destino posible es convertirse, tarde o temprano, en una uni¨®n pol¨ªtica.
De ah¨ª que, al margen de cu¨¢l sea el tama?o de la deuda, una reestructuraci¨®n desordenada de la deuda griega contaminar¨¢ a otros pa¨ªses y convertir¨ªa la crisis de la deuda en una crisis del euro, con riesgo de salida. Pero ese ser¨ªa el final del proyecto europeo.
Segunda: ?por qu¨¦ son tan fr¨¢giles los pa¨ªses perif¨¦ricos, siendo que en algunos casos el monto de la deuda p¨²blica es relativamente peque?o en comparaci¨®n con la de otros pa¨ªses centrales que, sin embargo, no se ven sometidos a la presi¨®n de los mercados?
En lo que se fijan los inversores no es solo en el monto de la deuda p¨²blica, sino en el total de la deuda exterior neta, incluyendo la privada, en particular la de la banca. Si hacemos esto, la perspectiva cambia. As¨ª, Espa?a, aunque tiene una de las deudas p¨²blicas m¨¢s bajas, tiene, sin embargo, una deuda exterior neta muy elevada, debido sobre todo a la enorme cantidad de la deuda exterior de la banca espa?ola emitida durante la fase de borrachera crediticia.
Esto lo deber¨ªan tener en cuenta los banqueros espa?oles que, como ha ocurrido esta semana con el presidente del BBVA, Francisco Gonz¨¢lez, exigen imperativamente al Gobierno medidas dr¨¢sticas de austeridad para ganar la confianza de los mercados y que la banca pueda renovar los vencimientos de su enorme deuda. Pero los que tienen razones para estar indignados son los ciudadanos, que se ven ahora obligados a cargar sobre sus espaldas las alegr¨ªas de los banqueros.
Tercera: ?se puede imponer a los pa¨ªses -es decir, al conjunto de los ciudadanos- condiciones incumplibles que, por otro lado, les abocan a la austeridad, al estancamiento, al desempleo masivo y a la miseria, y no prever que esa imposici¨®n tendr¨¢ consecuencias pol¨ªticas graves?
En Las consecuencias econ¨®micas de la paz, John Maynard Keynes nos ense?¨® las consecuencias dram¨¢ticas que tuvo para Europa que en el Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, los vencedores -Francia, Reino Unido y Estados Unidos- impusieran a Alemania la devoluci¨®n total de los gastos de la guerra provocada por las ¨¦lites alemanas. La imposibilidad de hacerlo y la humillaci¨®n que esa imposici¨®n provoc¨® en la poblaci¨®n alemana fueron el caldo del nacionalismo que tan funestas y dram¨¢ticas consecuencias tuvo para Europa en las d¨¦cadas siguientes.
Ese op¨²sculo de Keynes deber¨ªa ser ahora de lectura obligatoria para economistas y pol¨ªticos, con examen incluido. Y lo mismo cabe decir de la obra El mundo de ayer. Memorias de un europeo, del novelista y ensayista austriaco de la primera mitad del siglo pasado Stefan Zweig, que muestra la ceguera de las alegres y confiadas ¨¦lites europeas para entrever las consecuencias de ciertas pol¨ªticas. Quiz¨¢ as¨ª se evitar¨ªa el cometer ahora errores similares.
Se me ocurren otras preguntas dif¨ªciles: ?est¨¢n en su buen juicio aquellos que recomiendan sustituir el Gobierno elegido por los ciudadanos griegos por una comisi¨®n de expertos extranjeros que se encargue de llevar a cabo el plan de privatizaciones para asegurar la devoluci¨®n de los pr¨¦stamos? ?Es la disciplina externa de los mercados el camino m¨¢s eficaz para hacer las reformas, como dicen algunos economistas, o las reformas solo son eficaces y duraderas cuando son comprendidas y apoyadas desde el interior por los ciudadanos, como ense?a nuestra propia historia? ?Deben los Gobiernos afanarse en ganar la confianza de los mercados o, de forma prioritaria, ganar la confianza de los ciudadanos? ?Es sostenible el euro sin crear un Tesoro com¨²n europeo?
Pero, llegados a este punto, es mejor seguir la recomendaci¨®n del profesor Estap¨¦. Tiempo habr¨¢ para volver con calma a cada una de estas preguntas.
Ant¨®n Costas Comesa?a es profesor de la Universidad de Barcelona.
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