El espejismo generacional
El trayecto de la juventud a la vejez de un escritor, desde la alineaci¨®n generacional de la primera a la soledad creadora y vital de la ¨²ltima, suele ir acompa?ado de actitudes autoafirmativas que hacen tabla rasa del pasado inmediato y conducen al parricidio ritual. Todo empieza con nosotros cuando somos j¨®venes y, mientras los "abuelos" son vistos a veces con indulgencia, nuestros predecesores no.
Recuerdo las declaraciones del "ya franc¨¦s" Julio Cort¨¢zar a su regreso de una visita a Buenos Aires tras una larga ausencia. Los escritores de la hornada posterior a la suya lo ignoraban: no hab¨ªa sufrido como ellos los horrores de la dictadura argentina, viv¨ªa c¨®modamente en Par¨ªs y su obra, dec¨ªan, hab¨ªa dejado de interesarles. Pocos a?os despu¨¦s de su muerte, las aguas volvieron a su cauce. Lo mismo acaeci¨® con Lezama Lima tras el triunfo de la Revoluci¨®n. Los poetas j¨®venes le negaban el caf¨¦ y el az¨²car: era ajeno a las preocupaciones del pueblo y pertenec¨ªa al pasado. En un excelente n¨²mero de Rep¨²blica de las Letras consagrado a Antonio Gamoneda y al autor de Paradiso, Ant¨®n Arrufat, portavoz de otros autores agrupados en Lunes de Revoluci¨®n, explica su primitivo alejamiento y posterior comprensi¨®n gradual del legado literario del gran escritor.
Una cosa es la actualidad y otra la modernidad atemporal
La distancia que concede la vejez permite ver las cosas de otra manera
El desencuentro generacional se reitera a lo largo del tiempo sin que los nuevos artistas, poetas y escritores, salvo raras excepciones, escarmienten en cabeza ajena. Manuel Aza?a escribi¨® sobre el tema unas l¨ªneas memorables:
"La sangre moza se imagina que el mundo nace de su calor; la sangre amortecida, que con ella descaece la vida. Cada generaci¨®n se persuade que las desdichas de su edad han corrido de un orto a un ocaso. Cuando echa de menos el br¨ªo juvenil, imag¨ªnase que concluye y resume en s¨ª una vuelta redonda del tiempo hist¨®rico. De tales preocupaciones y falacia el esp¨ªritu vigoroso est¨¢ obligado a emanciparse. Como del localismo geogr¨¢fico, as¨ª est¨¢ obligada la raz¨®n a liberarse del localismo temporal, que corta la duraci¨®n en c¨ªrculos intangentes, trazados sobre la edad".
Leer a Manuel Aza?a, en mi opini¨®n el mejor cr¨ªtico literario, junto a Luis Cernuda, del siglo que dejamos atr¨¢s, nos orienta hacia una mejor comprensi¨®n de la vivencia ¨ªnsita a la creaci¨®n art¨ªstica a lo largo del tiempo. El gran Mijail Bajtin, con su percepci¨®n luminosa de que si aquella aspira a proyectarse en el futuro debe hacerlo a partir de un conocimiento cabal del pasado, pues lo que vive tan solo en el presente desaparece con ¨¦l, halla en Aza?a un inesperado y genial precursor. Una cosa es la actualidad, nos dice, y otra la modernidad atemporalque circula a lo largo de los siglos.
La empresa de volver a los cl¨¢sicos, no para imitarlos, sino para reescribirlos, es el mejor modo de asegurar su propia posteridad. Si Picasso se apropi¨®, para desestructurarlos, de Vel¨¢zquez y Goya, ?por qu¨¦ no asumir la invenci¨®n del Quijote de Borges y reelaborar El hacedor? Del mismo modo que, gracias a Avellaneda, Cervantes transform¨® el relato de un personaje enloquecido por sus lecturas en el de un creador enloquecido por los poderes de la literatura, todos podemos recurrir a la biblioteca de Babel a condici¨®n de hacerlo con tino y con la conciencia de ser eslabones de una impredecible evoluci¨®n hist¨®rica que no termina en nosotros y a la que nadie puede poner un punto final.
