Esperar trescientos a?os
En el avi¨®n de regreso de Dubl¨ªn, sustituyo las noticias de la prensa por las ideas de Flaubert (Razones y osad¨ªas, selecci¨®n y pr¨®logo de Jordi Llovet) y confirmo la capacidad de percepci¨®n de lo que estaba por venir que gobern¨® al autor de Bouvard et Pecuchet: "Lo que m¨¢s me asombra es la feroz estupidez de los hombres. Estoy harto de tantos horrores y convencido de que estamos entrando en una ¨¦poca repugnante en la que no habr¨¢ lugar para la gente como nosotros. La gente ser¨¢ utilitarista y militar, ahorradora, mezquina, pusil¨¢nime, abyecta".
Esto lo escribi¨® hace siglo y medio y creo que se qued¨® corto y que se llevar¨ªa un sobresalto si viera c¨®mo es la gente ahora. En nuestras masas, por ejemplo, hay un l¨®gico nivel de dudosa claridad intelectual, porque las masas, por definici¨®n, son n¨²mero, son aglomeraci¨®n. Pero si el vulgo no tiene claridad, menos a¨²n parecen tenerla las clases dirigentes. Cuando se habla de la ignorancia de las masas, se habla en t¨¦rminos injustos e incompletos, porque a quien ser¨ªa m¨¢s urgente educar es a los poderosos. "Conclusi¨®n: hay que ilustrar a las clases ilustradas. Empezad por la cabeza, que es la parte m¨¢s enferma; el resto seguir¨¢", escribi¨® Flaubert.
Hablar de la ignorancia de las masas es ser injusto. Lo urgente es educar a los poderosos
A los poderosos, al tiempo que se les educa, habr¨ªa que recordarles que leer nos abre a un mundo ancho, es atreverse incluso con el sosegado Spencer, que propon¨ªa la abolici¨®n del Estado. Hasta no hace mucho, en los d¨ªas en los que me dedicaba a buscar soluciones para el mundo, me lamentaba de que nuestros dirigentes estuvieran tan p¨¦rfidamente interesados en mantener a sus s¨²bditos en un estado de absoluta ignorancia. Pero con el tiempo he comprendido que muchos de esos dirigentes carecen de las m¨¢s elementales lecturas y sabidur¨ªa y ni siquiera son estrategas de la ignorancia de las masas y hoy en d¨ªa solo son fracasados hombres de negocios, dominados por los famosos mercados; son los mismos que dejan que el mundo se hunda como una barca podrida y que la salvaci¨®n del esp¨ªritu acabe pareciendo quim¨¦rica incluso a los m¨¢s fuertes.
Encapsulado en mi espacio m¨ªnimo del avi¨®n, caigo en la cuenta de que lo peor del presente es el futuro. Ah¨ª abajo me espera el mundo con su feroz estupidez y horrores y voy pregunt¨¢ndome qu¨¦ suceder¨¢ el d¨ªa en que, tal como resulta cada d¨ªa m¨¢s previsible, el mundo se convierta en algo fr¨ªo y descarnado. ?Y qui¨¦n no percibe que ya se est¨¢ volviendo as¨ª el mundo? Qu¨¦ ocurrir¨¢, creo recordar que se preguntaba Flaubert, el d¨ªa en que la convivencia que alguna vez conocimos -que todos alguna vez hemos conocido- ya no exista. Y eso lo preguntaba cuando las cosas a¨²n no ten¨ªan la extrema ferocidad actual. Pero ya entonces ¨¦l deseaba apartarse. No cre¨ªa en la felicidad, pero s¨ª en la tranquilidad. Por eso, al final de su vida segu¨ªa la regla indeleble de apartarse de todo lo que le resultara enojoso.
Seguramente -me digo cuando busco soluciones- la tranquilidad es de los pocos derechos que a¨²n podemos ejercer con calma, porque nos basta con no perder los nervios y cerrar los ojos y quedarnos con nosotros mismos y pensar, por ejemplo, en el tranquilo anarquismo de Spencer. Pero, bueno, quiz¨¢s har¨ªamos bien en no estar buscando tantas soluciones al mundo ni preocuparnos tanto y tanto por la verdad y s¨ª, en cambio, buscar aquella verdad con la que, aun no siendo perfecta, al menos podamos vivir. Y es que quiz¨¢s sea cierto que, como dec¨ªa la vagabunda de la leyenda, todav¨ªa hay una gran diferencia entre tratar de sorber todo el oc¨¦ano o beber de los arroyos.
Le preguntaron un d¨ªa a Borges si pensaba seriamente que el Estado que propon¨ªa Spencer era factible.
-Por supuesto. Pero eso s¨ª, es cuesti¨®n de esperar doscientos o trescientos a?os.
-?Y mientras tanto?
-Mientras tanto, jodernos.
Es duro, pero esta es una de esas verdades con la que precisamente podemos vivir.
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