Si en la d¨¦cada de los veinte del pasado siglo, los formalistas rusos describ¨ªan la historia del arte y de la literatura como una sucesi¨®n dial¨¦ctica de forma en la que la forma nueva no surg¨ªa para expresar un contenido nuevo sino para reemplazar a otro gastado hasta la trama y ca¨ªdo ya en desuso, las recientes reflexiones de Milan Kundera sobre el asunto afinan dicha formulaci¨®n: el novelista que aspira a perdurar debe descubrir lo que sus predecesores no han visto ni escrito. No se trata pues de saltar de un tema a otro sino enfocar el mundo y las sociedades e individuos que lo pueblan desde una perspectiva singular e in¨¦dita.
Las generaciones j¨®venes que hoy aspiran a ello son a la vez rupturistas respecto al pasado inmediato y conscientes de la necesidad de engarzar con el legado que a sus ojos no ha perdido vigencia. Sin atenerse a los criterios de la consabida cr¨ªtica al uso -tan dada a ensalzar las obras destinadas al lector perezoso-, algunos autores insumisos a las normas trazadas sintonizan su labor novelesca con las infinitas posibilidades abiertas por el universo virtual creado por la ciencia y las t¨¦cnicas del nuevo milenio: ese desgarr¨®n, en palabras de Jes¨²s Ferrero, "entre los que se educaron bajo el signo de la galaxia Gutenberg y los que no". El desaf¨ªo al que se enfrentan estos es arduo y estimulante. Arduo, porque toda hermandad basada en percepciones comunes impone al artista el reto de desmarcarse de ella. Estimulante, en la medida en que dicha ruptura implica la fe en una trayectoria a menudo incomprendida y mirada a veces con hostilidad o con sospecha.
La historia se repite, aunque las circunstancias cambien. Miembro de la llamada generaci¨®n del medio siglo -la nacida entre 1926 y 1936-, marcada por la Guerra Civil y la interminable dictadura que le sucedi¨®, mi vinculaci¨®n con los escritores de mi edad o algo mayores que yo se fundaba en una serie de inquietudes pol¨ªticas y sociales compartidas. El prop¨®sito de denunciar la ocultaci¨®n de la realidad por una prensa amordazada por la censura nos induc¨ªa, como escrib¨ª aquellos a?os -en Francia y M¨¦xico, no en Espa?a- a desempe?ar el papel informativo que en los pa¨ªses democr¨¢ticos corresponde a los diarios. Dicho objetivo y las afinidades ideol¨®gicas reforzaron los cimientos de nuestra relaci¨®n por encima de las divergencias literarias y ambiciones art¨ªsticas. Con todo, al cabo de un tiempo, el fundamento de aquella se resquebraj¨® y cada uno de nosotros sigui¨® su propio trayecto.
La distancia del mundo que concede la vejez permite ver las cosas de otra manera. Se puede ser un cascarrabias, como lo fueron un pu?ado de autores insignes, pero alcanzar tambi¨¦n una lucidez fruto del reconocimiento de los propios errores y del abandono de todo esp¨ªritu de clan y af¨¢n de competencia. El creador, enfrentado a la cercan¨ªa de su desaparici¨®n f¨ªsica, no rivaliza ya con nadie; ve las cosas y su vida a distancia; elude la trampa del espejismo generacional y del "localismo temporal" del que habla Aza?a. Sabe que la historia coloca a cada cual en el lugar que le corresponde: al innovador rebelde en el suyo, y a quienes confunden creatividad con ¨¦xito de ventas o visibilidad medi¨¢tica en la plenitud de su nada.
Juan Goytisolo es escritor.
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